jueves, 1 de enero de 2015

2014: Entre el sufrir y el aprender


Antes de comenzar mi recorrido por este 2014 que valió como por 3 años, déjenme presentarles el entorno que me rodea, muy diferente a cualquier otro que haya tenido hasta el momento. Se trata de una luna vagabunda, que no acaba su parranda de este 1° de enero del 2015, asomada por entre los árboles de nuestro bosque tropical húmedo. Al fondo, el sonido de un río da una percepción de frescura y tranquilidad a esta segunda hora de la madrugada del año y, un poco más al fondo, el bullicio de un chinchorro que no ha terminado la fiesta, aunque la mayoría de sus comensales y clientes ya hace rato se fueron a dormir. Esto es Santa Clara de San Carlos, zona norte de Costa Rica, y yo les escribo desde acá porque la familia de mi cuñado (un tipazo del que más adelante les contaré) me invitó a compartir con ellos este cambio de año. La verdad, necesitaba urgentemente irme lejos de Alajuela en esta oportunidad y distraerme del recuerdo de 12 meses duros, ásperos, secos y cuesta arriba. Ya verán por qué.

La noche de este 31 – 1° ha sido muy simbólica. Estuvo lloviznando la mayor parte del tiempo pero, justo al ser las 12 medianoche, una brisa empezó a soplar con ímpetu y las nubes se disiparon. El aguacero se detuvo y dio paso a esa luna que ya les conté y a esta noche estrellada, que no hacen sino recordar a la mágica canción “Luna Sancarleña”. Para ustedes puede ser una simple casualidad pero no para mí: tiene todo esto un significado metafórico, que resume en términos meteorológicos lo que fue este 2014 que, por dicha y por fin, concluyó.

El año que termina yo lo hubiera clausurado desde antes de muy buena gana, pero si algo aprendí de todo lo que pasó fue que es necesario el acontecimiento de hechos dolorosos o no tan agradables para aprender que lo mejor que se puede hacer cuando las cosas van mal es dejarlas a la voluntad de Dios y confiar… Desde ese punto de vista, mi 2014 fue todo un curso universitario. Un año en el que hubo DE TODO, aunque las experiencias que más marcaron mi recorrido fueron, como dije antes, duras. De hecho, estos últimos meses solo se podrían comparar a aquellos del 2008, el que hasta ahora había sido mi año más complicado; aunque este que terminó hace dos horas lo supere con creces.

Nunca he hecho mi “resumen anual” (que este año cumple ya su IX edición) mes a mes. Pero el montón de cosas que llegaron a mi vida hacen necesario hacer el repaso de esta forma, bajo riesgo de que alguna se me olvide. Les adelanto que la de este año será la hablada más larga de mis 1° de enero, hasta la fecha:

Enero:

No mencionaré ni personas ni acontecimientos específicos, porque hay cosas que pertenecen a mi intimidad y que deben permanecer guardadas en mi memoria. Solo puedo decirles que a finales de enero aprendí que hay personas y actitudes a las que se les deben poner fin, sea quien sea. Que en la vida hay que aprender a detectar situaciones, a enfrentarlas y a solucionarlas, y si no se les ve una solución acorde con la que uno desea, pues se les debe poner fin. En enero empecé una lucha que me llevó 8 meses y medio, por la que dí alma, vida y corazón, pero que pudo más la voluntad de Dios que mi propia cabezonada. Una lucha que no me arrepiento del todo haber dado, pero también me enseñó que a veces hay que mantener la cabeza lo suficientemente fría para tomar decisiones justas en el momento correcto. En fin, el año comenzó anunciándome que no sería sencillo.

En lo nacional, pasó lo impensable y Luis Guillermo Solís, candidato por el que voté, consiguió un ascenso impresionante de cara a Johnny Araya según las encuestas. Ni yo me lo creía. De hecho me sorprende cómo el pueblo costarricense finalmente adoptó una actitud de hartazgo frente al status quo y eligió a un nuevo gobierno, proveniente de un partido inédito como oficialista. La gente tenía que estar muy harta de lo ocurrido con Laura Chinchilla como para dar el salto hacia una apuesta novedosa, sí, pero desconocida. Un tema que espero ya sea objeto de estudio para más de una tesis de ciencias políticas o de sociología.

