viernes, 15 de marzo de 2013

Francisco, el humilde, el reformista

Una pequeña semilla de mostaza puede llegar a crecer como un frondoso árbol, de modo que los pájaros lleguen a anidar en sus ramas y que dé suficiente sombra para servir de reposo a las bestias y seres humanos que descansen bajo su follaje.

Esa comparación evidentemente no es mía, es de Jesús de Nazareth, aquél “hippie” de Galilea que llegó a complicarle la vida a los escribas, fariseos, saduceos... ¡maestros de la ley! A toda aquella clase dominante en el inicio de la era cristiana... Jesús (mejor conocido como Nuestro Señor para quienes así lo reconocemos desde el cristianismo) fue un revolucionario humilde, el más importante, el que desde un pueblo que no valía absolutamente nada en la época cambió la historia del mundo con un mensaje tan subversivo ayer como hoy: amar al prójimo como lo hacemos con nosotros mismos.

Ese “mechudo – chancletudo” (Dios sabe que se lo digo con todo cariño y sin el más mínimo irrespeto) puso de cabeza al mundo. Y prueba de Su resurrección es que, 2000 años después, lo sigue haciendo. Curiosamente, poco más de mil años después, otro revolucionario aparece en medio del paisaje más hermoso que este quien les escribe ha visto en su vida: Assisi, en la Umbria italiana, una montañita ubicada en medio de otras, donde la naturaleza tiene su propio encanto y donde la paz y el bien se respiran por doquier. Fue en este marco donde otro loco decidió dejar las riquezas, la fama y el poder que le hubiese heredado su familia... y diciendo que oía una voz que venía de una pintura del Crucifijo de San Damián, empezó a juntar piedras para reconstruir una pequeña iglesia en ruinas. 

Ese nuevo “hippie”, inspirado por el otro que le antecedió, no tardó mucho en entender que la reconstrucción de la que le hablaba Cristo no era para un templo físico sino para la institución que Él ideó. Y así fue a hablar con el Papa de la época, andrajoso, quizá maloliente, pero con corazón humilde. San Francisco logró así abofetear a la Iglesia de la época, que prefería la ostentación, el poder y la riqueza al Evangelio. Una Iglesia equivocada. Pero el Espíritu Santo, que por más trancazos que nos hemos llevado en dos milenios no nos suelta, permitió que aquel chiquitín (medía como 1,40m) fuera la nueva semilla de mostaza y hoy la orden franciscana se cuente como una de las más importanes y numerosas del mundo.

Finalmente, casi mil años después del desquiciado de Asís, llega del sur de América alguien con el que nadie contaba. Un tipo que parece sacado de un cuento. A Jorge Mario Bergoglio las casas de apuestas creo que no le daban ni el 10000 a 1 en sus pronósticos antes del cónclave. El cardenal bonaerense estaba listo para llegar a la Capilla Sixtina, votar y volver a su pequeño cuarto y su vida rutinaria. Pero no, Dios tenía otra cosa pensada y los cardenales decidieron con la iluminación de lo alto colocarle las vestimentas blancas para nombrarlo líder y guía de la Iglesia Católica. Para serles sincero, yo tenía un muy buen “presentimiento” sobre el resultado de este cónclave. Yo sabía que, quien saliera, sería un buen pastor para nosotros los fieles. Pero jamás, jamás, me hubiera imaginado tantos signos bellos y evidentes como los que el Papa nos ha regalado en menos de 48 horas de ser sumo pontífice.

Empecemos por el principio. Creo que lo había hablado con mis amigos más cercanos, barajando los nombres que podía tomar el nuevo papa y que serían muy significativos. Uno de los que en algún momento sonó fue “Francisco”... o lo que sería igual, un humilde reformista, que con amor y decisión devolviera a la Iglesia a sus orígenes... pero era demasiado genial para poder ser cierto. Pues cuál va siendo mi sorpresa cuando, en la muy enredada traducción de CNN en español, entendí después de la fórmula de presentación el nombre “Franciscum”. Y me rehusaba a creerlo. ¡Un papa que se llame Francisco! ¡No podía ser! Pero igual, mi mente siempre cautelosa le dice a mi alma jubilosa “tenga paz” y a ver cuánto de imitador de “San Chico” podía tener este nuevo hombre. Pues no me tomó mucho tiempo el averiguarlo: verlo salir por la logia de la Basílica de San Pedro, con sus manos hacia abajo, con una cara más de temor, timidez y alegría que de soberbia y vanidad. ¡Y todavía no había terminado! Antes de dar la bendición “urbi et orbi”, el primer papa americano, el primero jesuita, le ruega a la grey congregada en la Plaza de San Pedro hacer una oración por él mientras agacha la cabeza en señal de respeto y de cierta sumisión hacia el cuerpo de Cristo, la verdadera Iglesia. Si no lloré fue porque estaba en la sala de redacción y tenía que estar concentrado en transmitir la información de la forma más clara posible, pero mi espíritu se conmovió como hace mucho tiempo no lo hacía (desde, curiosamente, mi visita a Asís en abril del 2011).

