domingo, 7 de noviembre de 2010

¡Católico!, a pesar de todo...

Con la música de Martín Valverde de fondo, de su disco Pablo Íntimo, me nació escribir este comentario en esta tarde gris de domingo. Las canciones de Martín, costarricense, el cantante de música católica más conocido en el mundo de habla hispana, me inspiran casi desde el mismo momento en que tuve la experiencia personal más impactante de mi vida: un encuentro personal con Cristo, en el lejano pero presente 22 de agosto de 1998.

La historia de mi tocayo, el apóstol, y la mía tiene sus puntos parecidos, aunque evidentemente en cuestiones de fe él me lleva millones de kilómetros de distancia. A los dos nos gusta escribir, a los dos nos gusta comunicar, debatir… los dos tenemos un carácter del carajo (no nos complicamos para decir lo que pensamos) y a los dos nos encanta viajar. Dice un autor teólogo cuyo nombre no retengo que si Pablo hubiera nacido en nuestros tiempos, sería también periodista (siempre que pienso en ello me entra un sano orgullo vocacional).

Ambos dejamos nuestras respectivas tierras buscando una misión. Pablo cruzando el Mediterráneo, yo el Atlántico. Y ambos sufrimos los problemas de vivir nuestra fe en un continente ajeno al nuestro, con una clara tendencia al hedonismo (búsqueda del placer por el placer), con principios humanos y morales en decadencia, dominados por un imperio (romano en su tiempo, capitalismo en el mío) en el cual el poder del tener prima sobre el ser.

A mi tocayo y a mí nos tocó difícil, aunque claro está, a mí solo en el barrio de Neuhof, al sur de Estrasburgo, me han sacado tirándome piedras, pero no por causa del Evangelio, desgraciadamente (al que le interese, le cuento la historia por aparte).

¡Soy católico, apostólico y humano! La gran diferencia entre Pablo y yo es que él sí tenía valor y sí confiaba en el Señor… para mí todavía eso es tarea pendiente. Se me dificulta mucho vivir la fe en medio de un continente cuyo cristianismo se basa únicamente en el nombre y en la historia… y en las bellas catedrales y basílicas construidas para su culto. Europa no es más un continente cristiano, por más que El Vaticano diga lo contrario. Aquí la gente joven, en su gran mayoría, se declara agnóstica o atea. Poco margen hay para juzgar: su “descristianización” no es sino responsabilidad de la misma Iglesia, que desde hace mucho tiempo se dedicó a condenar, juzgar, quemar brujas y herejes en lugar de “anunciar el Evangelio de nuevo”, como solía decir el santo y genio de la congregación redentorista, san Clemente Hofbauer.

Pero qué difícil intentar evangelizar en un continente cuya Iglesia se ha decidido a dormir, y en el peor de los casos, a des-evangelizar. Ir a misa aquí realmente es una prueba para uno como creyente: hace falta fe para creer que Cristo está realmente presente entre el frío de esa gente, de los curas, del templo, de los cantos y de las homilías, que el 99% son leídas de cabo a rabo.

Iglesia y antiguo Panteón romano
Cómo me cuesta vivir mi fe con la cabeza en alto, cuando la mayoría de curas europeos (y algunos incluso en América Latina) toman este asunto como una tarea de domingo. Aquí en Francia, la Iglesia se resignó hace mucho tiempo a desaparecer. Cual enfermo en estado terminal, se dedica simplemente a hacer lo básico para sobrevivir. No existe el entusiasmo en sus celebraciones ni en sus actividades, mientras que los fieles (a quienes no me atrevo a llamar comunidad, porque está claro que eso aquí no existe salvo en cerrados y a veces clasistas grupos) tampoco se esfuerzan por sacar adelante la tarea, olvidándose de aquello de “laicos comprometidos”.

Muy a menudo me pregunto qué habría hecho San Pablo en nuestro tiempo y en el continente donde desarrolló su obra. Creo que el Espíritu Santo sigue en su Iglesia tan presente como en sus inicios, pero la jerarquía lo tiene encerrado en una jaula de oro, sin posibilidades de salir. El súper apóstol, en cambio, lo externaba en cada una de sus cartas y prédicas. Me siento entre la espada y la pared, amenazado por ataques disfrazados de derechos humanos, pero bloqueado por una Iglesia que no se mueve.

¡Qué fregado predicar un Reino de Dios que se acerca a los pobres cuando la Iglesia francesa (y europea en general) tiene siglos de estar en medio de un adulterio con el poder y el dinero, olvidándose de Quién es esposa! Triste decirle a la gente aquí que Dios es amor, cuando los discursos y documentos se basan la mayor parte del tiempo en condenas, prohibiciones y caras arrugadas. Así es imposible transmitir la caridad que nos viene de Dios, de la cual está empapado el Evangelio, especialmente en lo que concierne al perdón, al llamado al arrepentimiento en el amor.