Febrero:

Empezaron a llegar las grandes decisiones: la posibilidad de cambiar de trabajo a uno muy conocido tocó a mi puerta. Entre “lo que me gusta” y “lo que me hace sentir cómodo” terminé eligiendo la primera y decidí mudarme de empresa. Nunca estuve seguro de hacerlo y no fue hasta mucho, mucho tiempo después, que entendí que Dios estaba detrás de todo esto (como de costumbre). Febrero fue además un mes de continuar mis luchas, que poco a poco se fueron intensificando con el pasar del año. Un mes de asumir lo que creía, de querer lo que quería y de vivir circunstancias nunca antes vividas.

En el país, Luis Guillermo no solo queda dentro de la segunda ronda sino que logra más votos que el propio Johnny Araya en ese inolvidable 2 de febrero. No voy a ser hipócrita: aquella noche celebré ese triunfo como si hubiera sido campeonato de la Liga, en un bar de Santa Ana frecuentado por mí y por otra colega periodista que me acompañaba. Creía que el deseado cambio llegaría pronto al país, que las cosas podrían ser finalmente diferentes y que el costarricense había despertado para bien. Todo eso, a este 1° de enero, aún está en entredicho. Al final haré mis conclusiones rápidas del por qué digo esto.

Marzo:

Llegó por fin el cambio de sitio de trabajo, del que me arrepentí nada más entrando. Sentía que nunca había tomado una decisión tan absurda en mi vida, presionado en gran parte por mi entorno y por mi propio ego que me exigía dar más como profesional de lo que hasta ahora había vivido.

Por otra parte, Johnny Araya da una muestra de lo mal que estaba su  Partido Liberación Nacional (PLN) el propio día de Miércoles de Ceniza y decide retirarse él (aunque “no” el PLN) de la contienda hacia la segunda ronda. Un golpe enorme para la agrupación que ostentó el poder en los últimos 8 años, del cual aún no se recuperan y, si por la víspera se saca el día, esperan retomar el control del Ejecutivo a punta de acusaciones o burlas burdas hacia el Partido Acción Ciudadana (PAC), desestimando una limpieza profunda hacia adentro y un análisis del por qué los costarricenses les dimos la espalda.

Abril:

El mes de mi cumpleaños no fue necesariamente un lecho de rosas. Las angustias buscadas y rebuscadas continuaron, machacándome casi todos los días que la decisión tomada en febrero había sido la peor de los últimos años. Tanto llevaría el cántaro al agua que al final estallaría (como en otras cosas que ocurrirían después en diferentes ámbitos).

Como era de esperarse, Solís daba al ¿PAC? (porque no estoy seguro de si su gobierno y su partido están en la misma sintonía) su primer victoria electoral y mandaba al sepulcro, de una vez y para siempre, al bipartidismo entre el PLN y el Partido Unidad Social Cristiana, que ya ni calderonista es. El cambio sería seguro, el problema ahora sería la incertidumbre que este conllevaría para todos. El gobierno del nuevo presidente electo tendría que buscar a la carrera, debajo de las piedras y las montañas, los nuevos ministros y viceministros, presidentes ejecutivos y directores de instituciones autónomas. Algo que para quienes éramos prensa en ese momento dejó una sensación de desorden e improvisación. En fin, cambio era cambio y ya veríamos qué conllevaba.

Mayo:

Aquí se empezó a descuadrar todo, realmente. La irremediable renuncia al proyecto iniciado en mayo, guiada por dos posibilidades profesionales que no terminaron cuajándose al final, me enviaron al desempleo, un terreno ya antes conocido pero que esta vez careció de nuevas ilusiones que me pusieran a soñar “mientras se aclaraban los nublados”. Otra decisión laboral se transformó en algo fatídico en ese momento, mientras todo aquello debía permanecer más o menos entre penumbras para evitar que sus repercusiones fueran mayores, así como humillaciones sin sentido, provenientes de una mente enferma que no tenía otra cosa más entre ceja y ceja que afectarme a mí y a mi subproyecto. Al final, conseguiría su cometido pero con gran dolor. En esta vida y este universo, toda acción tiene su reacción.


Punto y aparte para el 19 de ese mes: mi sobrinita, hija de mi hermano Gustavo, sale al mundo y me convierte en tío. Inexperto como he sido en estas temáticas (posiblemente por ser hermano menor y porque nunca tuve oportunidad de una proximidad real con bebés), su presencia ha modificado por completo mi capacidad de alzar niños pequeños, cuidarlos, chinearlos, darles de comer y hasta dormirlos. Mi hermosa sobrinita ha sido la mayor bendición de Dios en el año que termina y verla crecer es tanto una aventura como un gozo. Ella se robó mi corazón y me tiene enamorado.

En el país, Luis Guillermo empieza a gobernar el 8 de mayo y todos quedamos en “stand-by” esperando sus primeras acciones concretas. La verdad, fue mucho el estruendo y poco el brillo propio. Pero se aproximaba el otro tema que nos pondría a temblar de pánico: el Mundial de Brasil 2014 y nosotros en medio grupo de la muerte. Recuerdo que comentaba con mis amigos: “veamos los partidos porque no siempre Costa Rica juega contra Uruguay – Italia – Inglaterra… pero estamos todos claros en que sería un milagro que siquiera podamos sacar un empate de ahí”. Pues para que vean, los milagros pueden existir…


Junio:

Mi rato de desempleo se vio amortiguado por el Mundial. Debo reconocer que tener la posibilidad de vivir todo ese torneo desde mi casa fue algo parecido a un regalo, aunque siempre bajo la presión de saber que necesitaba dinero, pero sin olvidar que el vivir en casa de mis papás se convirtió en la tabla de salvación para mí (los papás… ¡Siempre los papás!).

La vivencia en carne propia de ver cómo la leyenda de Italia 90 pasaba a la historia, dando campo a la nueva y renovada de Brasil 2014, fue algo único e irrepetible, y la pude saborear en calma y con todo su esplendor. Nuestra Costa Rica se daba a conocer ante el mundo como la “matagigantes”, dejando en el piso a dos campeones mundiales y empatándole el último juego al tercero (que tal vez hubiéramos podido ganar pero… había que cuidarse). Fue un momento para que los costarricenses volviéramos a creer no solo en los “milagros”, sino que estos a veces no son tan necesarios, si con esfuerzo y dedicación conseguimos los objetivos planteados, por muy “volados” que estos parezcan.

Por otra parte, un ultrasonido para determinar de cantidad de grasa hepática, practicado a inicios de mes, le agregaron más peso y estrés a mi estado anímico: hígado graso nivel 3, el máximo. Un examen de sangre terminó de confirmar que la cosa “no era jugando”. A partir ahí, era básicamente elegir entre seguir con mis malos hábitos alimenticios y físicos, o tener una calidad de vida decente. Eso significó desempolvar mi orbitrek (al fin y al cabo, tenía tiempo disponible para “ponerle bonito”) y someterme a una dieta estricta que me valió no pocas airadas discusiones con mi madre sobre las nuevas reglas. En resumidas cuentas, todo un reto gastronómico, aeróbico y mental cuyo premio era mi salud. Bien valía la pena.

Julio:

Nuestra “Sele” termina de hacer su mejor papel en la historia de un Mundial, consiguiendo derrotar a Grecia en aquellos taquicardiosos once pasos y pasando a Cuartos de Final, donde la poderosa Holanda no nos pudo ganar sino hasta los mismos penales. Pero la gesta ya estaba hecha y el recibimiento que dimos a esos héroes de nuestro deporte preferido así lo demostró (estuve ahí, de pie durante como 5 horas en el Paseo Colón). Haber vivido esos momentos con mi familia hicieron aún más dulces los recuerdos, lo que se enmarca sin duda dentro de “lo rescatable” del año pasado. Lo feo: todo el pleito que hubo después con el entrenador Jorge Luis Pinto y su salida por la puerta de atrás. A pesar del debate entre si se trató de demasiada disciplina / demasiada vagabundería, yo opto por confiar en el testimonio de la mayoría y creer que el colombiano efectivamente se excedió en sus tratos, no sin que ello signifique desdeñar nuestro muy evidente carácter hipersensible y “delicadito” que nos identifica a los ticos. Pero a decir verdad, sabiendo que era todo el equipo y la comitiva que había ido al mundial quienes lo criticaban, cabe más darle la razón a la mayoría que solo a uno.