Y después de recuperarme de esos dos detallitos, comienzo a buscar información del tal Bergoglio en Internet. Ya lo conocía, yo sabía que era el cardenal de Buenos Aires... pero ¡nada más! No sabía que pertenecía a la Compañía de Jesús, menos que había sido uno de los que puso a moverse a una de las arquidiócesis más conservadoras de América Latina y el hecho de que fuera su propio chef, que viajara con el resto de mortales en el metro bonaerense, que viviera en ese pequeño cuartito, negándose a una cómoda habitación del Palacio Arzobispal... creo que fue ahí cuando me dí cuenta que la elección del nombre no había sido casualidad. El nuevo papa nos estaba diciendo que quería seguir las huellas del loco de Asís, y no solo en humildad: el solo hecho de escoger un nombre que nunca se había usado, de ser nombrado pontífice desde el Continente de la Esperanza, de sentirse siempre “uno más” entre los feligreses son signos de cambio, de renovación... ¡Dios! Todo calzaba. Y todo calza más aún. Quizá es temprano para atreverse a decir que este Francisco será otro reformista, pero ¡apunta hacia ello!

Y uno sabe que un papa debería ser el primer servidor, pero cómo les ha costado a los pastores de la Iglesia quitarse esa etiqueta de pseudo rey y entender su papel dentro de este asunto: el mismo que daba el Concilio Vaticano II hace ya 50 años: el de confirmadores en la fe, sucesores de Pedro, pero que como el pescador de Cafarnaum tendrían que morir con su pueblo devorado por leones o crucificado si es del caso.

De pronto y las supuestas profecías de San Malaquías no están tan equivocadas y este “Petrus Romanus” es el último pontífice de una forma de hacer Iglesia y es el primero de otra. Perdón si me aventuro mucho pero es que lo que he visto en tan poco tiempo le llena de ilusión a cualquiera: pedirle a sus compatriotas que no viajen a Roma para ver su consagración como obispo de esa diócesis y más bien destinar ese dinero a los pobres. Sus palabras en los videos de Cáritas cuando estaba en Argentina, su foto en el bus con el resto de cardenales, como “uno más”, su fuerza y sencillez (a cual más grande) en la homilía de este jueves... ¡en fin! Un papa como Dios manda, uno que es capaz de hacer reconocer a ateos y protestantes que estamos ante un hombre poco común, uno humilde, uno que predica con el ejemplo, y Cristo sabe cuánto los católicos hemos rogado por alguien así. No digo que los otros papas en la historia no hayan sido del todo humildes, pero ya era hora de ver a alguien tomar la sencillez del carpintero de Jerusalén y aplicarla en el puesto más alto de la jerarquía católica: uno al que no le tiemblen las manos para lavarle los pies a los demás.

¿Qué seguirá con Francisco? Mi corazón tiene varias expectativas pero prefiero aguantarme un poco. Hay que dejarlo ser papa, terminar de hacer una limpieza profunda en la Curia vaticana (que buena falta le hacía), seguir los pasos de Benedicto XVI (a quien cada día quiero más) y terminar de extirpar a la Iglesia de escándalos de pedofilia y pecados ocultos. Y lo más importante de todo, encontrar esa fórmula escurridiza para hacerle entender al mundo que Dios, con todos los pecados que existen, todavía lo ama. Y a la Iglesia, su Iglesia, que es la llamada a llevar ese mensaje a quienes todavía no lo conocen... o peor aún, no lo han vivido.

Católicos: ¡estemos felices! Hace días lo vengo diciendo: se avecinan los mejores tiempos que nuestra fe haya vivido, tal vez en su historia. No digo que la persecusión se detenga y seamos todos felices. Al contrario, estoy seguro que los anticatólicos ya están buscando "el pelo en la sopa" de Francisco, también podríamos ser golpeados con más fuerza, pero ese Espíritu Santo que ungió a Monseñor Bergoglio como sucesor de Cefas seguirá con su Iglesia. De por sí, estábamos advertidos: “y las puertas del infierno no prevalecerán sobre ella”.

¡Viva el Papa! ¡Viva Francisco! Dios tenga todavía más compasión y nos lo regale por muchos, muchos años más. Y ojalá tenga el "efecto semilla de mostaza" que tuvieron esos dos revolucionarios descritos en este post.

Los dejo con su primera homilía: tan sencilla y directa como magistral: