sábado, 2 de noviembre de 2013

¿Quién dijo que la muerte no tiene solución?

Si hay un tema a lo largo de mi vida que me ha intrigado, provocado primero miedo, luego curiosidad y últimamente regocijo es el tema de la muerte. Y ¿qué mejor fecha que esta para hablar sobre ese fin que en realidad no es un fin, sino una mudanza? Le robo esta concepción a Facundo Cabral (a quien imagino en el cielo haciendo coplas y conciertos para el regocijo de todos) para tocar un tema que no es ni de realidad nacional ni personal, pero sí que me encanta y apasiona: la muerte.

La muerte, señoras y señores, se puede ver de dos formas: sin Dios, es decir, engañándose y creyendo que cuando cerremos los ojos por última vez todo acabará y uniremos nuestra materia inerte a la del resto del universo... o bien, como la fe cristiana lo ha señalado desde hace unos 1970 años (o más si juntamos las creencias judías): un paso, una pascua hacia la definitiva y final vida, que será la que nos espera al otro lado.

Entender la muerte sin Dios debe ser desesperante... el solo imaginar morir y que todo se acaba me estremece porque, después de todo, no tendría ningún sentido ni trascendencia nuestra existencia. En cambio, la muerte con Dios no solo tiene sentido sino que forma parte de su creación, haciéndola hermosa, necesaria y enriquecedora.

“La hermana muerte” la apodó san Francisco. Claro que hay que llamarla con cariño. Porque al final su misión es solo una: recordarnos que somos imperfectos y necesitados, frágiles y finitos. Pero a la vez, darnos ese pasaporte hacia la vida que nunca acaba.

Ahora bien, el momento en que nuestra alma se separe de nuestro cuerpo también nos impone (a los que creemos) hacernos un balance de cómo anda la cosa por acá. Teológicamente debemos tener claro que no se trata de “portarnos bien para ir al cielo” (error que durante mucho tiempo la Iglesia se encargó de difundir). Por mejor que nos “portemos” jamás seremos dignos de merecer tan grande dicha. Es obvio que la resurrección es un regalo dado por Dios que nadie jamás podría “comprar” con buenas obras. Lo que sí es necesario es vivir en concordancia con la voluntad de Dios, o más simplemente, vivir amando. Pero ese es un tema que quedará para otro día.

La muerte es sinónimo de vida, de libertad, de plenitud... de dicha. Si en mi encuentro personal con Cristo que describí en mi último post dije que había sentido la alegría más grande de mi vida, asumo que el cielo es un millón de veces eso. Porque mis amigos: sí hay un más allá. Y no solo me respalda mi fe, aunque sí me basta. Existen miles de testimonios de gente (algunos de ellos conocidos) que han tenido una experiencia cercana a ese paso: el alma que se despega del cuerpo, la percepción de verlo todo “desde arriba” e incluso, de ver otro lugar después de eso: un tunel, un campo verde, conversar con personas que partieron antes y la percepción de tener que regresar “a terminar algo”. Incluso, muchos de ellos describen lo que había a su alrededor a pesar de no tener signos vitales, y obviamente, la capacidad de percibir con sus sentidos.

Algunos dicen que las experiencias cercanas a la muerte es el “último respiro” de las neuronas antes que todo se apague. Pues ¡qué capacidad del cerebro! Ir más allá de la percepción normal para describir cosas e imágenes que son narradas como “más reales que lo que vemos en nuestra realidad”, con lujo de detalles, sin que ya en el cuerpo nada funcione.

El mito del fin con la muerte es eso: un mito. Perdone usted si cree o no cree, pero ese asunto es tan real como la ley de la gravedad. ¿Que no está científicamente “probado” pese a las investigaciones neurológicas que concluyen cosas que no se explican? Claro. Resulta difícil hacer un “estudio” desde el otro lado. Pero en fin, creamos o no, hay una gran verdad: ese momento nos llegará a todos e imagino que, desde el otro lado, más de uno me dirá “tenías razón”.

Pienso en el momento de mi muerte todos los días. ¿Que estoy loco? No. Simplemente se trata de recordar cómo estoy actuando a diario para que ese instante no me tome del todo desprevenido. La pregunta que nos harán del otro lado será: ¿cuánto amaste? Y de eso dependerá el que realmente queramos estar en ese lugar tan lindo y especial... o que estemos lejos del mismo, para siempre.
No me creo santo (estoy lejísimos de ese estado) pero sí creo que si la muerte me sorprendiera hoy pasaría “raspando” para ver a ese Ser que me pensó y amó tanto, desde el inicio hasta el fin de mi vida en esta tierra. Dios sabe que si he actuado mal en el fondo no es porque lo odie a Él o a mi prójimo, sino porque en el fondo estoy en búsqueda de mi felicidad, de una forma no correcta tal vez, pero en ningún caso mal intencionada. Y si el asunto funciona como decía San Pedro: “un poco de amor cubre multitud de faltas” entonces creo que con eso y con la misericordia de Dios, llegaré a la meta de la que tanto habló Pablo el grande.

Claro, eso me hace cuestionarme qué pasará con quienes dedicaron su vida terrena a hacerle el mal a los demás: a robar, a la deshonestidad, a acumular poder y riqueza en detrimento de quienes no tienen nada (el evangelio del rico y el pobre Lázaro), a quienes maltrataron, abusaron, torturaron y mataron. A quienes fomentaron el hambre, las guerras, las enfermedades (por no luchar contra ellas). En fin, a todos los que se dedicaron a odiar en lugar de amar. Pronóstico reservado, aunque sí, aún para ellos hay misericordia si se da un arrepentimiento seguido de la conversión.

Entrada a la cripta donde reposa el cuerpo incorrupto de (san)
Padre Pío. Como pueden ver el lugar es completamente dorado
lo cual simboliza la resurrección en lugar de tonos oscuros.
Es por eso que en este post quería dejar un mensaje póstumo para cuando a me toque abordar ese tren que me llevará a un destino final y definitivo:

“Quiero decirles que sin duda, donde estoy ahora estoy mejor que donde estuve. Que viví la vida con amor, con emoción, con pasión (a veces quizá con demasiada) y con temor y amor a Dios. Quiero que sepan que los llevaré a todos en mis oraciones, y que aunque sé que mi falta les duele, el consuelo de saber que estamos unidos por medio de un único y mismo Dios debería bastar para reconforarlos. Que la comunión de los santos en la cual creemos no son simples palabras, sino que así funciona la eternidad. Y que, por sobre todas las cosas, el amor nunca terminará. Por lo tanto sean valientes y sigan viviendo que aunque no físicamente, yo también los acompañaré junto con el Señor hasta el fin de sus días.


Sonrían, porque a pesar de la tristeza que pueda embargarles mi falta, en mi vida terrena siempre traté de hacer sonreír a la gente. Creo que lo mejor que podemos hacer, mientras tenemos tiempo, es dar felicidad. La sonrisa es la muestra inequívoca de un corazón que tiene amor, y sin amor la vida se vuelve vacía, porque al final, el amor fue nuestro comienzo y será nuestro destino”.

Termino con una canción de Martín Valverde que creo que engloba todo este tema y la cual invito a ustedes a escucharla. Se llama: "No se han ido del todo" y creo que es muy apropiada para concluir este comentario.

Saludos. Pablo.



jueves, 22 de agosto de 2013

Esta es mi fe; 15 años de Dios en mi vida

Voy a contarles una historia, LA historia, MI historia. Quizá no lo hice antes porque no quería estropearla, porque no tenía aún la madurez para pasarla en palabras. Es la razón que justifica el motivo que me hace creer, esperar y amar. La explicación de estar tan agradecido con Dios, que como dice el salmo: “Me sacó de la fosa fatal”. Esta, señoras y señores, es la narración de un camino lleno de piedras, de un valle que casi llega a ser de muerte, de un abrazo, lágrimas y una conversación que lo cambiaron todo... Esta es la historia de mi Encuentro Personal con Cristo (EPC).

Antes de entrar en materia quiero hacer una aclaración. Lo que usted leerá (si se atreve) a continuación no es ni dogma de la Iglesia, ni ha sido comprobado por científicos, ni tampoco ha sido estudiado por psicólogos, psiquiatras o físicos cuánticos. Se trata siemplemente de mi relato, de algo que viví y que, 15 años después (la mitad de mi edad actual) quiero compartírselos. Aquí no se trata de buscar una explicación (ya desistí de encontrarla), se trata, simplemente, de dar a conocer la razón por la que me siento tan agradecido con Dios, con quien tengo razones de sobra para amarlo y sentirme amado, aunque aveces la vida no “me la ponga” tan fácil.

Comenzando por el principio, acepto que provengo de dos familias muy católicas, y más allá de ir a misa los domingos, muy practicantes de la esencia del cristianismo: mis tías Mora de Turrialba, tan dedicadas a Dios como les es posible, me regalaron varios de los conocimientos que tengo desde niño sobre la fe. Los Vargas, por su parte, con la alegría que les caracteriza, me mostraron un Dios que no tiene por qué ser aburrido. Sin embargo, y como ya verán, faltaba algo: la experiencia del amor más grande que uno pueda imaginarse.

“Curiosamente” desde pequeño fui víctima en varios momentos de mi vida que estuvieron llenos de burlas y discriminaciones... eso que ahora llaman muy gringamente “bullying”. Para ser exactos, mi infancia fue particularmente triste en primer, cuarto, quinto y sexto grado. Mis compañeros, posiblemente sin proponérselo conscientemente, hacían mofa de mi gordura (era una bolita con patas en aquel tiempo) y de mi tal vez excesiva blancura de piel (eso nunca se me quitó ni se me va a quitar...). Por lo tanto apodos iban y venían, incluso canciones de mofa y otras cosas que un niño en pleno desarrollo no agradece para su autoestima. Esto, tengo que aclarar, lo digo porque definitivamente me marcó negativamente en mi amor propio y abrió una herida que se hizo más y más grande con el pasar del tiempo.

Importante destacar aquí que cuando estaba pequeño ODIABA ir a misa en Turrialba, donde viví hasta mis 13 años. Realmente me daba una pereza inigualable, motivada además por lo aburridos que eran los padres y sus homilías. Tanto así, que llegué a detestar los domingos solo por el hecho de tener que estar en misa de 6, con el “combo” de “ir a hacer” que rezaba el rosario donde mi familia paterna. Para mí era lo más cercano a la obligación de vivir la fe de una forma monótona que en lugar de acercarme, más bien me alejaba. Tal vez lo único que me gustaba era la Semana Santa, por su teatro más que por lo que celebraba.

Cuando mi familia decidió mudarse de Turrialba para Alajuela (donde dejé mi ombligo), un 29 de diciembre del 96, yo acababa de tener por fin un grupo agradable (el de sétimo del cole) y aunque me dolió dejar a mis amigos, supuse que el cambio de ciudad también serviría para dejar atrás todos aquellos malos recuerdos. Error. Solo empeorarían...

Llegando a Alajuela e ingresando a octavo, entré con un grupo de compañeros, que, digamos, no hacían mucha gala de ser muy maduros (bueno, qué se le puede pedir a un grupo de mocosos de 14 años...). El ser nuevo no jugó a mi favor y más bien empecé a sentirme “apartado” por mucha gente de mi sección. Tenía un par de compas y listo. Las burlas volvieron, tal vez por envidias académicas, como ocurrió en la escuela y eso dolía y más aún en plena adolescencia.

Llegó el año 98 y quiso “el destino” que me cambiaran de sección. Al principio pensé en quedarme en el antiguo grupo, pero “algo” me motivó a ver qué pasaba con compañeros nuevos. La nueva sección se veía mucho más unida que la que acababa de dejar y prometía ser lo que andaba buscando.

Al mismo tiempo y como dicta la costumbre católica, empecé mis catequesis de Confirmación en La Agonía de Alajuela, esa iglesia que hasta ese momento admiraba por dos cosas básicas: su belleza de arquitectura y que los curas lograban que no me durmiera en misa. Una vez adentro, una de mis compañeritas de Confirmación me cautivó... me enamoró y me hizo suspirar. Nunca supe si era correspondido o no, lo cierto del caso es que ella, sin saberlo, jugaría un papel también muy importante. Ah, y también estaba mi catequista, una tal Martha Rojas, una señora muy buena pero que era capaz de aburrirme rápidamente en las clases... luego verán la sorpresa que ella me dió.

Volvemos al colegio. Mis compañeros, que prometían ser amistosos, desde el principio no lo fueron. Recuerdo que una vez me dijeron, sin que yo entendiera los motivos, que era muy “rajón” (y nunca me dieron ejemplos para justificarlo). Entonces, me uní al grupo de los “pintillas” quienes me recibieron con los brazos abiertos... aunque fuera para ser su bufón.