Un mes de dieta y ejercicios estrictos dan resultados: bajo 6 kilos y recibo felicitaciones por el esfuerzo: por fin algo positivo. No obstante, el desempleo seguía y la desazón aumentaba, ya sin Mundial que fungiera de placebo. Pronto se haría desesperante. Todo aquello manejado hasta cierto punto en secreto por lo mismo que había contado en mayo. Y a todo esto, Dios como que no aparecía mucho (como yo quería, al menos).

Punto positivo adicional: mi hermana Maricruz me informa que es un hecho: a finales de año o a principios del siguiente, se casaría con su novio, Esteban. Me alegré mucho la verdad porque él es un buen muchacho y porque confío en Dios que las cosas saldrán muy bien. En ese momento no hice muchos cálculos de cómo impactaría eso mi vida directamente… eso vendría después.

Finalmente, ese mes apareció la posibilidad de comenzar a dar un curso de redacción en una universidad privada situada en San José. Ahí me quedaron claras varias cosas, pero la más importante, el bajo nivel de redacción de la mayoría de estudiantes de periodismo en ese lugar, así como la poca responsabilidad que asumen ese tipo de empresas (ojo que escribí “empresas”, no instituciones) sobre la educación de sus estudiantes. En resumen, un gran esfuerzo a cambio de un salario ridículo, aún más bajo que la hora que se cobra por clases particulares de cualquier idioma. En fin, todo fuera por hacerme sentir útil mientras conseguía empleo.

Agosto:

Vivir ese mes completo, sumido en el desempleo, comenzó a mermar mi ánimo y mis esperanzas. La difícil situación de un periodista desempleado en Costa Rica puede bajarle la autoestima hasta el más pintado. Pero ante la crisis, nuevas ideas me empezaban a surgir, algunas más descabelladas que otras. Estaba dispuesto a dejar por completo la carrera y dedicarme a sacar otra cosa si pronto no aparecía algo. Me reía de mi suerte: un periodista – master, con un título de la Université de Strasbourg, desempleado y sin posibilidades prontas de encontrar algo satisfactorio. Era casi como una burla tétrica de mi pasado en Francia a mi ego y a mi capacidad. Me lo merecía, tal vez, pero ya se me empezaba a hacer una broma cruel.

Para colmo de males, el propio 2 en la madrugada, viniendo de la romería pero ya en Alajuela, colisioné con una motocicleta, dejando el parabrisas de mi carro nuevo (comprado en marzo) totalmente reventado, todo el frente dañado e incluso el techo con un camanance. Golpeé al conductor y el acompañante quedó tendido en el pavimento. “Era lo que me faltaba para terminarla de hacer”, me decía, aunque con la tranquilidad de que a nadie le pasó más que unas cuantas heridas y que mi seguro (gracias INS) cubriría todo aquello. No obstante, eso significaría todas las averiguaciones del caso y puestas de acuerdo con la contraparte. Punto positivo: al menos no tendría problemas de tiempo para solucionarlo todo. Eso sí, me convertí por segunda vez en el año en peatón. Ya sé que eso puede sonar muy poco humilde, pero después de movilizarme en el paupérrimo transporte público nacional por 25 años y de valorar este mismo servicio en Francia, el movilizarse en automóvil en las maltrechas calles costarricenses se convierte tal vez en un privilegio, pero principalmente en una “salvada”. Todo agosto anduve a pie, dando clases y visitando una que otra entrevista de trabajo.

Lo bueno: mi peso llegó a 83 kilos. La meta estaba casi lograda. Me sentía muy bien conmigo mismo, aunque eso significó variar las tallas a mis pantalones. Hacía rato no me sentía tan satisfecho con algo hecho de mí para mí. Concluí mi estatus de dieta estricta y pasé a otra menos rígida, que mantengo hasta ahora. Lo malo fue que también dejé de ejercitarme al mismo ritmo. Es de lo que tengo que retomar este mismo enero que comenzamos hoy.