Como si no fuera poco, mi Iglesia se ha apresurado mucho en atacar temas tan frágiles como las uniones homosexuales. Y aunque yo no comparta esa forma de vida, tampoco me atrevo a juzgarla porque creo que aún hay mucho sin saber, sin discutir. Resulta especialmente difícil debatir cuando no se conoce al otro. Igual, creo que en este tema específico la Iglesia no ha dicho su última palabra. Habrá que esperar a que pase el tiempo y que sea la misma Iglesia la que se abra al diálogo, a integrar a la comunidad homosexual tal como lo dice el catecismo, con atención delicada y especial.

Buen ejemplo de fanatismo anticatólico
Y también me cansa el anticatolicismo que veo en la calle, en la prensa y hasta en Twitter. El irrespeto ante la fe (MI FE) lo considero también una falta grave de tolerancia tanto como cuando sucede a la inversa y fanáticos religiosos ofenden a quienes no viven su vida de acuerdo a los lineamientos del Vaticano. El fanatismo y la intolerancia es lo peor que le puede pasar a cualquier grupo humano.

Hay temas de temas y realidades diferentes. Estoy casi en un 100% de acuerdo con la Iglesia en su postura contra el aborto. La defensa de la vida y del más indefenso ser en el mundo, el feto, debe primar sobre la irresponsabilidad y/o la falta de cuidado de algunos. Sobre la eutanasia no puedo decir lo mismo, porque creo que cuando una persona sufre y está ya desahuciada, ella debería tener el derecho a decidir no sufrir más (aunque considero que el contrapeso que hace la Iglesia es necesario para que esto no termine siendo una industria de la muerte).

Volviendo a temas internos eclesiales, si bien la simpatía de Juan XXIII, la elocuencia de Pablo IV, la sonrisa de Juan Pablo I y el carisma de Juan Pablo II ayudaron mucho a que la Iglesia se mantuviera a flote en la segunda mitad del Siglo XXI, creo que Benedicto XVI rompe con esa seguidilla. Y aunque nadie le quita lo sabio que es, en el fondo lo siento un teólogo que escribe para teólogos, no un pastor que guía un pueblo.

Mis pies junto a los del maestro, según la tradición. Quo Vadis
Mi visita a El Vaticano y sus lujosos museos, no produjo en mí ninguna emoción positiva desde el punto de vista religioso, en agosto pasado ¿Será por eso que me movió el piso mi inolvidable permanencia en la humildísima capillita del Quo Vadis en la Vía Apia, donde dice la tradición que Cristo se apareció a Pedro cuando salía huyendo de Nerón? El lugar por donde pasaron Pedro y Pablo no goza de gloriosas excentricidades, más de las huellas que según cuenta la tradición, son las mismas que Cristo grabó en el marmol, al momento de la aparición. ESO sí me impactó.

Basílica del Quo Vadis, Vía Apia.
Mi Iglesia, la Iglesia en la que todavía creo no es aquella de los lujosos altares, los impresionantes cuadros y los cálices de oro. El catolicismo que guardo en mi corazón es el de tanta gente humilde, hormigas de parroquia, que con su labor infatigable y desinteresada guardan el calor a lo interno del Espíritu. Es a esa Iglesia a la que le creo.

Mi teoría es que mi Iglesia necesita volver a ser aquella de las catacumbas. La Iglesia necesita ser de nuevo perseguida, pero no por persecutora, sino por defender a quien en la caridad es más débil. ¡Cómo me gustaría ver una Iglesia tomando la cabeza en la lucha por la defensa de la naturaleza, contra las impunidades y las injusticias, contra los derechos humanos básicos, contra la corrupción en los gobiernos! (y no formando parte de ella, como tristemente ha sido el caso en Costa Rica y muchas partes del mundo).

Cristo bendiciendo al mundo. El Vaticano
Mi fe sigue ahí, tan presente como el Dios que me puso a soñar hace tanto tiempo y que me trajo donde estoy. Seguiré en mi fe y en mi Iglesia a pesar de las piedras. Ruego al Señor, eso sí, que mi Iglesia no se aleje de mí. Que me dé más razones para sentirme orgulloso de ella, tantas como me las da aún hoy Monseñor Romero, la Madre Teresa, Monseñor Gerardi (de Guatemala), San Francisco de Asís, y aquél hombre del Siglo I que tuvo que pasar una ceguera para ver la luz: Pablo.