Rápidamente, mi nuevo grupo de “compas” me demostraron que me querían más para que les hiciera favores como dejarlos copiar mis exámenes o tareas, que por un interés de amistad sincero. Igual no tenía mucha opción: era o estar con ellos o estar solo. Y como estar solo cuando tenés 15 años y vas al “cole” es casi una maldición social, tomé encima los riesgos y maltratos y decidí irme por la primera opción. Yo les servía de motivo de risa, de burla. Quizá porque siempre fui muy inocente, porque en serio siempre pretendí, simplemente, llevarme bien con la gente y porque, en el fondo, me creía todas sus burlas y ofensas. Las heridas las arrastraba desde pequeño y ahí simplemente se agrandaron.

Así viví los primeros seis meses de aquel año. Mi única ilusión real era la chiquilla de los sábados en la tarde. Ella era quien me ponía contento, ilusionado... el resto iba cada vez peor. Lo “mejor” era que me daba razones como para creer, tal vez más en mi mente que en los hechos, que sí había algún tipo de correspondencia o al menos de interés. Nunca lo supe y moriré sin saberlo.

Por ahí como de julio, se hizo en mi colegio algo que ya era como tradición: la venta de globos de colores con una tarjetita de dedicatoria. Me explico: el rojo era de amor, el rosado para alguien que a uno le gustaba, el blanco de amistad... y el negro de odio. Siempre me preguntaba quién sería capaz de regalar una bomba negra a otra persona. Me parecía cruel. Pues bien, un buen día estando en clase de español llegó una muchacha a repartir los globos... habían un par de rojos, un poco de rosados y... uno negro. Se repartieron todos y el negro quedó para el final. “Pablo Mora” dijo ella... el que faltaba era para mí... una bomba negra para mí. Cuando ví la tarjeta para ver quién me lo mandaba, decía “de sus compañeros de sección”. Me negaba a creer que en serio fueran capaces todos de algo así. Pero tuve que pasar por la humillación de recogerlo en frente de todos. Cuando me senté en el pupitre de nuevo uno de los de mi pandilla me dijo “mae no haga caso, son un montón de idiotas”, aunque él mismo me hacía sentir a mí como un idiota.

En las siguientes semanas empecé a alejarme de todo el mundo. Empecé a deprimirme. Había hecho desde antes muchos esfuerzos por ser aceptado, al punto de adelgazar dejando de desayunar y quedar todo “jalado”, pero nada funcionaba. La tristeza se me notaba porque mis papás se comenzaron a preocupar. Y en todo esto ¿Dios? Ocupado con otros asuntos, gracias. La única figura celestial que sentía medio cercana era la Virgen, tal vez por su figura materna, pero nada más.

Realmente me sentía solo, muy solo. La soledad nunca me ha incomodado y más bien ha solido ser buena compañera para reflexionar, pero ese sentimiento que tenía por esas fechas era soledad mezclada con pésima autoestima, sumada a rechazo social... a sentirme una mierda y menos que eso.

Una mañana recuerdo que llegué al colegio y el mae que era “más cercano” a mí me dio una broma que yo no agradecí y eso me costó un fuerte golpe en el hombro. El dolor del golpe fue nada a la par de la tristeza que me produjo. Fue como sentir que nisiquiera la persona que se decía “mi mejor amigo”, a quien tanto le había explicado materia o estudiado junto a él, me apreciaba, nisiquiera por eso...

Llegó el 15 de agosto, un sábado. Y aquí, gente, es cuando todo empieza. Ese Día de la Madre mi mamá me trató de convencer, sin éxito y hasta el cansancio, de ir a la tradicional fiesta familiar. Una tía llegó después y tampoco lo logró. Yo estaba demasiado triste, demasiado sin esperanza y sin razón de vivir como para hacer la pantomima al frente de toda mi familia de que todo estaba bien. Recuerdo perfectamente estar en el patio de la casa, intentando hacer unos problemas de mate, cuando mis ojos se llenaron de lágrimas. Lloré desconsoladamente sobre el libro. Me sentía mal, como nunca de mal, triste, vacío, en un hueco sin luz ni salida, lejos de cualquier tipo de cariño a pesar de que mi familia se preocupaba, pero eso no me bastaba. Lloraba y lloraba porque en serio me sentía tonto, feo, incapaz de merecer cualquier tipo de reconociento de amor.

Cuando paré un poco de llorar, fui al baño de mis papás a secarme las lágrimas. De camino, en la mesita de noche estaba un cuadro de un “Señor confío en Tí” con un Jesús que siempre ve a los ojos. Yo, al mirarlo, sentí la cólera más grande que nunca sentí... y empecé a insultarlo (luego me daría cuenta que estaba haciendo también la oración más sincera que nunca hice). Le dije cosas “suavecitas” como “Vos sos una mierda, su amor no existe, si realmente existiera yo no estaría así. Usted es un engaño, una falacia, una mentira, usted realmente no existe y su amor tampoco!!! Todo lo que me han dicho siempre sobre usted, su amor y su bondad es pura basura”... en fin, todo lo que mi tristeza y mi ira podían inspirarme. Seguí, me senté sobre la tapa de la taza del inodoro y otra vez volví a llorar amargamente. En ese momento me acordé que sabía perfectamente dónde estaban las pastillas en mi casa. Sí, en ese momento pensé en que lo mejor sería suicidarme y acabar con todo de una vez por todas. Pero “algo” pasó, tal vez el miedo, pero en todo caso Dios, que me desmotivó a ir a buscarlas. Siempre he logrado lo que me propongo con todas mis ganas y si hubiera procedido estoy seguro que hubiera conseguido una buena intoxicación que tal vez me hubiera llevado a la muerte.

Todo lo que recuerdo después es muy oscuro. Al final terminé yendo a la fiesta del Día de la Madre, todo para ir a llorar y para terminar de entristecer más a mi familia, y preocuparla. Pasó ese día...

Esa semana fui oficialmente ateo. Fui al colegio estrictamente a oir las clases y las únicas veces que hablaba era para hacer preguntas a los profesores. Pasaba solo en los recreos, alejados de todos y de todo. No quería saber nada de nadie más. Volvía a mi casa, casi no comía y cuando llegaba me encerraba en el cuarto sin tener tampoco contacto con mis papás o hermanos. Como ven, diagnóstico: depresión severa. Si mal no recuerdo esa misma semana habían exámenes. Ya se imaginarán cómo fui a hacerlos...

Por fin llegó el viernes 21 de agosto... que fue lo más parecido al inicio de mi Triduo Pascual personal y tuvo connotación de Viernes Santo. El día en que nos íbamos para un dichoso retiro que era requisito para confirmarse. ¡Qué remedio! Al menos saldría un rato de aquella realidad tan horrible. Para ese momento mi única esperanza, lo único que le daba sentido a seguir viviendo era la chiquilla que tanto me gustaba de la Confirmación y la esperanza de que, tal vez, podría lograr algo con ella en ese fin de semana. Cuando llegué del cole al bus que nos llevaría al antiguo Colegio Saint Claire (ahora U Católica, en Moravia), le pedí a mi “compa” más cercano de la confirma que se sentara a la par mía pero que cuando la viera “a ella” se fuera. Así lo hizo, solo que “ella” se sentó justo atrás... con otro compañero que tenía como 5 años más que yo y que hasta ese momento me caía bastante mal.

Lo que pasó en el viaje desde La Agonía hasta el lugar del retiro fue lo más parecido a una broma macabra. El chofer se perdió en el camino y la tarde se hizo noche. Y desde los asientos detrás de mí se empezaron a oir risitas y sonidos de besos... sobraba decir que yo me sentía verdaderamente mal, ya sin ganas de nada, solo de llorar y de terminar esto cuanto antes. Al llegar al Saint Claire yo solo quería que se acabara “esa estupidez” llamada retiro y que pudiera devolverme a mi casa, ahora sí, a matarme. Estaba clarísimo que oficialmente mi existencia no tenía razón de ser. Me sentía engañado por mí mismo, humillado por mi propia estupidez y en el fondo de un pozo muy profundo del que ya no iba a poder salir más.

Recuerdo que ese viernes nos recibieron con un montón de globos rojos pegados en las paredes y cada uno tenía una cita bíblica para nosotros y que, redactando estas líneas, me acabo de dar cuenta que perdí... pero decía algo así como que “Yo te tengo en mis manos”. Ni le puse atención, no estaba para “panderetadas” y lo guardé en la bolsa del pantalón. Terminó ese trágico día y vendría EL 22 de agosto.

Era sábado en la mañana. Llamé a mi casa (cosa en teoría prohibida) para hacerle saber a mi mamá cuánto quería salir de ahí. A la pobre aquello por supuesto que la desanimó, porque estaba haciendo mucha oración por mí como para darse cuenta que no estaba funcionando. Por otra parte, no era nada lindo ver a la chiquilla que tanto me había hecho suspirar, para arriba y para abajo con su nuevo amiguito. Y aunque yo trataba de aparentar que estaba bien, pues por dentro iba la procesión.

El retiro (para los que ya han estado en uno) era kerigmático y hecho por la Renovación Carismática, de la cual no sabía nada hasta ese momento. Hay una secuencia temática que sigue, algo así como el pecado, el perdón, la reconciliación, el amor de Dios etc. En la tarde, un padre, para mí un santo, llamado Rodrigo y redentorista de mi parroquia, fue a darnos una charla del perdón, bonita sí, pero para mí hasta ahí. Cuando me dí cuenta, otra de mis compañeras de grupo de Confirmación estaba llorando sobre mi hombro. Alguna cosa para motivarla le habré dicho en ese momento (sí, el diablo vendiendo escapularios) y como que "le llegó". Me abrazó y me agradeció por hacerle entender que ella era más que el problema por el que estaba pasando. Eso me sorprendió porque fue como descubrir que yo todavía servía para algo. En fin... una pausa en la caída.

Y cayó el atardecer de ese 22 de agosto de 1998. Recuerdo que en las charlas solo estaba callado, ni prestando atención a lo que decían quienes estaban encargados de los temas. En ese momento un señor de colochos, flaco y alto, estaba hablando de la reconciliación. Empezó a lo que los carismáticos llaman “hablar en lenguas” (en lo cual personalmente creo aunque también pienso que algunos lo payasean al punto de quitarle su verdadera profundidad). En medio de todo, él nos invitó a que nos diéramos un abrazo de paz, como se hace en las misas. Así lo hicimos mis compañeros y yo, que estábamos sentados en la misma banca. En eso, una compañera tuvo la feliz idea de decir “ey vamos a darle la paz a doña Martha (la catequista)”.

Fuimos, doña Martha estaba atrás del gran salón. Serían como las 6 de la tarde. Para mi sorpresa, las primeras compañeras que daban el abrazo de paz a doña Martha hablaban con ella y lloraban como desconsoladas. Eso me pareció MUY raro aunque supuse que algún problema tendrían y que ella les decía algo para consolarlas....

En fin, llegó mi turno. Y lo que pasó se los cuento tal y como lo recuerdo. Yo nada más dije: "La paz doña Mar..." y no pude terminar. Doña Martha me abrazó y me dijo “Pablito, Dios te ama, a Él no le importa que seas flaco, blanco, con el pelo hecho un desastre, no le importa lo que otros hayan dicho, eres valioso para Él”. Al mismo tiempo que ella me decía todo eso, yo empecé a llorar mucho, tanto como jamás lo había hecho... pero lo raro es que no era un llanto de tristeza, sino de alegría. Y a la vez, sentía como un amor (EL AMOR) que me llenaba el alma. Y en medio de la felicidad incomparable que sentía, de aquél éxtasis, yo no entendía un carajo qué ocurría. Era como si me hubieran dado un shock pero de amor, de cariño, de comprensión, ese abrazo que tanto había buscado. Cuánto tiempo duró aquello, sería mentirles si les digo. Para mí fue como de varios minutos aunque posiblemente solo tardó unos segundos. En ese momento también se me vino a la mente el cuadro del “Señor confío en Tí” con el que me había peleado exactamente una semana atrás... y aún seguía sin comprender.

Cuando por fin solté a doña Martha mi mente solo daba tumbos. Me pregunté a mí mismo cómo era posible que esa señora, esa catequista, que me aburría sábado a sábado, por buena gente que fuera supiera todas esas cosas de mí, conociera todos mis complejos y mi falta de autoestima, cosas que ni mis papás sabían. Y ¿qué era aquél sentimiento de alegría y amor que percibía? No entendía. Y justo en ese momento sentí una voz no física que me dijo en mi alma “Pablo, el que te habló no fue Martha... fui YO”. No les miento, juro que ese YO lo ví en mayúsculas, negrita y subrayado. ¡No podía creer que fuera el mismo Dios el que había hecho todo eso! ¡Dios me había respondido! Y ahí volví a llorar, de nuevo de la alegría. No tuve chance de sentirme indigno No me dejó pedirle perdón por lo dicho. Simplemente me dio su amor.