A principios de mes, mediante una fotografía a un anuncio de un trabajo en la Rectoría de la UCR que me envió una  compa al Whatsapp, ví una ínfima posibilidad de salir de aquél meollo. Se trataba de un puesto de comunicador en la que fuera mi querida Alma Mater. A pesar de que lo vislumbraba como misión imposible, máxime al darme cuenta que éramos como 74 los postulantes, tenía que apuntar a todo. Después de pasar por dos entrevistas, una prueba psicológica y una posterior de redacción, en una noche de viernes a finales de agosto me comunican la noticia: no gané la plaza que se ofrecía, pero había un medio tiempo que si quería, sería mío. Ni lo pensé dos veces y lo tomé. Fue un momento grandioso: ¡por fin se acababa mi desempleo! Y no solo eso, sería trabajar para una institución en la que SÍ creía: mi amada universidad. Y empezaría con el mes que se avecinaba: el 1° de setiembre.

Las cosas, al menos en el ámbito laboral, comenzaban a cambiar para buen rumbo, aunque otro proyecto daba tumbos y parecía ya estarse enfermando más de lo debido, justamente como la salud de mi abuela, mi amada Adilia, de 98 años, que para finales de agosto se comenzaba a agravar de nuevo (ya había estado muy inestable en todo el año) con el anuncio de un presunto cáncer en el recto. Fue una de cal y otra de arena, una triste noticia que hacía presagiar que este sería un año del que no iba a quererme acordar nunca más. Y solo era agosto…

Setiembre:

Fue el mes que lo terminó de desacomodar todo. Para ser exactos, el 6 por la noche, después de una lucha enorme como gladiadora de la vida que fue, el cuerpo de mi abuela se rinde y su vida física se convierte en espiritual. Nuestra “Yiya” se iba al Cielo. Pero tal como les había comentado en otra oportunidad, se iba con la promesa de “seguir rezando por mí”. Y sus efectos fueron inmediatos: mi lucha, la que había dado desde enero, simplemente terminó de tener sentido y la di por concluida a mediados de mes, muy a pesar de que eso me doliera. Moraleja: la vida es muy, muy corta como para desaprovecharla ante situaciones que no ameritan un compromiso mayor y ante inestabilidades sin lógica, sin ton ni son. Eso, aunado a un ataque directo a mi familia, terminó de darme la señal de que era hora de concluir con las batallas. Ahora era mi momento: el de darme calidad de vida, de retomarme como prioridad. En fin, hora de terminar de hacer de este año 2014 un año lleno de cansancio pero de decisiones valientes.

Y como si se tratara del efecto dominó, otra gente que creía cercana y casi “hermana”, me da la espalda en el momento de duelo y luto que pasaba ante el deceso de quien fuera mi segunda madre. Estoy seguro que eso ocurre en todos los ámbitos sociales, pues el ser humano falla como individuo y falla también como colectividad, pero hay grupos donde un comportamiento así no es negociable, pues lo que se cree no se predica, y eso termina doliendo. Quienes sí me apoyaron fueron, curiosamente, la gente que tal vez no me conocía tanto o no estaba tan cerca de mí, y sin embargo, tuvieron la suficiente sensibilidad de acompañarme en aquellos instantes tan difíciles. Ello simplemente implicó decir adiós a los esfuerzos por vincularme con X grupo eclesial con el que nunca me sentí identificado y quedar, al menos pastoralmente, flotando en el aire. Una decepción muy grande que aún hoy no logro entender del todo, pero Dios me ha permitido tener este tipo de desencuentros (por dicha, pocos) para darme cuenta de quiénes realmente se encuentran a mi lado y quiénes “me topan” en este tren llamado vida.

Pero setiembre trajo consigo, además de dolor, un renacer: mi nuevo trabajo en la UCR como periodista duró solo una semana en calidad de “medio tiempo”. Supongo que mi labor gustó y mis superiores me dieron la gran alegría de que quedaría en horario de tiempo completo. La felicidad que eso provocó en mí fue justificada por una frase dada por mi propia jefa, la mejor que he tenido hasta ahora (sin necesidad de entrar en “brochazos”): “Pablo, hay que darle gracias a Dios por esto”. Frase profética que yo interpreté, inmediatamente, como venida de lo Alto. El Señor me daba lo que tanto le había estado pidiendo entre sollozos y desesperaciones desde el propio momento en que quedé sin trabajo. El resto sería historia: mi labor, mi carrera y mis finanzas se estabilizarían finalmente y yo haría todo lo posible para no desaprovechar la más mínima posibilidad de crecimiento y de hacer las cosas bien. Definitivamente no es lo mismo trabajar para un lugar donde lo que interesa es solo productividad, aunque eso conlleve someter al empleado a un estrés insalubre, que para una institución que te exige, pero que también te premia con beneficios no solo económicos (al final, eso no es tan importante), sino con un ambiente lindo, retos profesionales y posibilidades muy ambiciosas. Dios escribe recto en líneas torcidas y ahí comprendí el por qué de mi decisión de salir de mi primer trabajo en marzo.

Ah, dato adicional: en este mes comencé a dar cuatro cursos en universidades privadas. Cuando supe la noticia de que tendría tiempo completo en la UCR, poco me faltó para volverme loco. La presión de trabajar casi tiempo y medio me tuvo ahogado hasta incluso hace menos de dos semanas. Fue todo un reto de organización pero logré sacarlo adelante.

Otra buena noticia: un ultrasonido practicado me revela que mi hígado graso descendió hasta el nivel 1 (el más bajo) y que, si seguía teniendo una dieta sana y ejercicios, no sería complicado dejarlo totalmente sano. Fue sin duda un momento de mucha alegría, un premio a tantas preocupaciones y desmotivaciones que ocurrieron tras el anuncio de junio.

Finalmente, todo lo anterior, todo ese desbarajuste de situaciones, premios y decepciones, hicieron necesario el inicio de una serie de consultas psicológicas que me han ayudado mucho. Pobre de aquel(la) que cree que para ir a un psicólogo hay que estar loco, no sabe de lo mucho que sus técnicas y sus palabras pueden ayudar a encontrar un orden en nuestra mente, alma y espíritu. Le estoy muy agradecido a mi psicóloga por ayudarme. Ha sido una pieza fundamental para conseguir que saliera de este 2014 con una nueva perspectiva de las cosas, a pesar de todo lo triste y doloroso que ocurrió.

Octubre:

Mi propósito para octubre fue ir aterrizando el año lo más suavecito posible, de modo que llegara a diciembre sin mucha turbulencia, para ponerlo en términos de aeronáutica. Pero error: el matrimonio de mi hermana significaba una cosa: me quedaría solo en la casa con mis papás. En otras palabras, sería “hijo único” por primera vez en la vida. Eso no dejó ni deja de inquietarme del todo, aunque un mes y resto después de la boda siento que estoy logrando adaptarme a esta nueva etapa de mi vida e interpretar para mi favor este cambio. Pero sea como fuere, en ese momento significaba que los duelos no habían terminado, que faltaba uno más y que posiblemente sería fuerte. Y lo fue.

Convertirme finalmente en el padrino de mi sobrina fue la nota dulce de octubre. Ya tenía un ahijado de Confirmación, pero tener una de bautismo, que además es tu sangre, no tiene comparación. Será una dulce responsabilidad llevar a mi pequeña por el camino de la fe, educarla y catequizarla, con la ayuda de Maricruz, su madrina. Realmente un reto muy bonito que nos pone Dios al frente.

Octubre fue el mes de la lucha por hacer lo mejor que me fuera posible en el trabajo. No es que ya después no lo hiciera, pero dejando de lado situaciones que mucho me afectaron, era hora de asegurar lo mío y así me dediqué a hacerlo. El resultado fue muy agradable.

En lo nacional, las muchachas de la Selección Femenina clasificaron por primera vez a un Mundial, en este caso, al de Canadá 2015. Un año futbolístico de ensueño, increíble, mágico, que ya se había agrandado lo suficiente con la contratación de Keylor al Real Madrid en agosto.

