viernes, 10 de junio de 2011

China o el dragón loco

 
Léase solo si se tiene buen estómago (y no estoy jodiendo).

Me da pena ver que han pasado 6 meses desde el resumen anual y que no he escrito nada… pero en parte es porque realmente no he tenido mucho tiempo para inspirarme… he estado realmente “tallado” por un año que ya de por sí se anunciaba duro. Terminar la U, la práctica en Canarias, un descansito merecido en Italia y la última práctica en China con la gente de mi máster acabó con mi musa. Pero de eso hablaremos con más calma la madrugada del 1° de enero del 2012. Por ahora mi vida es un desmadre, pero también ya habrá tiempo de hacer un comentario personalizado sobre el asunto.

 
El viaje a China fue, por experiencia de vida, algo que será inolvidable. No solo porque con eso terminé mi travesía por la maestría estrasburguesa en la que he estado inmiscuido los últimos dos años y medio, sino también porque ese lugar es realmente otro planeta… Me encantaría decir que fue una grata vivencia, pero la verdad es que no lo fue. No solo porque pasé más enfermo que sano (explicaciones no vienen al caso…) sino porque me parece el vivo ejemplo de un país que cuenta con todo el dinero que quiere pero que no sabe qué hacer con él.

No podía faltar en la China comunista un buen Mc Donald's
En China TODO está en construcción. Kunming, la ciudad donde estuve, es el mejor microcosmos para evidenciarlo. Aeropuertos, edificios, carreteras, ferrocarriles, centros comerciales, metros… todo haciéndose a un ritmo súper intenso en una ciudad catalogada “pequeña” y “del interior”, de “tan solo” 7,5 millones de habitantes. Se trata de una metrópolis habitada por gente que hace tan solo una o dos generaciones eran campesinos que recogían arroz o tabaco. Esto provoca un cambio de marcha bastante fuerte, casi forzado, que origina una mezcla bizarra entre la modernidad occidental y las costumbres que podríamos considerar como retrasos si las observamos con los ojos del oeste.

Por allá es normal que la gente “se saque los gargajos” como decimos en Costa Rica, o sea, que hurgue en las profundidades de su garganta y bote las flemas en cualquier lado y ante cualquier circunstancia, ya sea en el centro de la ciudad o en un restaurante fino. Ni qué decir de los servicios sanitarios públicos: un espacio abierto sin puertas donde los usuarios están separados por un pequeño muro. Ellos se agachan y cagan de forma que la mierda caiga en un canal común. La caca es llevada por una descarga de agua, aunque es bastante común que la gente tenga mala puntería. Solo imagínense el olor de todo eso mezclado en un pequeño cuarto que no supera los 30 metros cuadrados y donde la única ventilación es la puerta abierta. Las moscas son las más beneficiadas.

Campos de repollo en Tonghai, a dos horas de Kunming,
Para ser justos con la verdad no vi ni carne de perro ni de gato ni de rata… o al menos si la tuve en frente no sabía que era de esa procedencia (y mejor que siga siendo así), aunque un compañero que estuvo en un pueblo lejano a la ciudad sí trajo fotografías que evidenciaban que la carne de can compartía estantes con la de cerdo en la carnicería.

Los problemas de higiene no paran ahí. Encontrar jabón en un baño público es simplemente una utopía. Los servicios sanitarios en los restaurantes (que no tienen taza sino un huequito con un canal pequeño) generalmente son imposibles de utilizar y este servidor y sus compañeros debían esperar a llegar al hotel para hacer “sus cosas” con tranquilidad y un mínimo de limpieza.

Otro aspecto no menos chocante es el desorden de ese país. Yo, que pensé que no había nada peor que caminar por las aceras de San José y de San Salvador, vi que me había equivocado. Los chinos tienen ventas ambulantes en muchas calles y lo peor es que mucha gente se detiene a comprar, lo cual produce un embudo muchas veces saturado que impide la movilización. La solución entonces es tirarse a la calle… pero ojo, que los habitantes de Kunming son amantes de los scooters eléctricos. Y por un lado a Dios gracias que es así, porque casi todo el mundo tiene uno y esto evita una contaminación que podría ser de una escala lamentable, pero por otro lado, ¡oh peligro! Porque estas cosas no producen sonido y los chinos las manejan como si fueran bicicletas, al punto de que algunos las conducen sobre las aceras. Y pedir que circulen por la derecha o la izquierda significaría casi provocar una revolución: ellos pasan por donde haya campo, con sus pitazos como única advertencia para los pobres peatones de no meterse en su camino o exponerse a un buen atropello.

El sol poniéndose en Tonghai. De lo más lindo que ví.
Y el otro peligro en la calle son los carros y lo terrible del nivel de manejo de los choferes. Me tocó en el primer fin de semana venirme un poco “urgentemente” del lugar donde estábamos haciendo el reportaje (cierta necesidad digestiva ocasionada por el exceso de picante en la comida lo ocasionaba). Pero cuando entré al taxi no sabía si me preocupaba más eso o simplemente llegar con vida al cuarto. Al taxista simplemente se le ocurrió manejar contra vía y yo veía cercana la hora en que nos matábamos. En fin, toda una experiencia de conducción extrema.

Como si fuera poco lo triste no acaba ahí. Los chinos siguen siendo censurados, como si fueran máquinas, no tienen posibilidad de analizar o pensar… el gobierno les enseña lo que tienen que saber y listo… Estando en una conferencia sobre medio ambiente con un profesor universitario relativamente abierto a la crítica, le pregunté por qué si China estaba tan preocupada por el ambiente, no había aprobado nunca el protocolo de Kyoto. La respuesta fue tan honesta como definitiva: el pobre tipo no conocía bien las políticas estatales de medio ambiente y prefería no dar una opinión sin conocerlas…
"Pablo" en Chino escrito por mi y con la ayuda de esos chinos

Pero pese a todo, China también me mostró sus luces. La gente en general nos trató bien, a pesar de las evidentes y casi inexpugnables dificultades comunicacionales. Especialmente el estudiante chino que estuvo con nosotros fue simplemente sensacional. En cuestión de pocos días lo sentimos más como un amigo que como un traductor. En general son personas sumamente amables, poseen una extraña costumbre de ofrecerle a uno un cigarro cada 10 minutos (yo, aunque no fumador, me vi en la obligación de aceptar el cigarro y guardarlo, argumentando que lo dejaría para después, para no darles un disgusto). A ellos les duele decirle a uno “no” y por eso no lo hacen. Siempre tratan de complacerlo a uno y principalmente los más humildes tratan de darle a uno lo que ellos no poseen. Esos no cambian bajo ninguna cultura, reflejan siempre la sencillez del ser humano, parte del amor de Dios en el corazón del hombre.

Ciudad típica en el nMostrar todoorte de China. Muy lindo.
La experiencia de hacer reportajes dependiendo siempre de un traductor chino-francés o chino-inglés fue enriquecedora. Conocer una cultura TAN diferente a lo que ya he visto, intentar acostumbrarme a un tipo de comida al cual no pude habituarme, sentirme incapaz de expresarme (incluso a nivel de lenguaje de señas, ellos tienen otras formas de decir las cosas) y lo que más me dolió, verme con posibilidades mínimas de comunicación con mi familia, con mis amigos y mi gente de twitter fue algo que dificultó más aún la travesía por el lejano oriente. En fin, China viene siendo como un poderoso dragón, con grandes garras, fuertes músculos, un gran hocico, afilados dientes… pero que no sabe cómo atacar y que termina tirando fuego por todos lados. Algo que va muy rápido… pero que no sabe dónde va.