martes, 5 de julio de 2011

Mi máster: un título que forjó caracter

Catedral de Estrasburgo
de noche
Era el 30 de junio. La víspera del segundo aniversario de mi admisión al máster francés con el comenzó todo este camino. Esa tarde llegó la noticia que esperaba con ansias, aunque en un momento no muy agradable. Yo venía del hospital donde me confirmaron una tardía varicela, que se supone debería darle a uno cuando está carajillo. Mientras hablaba con mis papás vía skype, contándoles de lo que la doctora me había dicho, entró un correo de la secretaría de la Escuela de periodismo en Estrasburgo… “Résultats du 4ème semestre”. Detuve la conversación y la respiración. Abrí cuidadosamente el correo y el documento adjunto que tenía mis calificaciones. ¡Había ganado el master! Y auque me alegré, supe que el festejo lo tendría que dejar para más adelante, porque en ese momento debía ocuparme de mi prioridad número uno: mi salud.

Dios permite a veces circunstancias poco graciosas que a la larga terminan siendo una gran lección. Me tomó poco darme cuenta que el hecho de recibir esta noticia al mismo tiempo que me “rascaba” las vejigas (ampollas) con medias en las manos tenía mucho sentido: “nada mejor que una buena varicela para que este máster en periodismo de l'Université de Strasbourg no olvide que sigue tan mortal como siempre”. En otras palabras: “ahí está, pero que no se le suba mucho…”. Y de hecho así fue.

Yo frente al edificio de mi U.
Lo he tomado con humildad, sabiendo que el sueño por el que tanto luché no es un motivo para sentirme semi dios (hasta me río pensándolo). Se trata sí de una recompensa académica, un fruto de tantas noches de desesperación y frustración al frente de la computadora, redactando notas o resúmenes en francés. Ni qué decir de esas quedadas hasta tarde (máximo 10p.m.) en el segundo piso del edicio Escarpe, donde estaban mis aulas y estudios de grabación. Cuántas horas pegado a un buen poco de hojas de derecho o historia francesa, intentando descifrar temas que desconocía o viéndome “a palitos” con fotocopias de teoría sobre los tratados, normativas y funcionamientos del gran monstruo llamado “Unión Europea”. Mi hermana que estuvo conmigo casi al final de mi permanencia estudiantil en Estrasburgo puede dar fe de mis levantadas a las 4a.m. para salir a la universidad con los típicos -2°C que hay a esa hora en marzo.

Invierno desde la ventana del aparta.
La lista de sacrificios se extiende más si tomo en cuenta que, honestamente, no tuve el grupo de compañeros que hubiese querido. Aunque hubo muchos que no dudaron en tenderme su mano para ayudarme y solo unos cuantos a quienes puedo llamar verdaderos amigos, lo cierto es que el ambiente de mi generación no era ni el más sano ni el más agradable. No se me veía con la misma lupa y si de madurez se trata, tuve compañeros de clase con edades entre los 24 y 26 años que se verían perfectos con un uniforme celeste y azul en cualquier colegio de Costa Rica. La diferencia no se notaría.

Bandera de CR en mi ventana
Los fines de semana sin salir… porque no tenía con quién… en la soledad de mi apartamento, sintiéndome lejos de mis amigos y de mi familia. Tantos momentos de soledad: los almuerzos y las cenas, los resfríos, los papeles administrativos, los (no pocos) pleitos con las instituciones francesas, los fríos de invierno y ese manto blanco de nieve que deprime… también solo. Todo solo. Tanta soledad me hizo madurar, sacar fuerzas de donde creía que no tenía y demostrarle a Dios y a mí mismo que contaba con el valor para superar cualquier obstáculo, por duro o complicado que este fuera.

Este master que ahora disfruto fue una doble escuela: de periodismo y de vida. Aprendí a sentirme adulto, a ser dueño de mi destino, de mi libertad (saber dónde comenzaba y dónde terminaba), a sentirme independiente y a saber que nadie me iba a consentir ni a tener piedad, que no quedaba de otra: sería yo mismo quien se ocuparía de mí.

Árboles de la U en otoño.
Pero hubo también momentos de luz, como todos los que compartí con mis verdaderos amigos en Estrasburgo, a quienes les debo parte de mi maestría, porque sin su ayuda y sus bromas no hubiera sido posible llegar hasta el final. Aquellas idas al cine en las noches, las caminatas por el centro y los alrededores de la Catedral, las andadas en bici y las pizzas en el edificio de Mayore y Ermeline… momentos muy divertidos y hermosos que marcarán para siempre mi memoria.

El máster que me hizo conocer Islas Canarias en la última práctica profesional y el gran último viaje a China, del cual ya hablé en el último post. Con él tuve acceso a Radio Francia Internacional, lugar donde me gustaría trabajar el resto de mi carrera profesional, lo digo sin ningún tipo de tapujos. Un máster que dividió mi vida en dos y que solo me hizo ser mejor.

Mi cuarto. 3 piso,
edificio de atrás
Ese período de mi vida llegó a su final. Este título físico que aún no llega pero que vendrá dentro de unos meses se lo debo evidentemente y en primer puesto a Dios, quien fue mi Gran Acompañante invisible en cada instante, quien me sostuvo y no me dejó claudicar. Pero ingrato sería no sentar en primera fila a mis padres… este máster es de ellos, por todo el sacrificio que él implicó. Gracias papi y mami, los llevo siempre en mi corazón, de eso no les quepa duda. También hay que mencionar a mis hermanos, que siempre estuvieron ahí apoyándome, al resto de mi familia, de mis amigos… y a cada persona que en algún momento de silencio durante su oración se acordó de este mortal. Este título es gracias a todos ustedes.

Vista de las residencias de noche
Solo espero como profesional, donde me toque estar, ser consecuente no solo con mis capacidades académicas y prácticas, sino también con mis convicciones más profundas. Desempeñar un periodismo serio, necio en corroborar información, enfocándose siempre en defender al marginado y señalar lo injusto y podrido. Para eso estudié, para eso me jodí. Ahora ¡a trabajar!


Los dejo con esta cancioncita... que es casi como si su compositor, el argentino Daniel Poli, me la hubiera dedicado a mí. El título, "Sueños" lo resume todo. Tómense los 4 minutos que dura y oíganla... más si ustedes, como yo, tienen un anhelo por cumplir (¡y que ojalá lo tengan! porque vivir sin soñar es como no vivir). Soñar es fácil, hacerlo realidad es complicado. Este master que ahora celebro no es el final del camino, pero es un signo de lucha, dedicación, esfuerzo... Nada hay más gratificante que concluir con un hecho lo que para uno alguna vez fue un sueño.