Noviembre:

Mes dominado por todo el tema de la boda de mi hermana y la nostalgia que conllevaba no solo su salida de la casa, sino también por la ausencia de mi abuela, quien deseaba estar en esa ceremonia, aunque Dios decidió que la vería desde el Cielo. Su serenata de despedida y un matrimonio que me pareció muy emotivo, así como su fiesta posterior, me hicieron darme cuenta de que mi vida cambiaba de nuevo (de nuevo, de nuevo… cambia, todo cambia, cantaba la Mercedes) y que las cosas no volverían a ser iguales. Que el gran aprendizaje que sacaría a este 2014 donde TODO cambió y DE TODO pasó sería que ante los retos que presenta la vida se debe aceptar esos cambios y volcarlos a nuestro favor, sin que ello signifique dejar a Dios de lado. Todo lo contrario. La boda de mi hermana terminó de cachetearme y hacerme entender que las cosas son como Él las va diseñando y no como a mí se me ocurren.

Curiosamente en noviembre fue el culmen de tres meses seguidos donde fui testigo de tres sacramentos: la unción de los enfermos de mi abuela en setiembre, el bautizo de mi ahijada en octubre y el matrimonio antes descrito. Los católicos decimos que los sacramentos son gracias, pasos de fe que vamos dando y que nos alientan a seguir adelante. Pues bien, este año, sabiendo Dios que necesitábamos de estos signos, nos brindó la oportunidad de estar ahí para vivirlos.

Lo negativo fue que conforme más se aproximaba el final del año, mayor presión sentía yo con mis clases y mi trabajo. Estaba pidiendo a gritos el final de mes, el cual llegaría, aunque no sin pesar, dificultades y uno que otro encontronazo.

Diciembre:

El dulce mes de diciembre no lo fue tanto. No necesariamente porque la época no lo ameritara, sino porque el estrés generado por mi calidad de profesor y trabajador de tiempo completo me impedían disfrutar de todo lo nuevo que tenía a mi alrededor. Empezar mi nueva vida de hijo único en casa, con un adicional de dolor por la partida de mi abuela, que además de ser el alma de mi familia materna lo era también de las navidades vividas hasta este año que culminó, hizo que la decoración propia de Adviento fuera escasa y austera. El faltante de doña Adilia en estos últimos días se hizo sentir y generó un vacío imposible de llenar, por más actividades familiares que realizamos.

Otra situación de índole personal me recuerda que hay que someter decisiones cruciales en manos de Dios, aunque todo parezca indicar que una actitud liberadora es la más apta. En todo caso, esa ha sido la tónica de estos últimos meses: liberarme de los malos hábitos, de las malas personas, de las malas ideas… en fin, liberarme de todo lo que me atrape en contra de mi dignidad.

Finalmente, un examen de sangre me confirmó que mi salud está casi perfecta y que el tema de la grasa hepática está subsanado. Una noticia de oro para terminar el año con mucho positivismo y retomar mi salud en cuanto terminen las comidas de estas fiestas.

En resumen, el objetivo de setiembre se consiguió: el año aterrizó después de un vuelo lleno de turbulencias fuertes y bruscas, sin más apremio que el de volver a ver al 2015 con un par de proyectos, uno en lo laboral y otro en lo eclesial, que desde ya entusiasman. La salud quedará como prioridad número uno para estos nuevos 12 meses, más después del susto de junio.

Lo sentimental… qué les diré… uno queda como “de goma” después de pasar por ciertas cosas. A eso no le daré mucha vuelta y “solo” lo pondré en manos de Dios, aunque muy sinceramente, cada vez me convenzo más en que la vida de soltero es genial y que no debe ser discriminada ni mucho menos. Más bien, debe ser vista como una sana opción, sobre todo en momentos en que tanta gente adopta una vida en pareja (matrimonial o no) sin pensar las consecuencias que esto conlleva. Ustedes juzgarán…

En resumen, y para no hacer muy largo este comentario que superará las 9 páginas en Times New Roman tamaño 12, este fue un año donde pasó de todo: muerte, conclusión de proyectos, despido de personas, sustos, tiempos de espera y sequía, trámites y choques. Por mucho, el año (al menos de los recientes) en que más lágrimas he derramado por distintas razones… pero también hubo resurrección, nueva vida, nuevas incorporaciones a la familia, frescas y enormes oportunidades… circunstancias que irán tomando forma en este 2015 que hoy empezó y al que le tengo mucha fe. Me basta con que no sea tan duro como el 2014 que acabamos de despedir, gracias a Dios, y que sabemos que no volverá más.

En lo que respecta al país, rápidamente les comento que espero un rumbo definitivo para el gobierno. Me alegra saber que el propio Luis Guillermo tiene claro que hay errores en materia de comunicación, aunque eso no se me hace suficiente para estar tranquilo. 1,3 millones de personas pusimos nuestra fe en él y en sus allegados y creo que es hora de ir viendo resultados, al menos pequeños, de su función presidencial. En cuanto a la Asamblea Legislativa, aunque a priori me parece que está cumpliendo con un papel mucho más decente que la anterior, creo que aún tiene mucho por justificar. Tienen tiempo aún los diputados, veremos qué ocurre con ellos dentro de un año, cuando ya vayan casi por la mitad de su gestión.

Una palabrita para lo internacional: pese a los horribles asesinatos cometidos por los locos terroristas de ISIS contra kurdos, cristianos y otras minorías en Irak y Siria, por poner dos países donde operan, este año concluyó con signos de esperanza para la humanidad. Ya sé que las cosas en la República Centroafricana y en Nigeria, con los otros desquiciados de Boko Haram no son las mejores, que ese tira y encoje de Putin por Ucrania no lo deja a uno tranquilo y que las constantes amenazas de Corea del Norte son inquietantes; pero signos como el de dar el Premio Nobel de la Paz a Malala Yusafai, la muchachita paquistaní que fue baleada y que es ahora la vocera principal del derecho a la educación para todos, así como la intervención del papa Francisco para lograr que Cuba y Estados Unidos retomen sus relaciones diplomáticas y la continuación en el diálogo de paz entre el gobierno de Colombia y las FARC son signos de paz y esperanza en medio del desconsuelo. Quiera Dios que esa misma paz pueda llegar al conflicto palestino-israelí, que el Estado Palestino sea pronto una realidad reconocida por todo el orbe y que este mundo aprenda mucho más del valor del respeto, la sana convivencia y la ayuda mutua para vivir todos mejor y más tranquilos.

Bienvenida la gente que venga (o que vuelva) a llenarme de alegrías; bienvenidas las nuevas experiencias, los nuevos retos, los nuevos ánimos y los nuevos bríos, esos bríos representados en esta fresca brisa sancarleña que me ha acompañado durante este resumen-no-tan-resumido, que se hizo tan largo que hasta la luna vagabunda se aburrió de hacerme compañía y se retiró a dormir. Lo mismo haré yo al ser las 4:33 de la mañana de este 1° de enero, sin Internet a mano para subir la nota en este momento, pero con la satisfacción de haber aprovechado el máximo momento de inspiración que tengo a lo largo del año. Para empezar el año con ánimo, los dejo con la canción "Bienvenido" de Laura Pausini, que me encanta y la siento muy apropiada para este día.

Que pasen un 2015 lleno de retos, paciencia, alegrías, y sobre todo, voluntad de Dios. 

Saludos cordiales.


Pablo.


2 comentarios:

Rafael Angel Vargas dijo...

He leído con atención "A Tïtulo personal" y tengo la impresión de que mas que un resumen o un artículo, es una expresión de sus vicisitudes, tal como lo expresa el título. Es una reflexión de lo bueno, lo malo y lo feo, que siempre será relativo, dependiendo si se ve como algo estrictamente personal o si se compara con grandes grupos de la sociedad, donde a la larga lo feo y lo malo no lo es tanto. Me permitió conocer más sus sentimientos y la forma de ver la vida de su parte.

Unknown dijo...

Muy bonito el mensaje. Te felicito por seguir adelante apesar de las pruebas, sigue así. Eres un buen compañero. Saludos, Caro...