Fue entonces cuando me hizo entender muchas cosas: por qué la gente lo alababa o lo adoraba, que era por agradecimiento a Su amor. Sacó de mí muchas tonteras que la Nueva Era me había metido en la cabeza (estuve muy interesado en ese tema al empezar mi adolescencia) y en fin, me seguía hablando al corazón, diciéndome lo importante que yo era y que de ahora en adelante todo sería diferente. Todo eso pasaba mientras la charla continuaba, pero yo solo recuerdo estar viendo el piso, sentado en la banca, sin decir nada y todavía lagrimeando. Había tenido un Encuentro Personal con Cristo.

Varias cosas me sorprendieron instantáneamente: primero, que Dios SIEMPRE estuvo ahí. Segundo, que NUNCA me abandonó. Tercero, que Dios está mucho más cerca y dispuesto de lo que uno cree, que es cuestión de llamarlo y Él responde (cosa que desgraciadamente tiendo a olvidar). Además me dejó perplejo lo misericordioso que es, que está ahí, simplemente, esperando para amarnos y perdonarnos sin darnos tiempo.

Cuando pasó ese rato tocó ir a la cena. Había perdido el equilibrio y no podía caminar sin la ayuda de mis compañeros. No tengo motivos para exagerar esto, así ocurrió. Me da risa acordarme de verme enrollar los macarrones. La mano me temblaba. Pero no me importaba, porque una alegría, una felicidad, un amor que no se apagaba había llegado y se quedaría ahí por muchas semanas más.

Lo que terminó de pasar esa noche ya va más en lo anecdótico. Hubo una oración llamada “de sanación” en la que doña Martha (ahora pasada a ser una especie de Mujer Maravilla) decía “El Señor está curando a fulanita de tal de una herida porque su mamá quiso abortarla de bebé” y la chavala que estaba detrás mío rompía a llorar y a gritar. O si no, “Dios está curando de la drogadicción a fulanito de tal” y por allá alguien también sacaba el violín. Esa noche me dí cuenta de las cosas enormes que Dios puede hacer cuando el ser humano le abre el corazón. Y ¿cómo no? Yo era el vivo ejemplo.

Aquella noche fue LA fiesta. Dimos “serenata” a nuestras compañeras, corríamos sin camisa por todo el Saint Claire, nos reíamos y para mí era evidente que yo no era el único que había tenido una experiencia espiritual única. Ya para mí no era problema exhibir mi blancura o flacura... daba igual, Dios me amaba. Y desde entonces, ese pasó a ser mi mejor antídoto para hacerme inmune a las burlas, chotas o críticas.

El domingo fue un día full Espíritu Santo, lo cual además coincidía con el año 98, dedicado a la Tercera Persona de la Santísima Trinidad. Recuerdo que la mañana de ese día, de ese 23 de agosto, nos levantaron temprano y nos mandaron a hacer oración en el bosque que tenía el Saint Claire. La mañana de aquél día había comenzado y el sol que había, rodeado de una espesa neblina, me decía que ya mi vida no sería igual, que todo había cambiado, que todo era nuevo. Yo feliz de tener mi nuevo Amigo, el que nunca me iba a fallar ni a dejar.

Ese domingo fue más que bueno, fue excelente. Era mi Pascua personal, con Vigilia de Resurrección incluida. Reí, jugué, gocé, saqué el jugo de las charlas como nunca, me sentía nuevo, diferente, especial. Cantábamos en el bus de vuelta a Alajuela y creo que todos estábamos en la misma sintonía. El “pandereta” que tanto había criticado antes ahora era yo. Y al llegar a mi hermosa Agonía puedo decirles que nunca vi ese templo tan lindo. aunque estoy seguro que solo tenía unos cuantos arreglos florales, pero para mí era como si hubieran gastado una millonada en arreglarla, porque se veía preciosa. Con solo entrar, otra vez las lágrimas de alegría. Después mi mamá me contó que, al verme llorar a la entrada de la misa de recibimiento, ella se asustó mucho porque pensó que el retiro “no había funcionado”. Mi tío, que estaba a la par de ella, le dijo “no se asuste, a ese mae Alguien le pegó un mazazo”. Y así había sido.

Nunca le puse ni le saqué tanto provecho a una misa como a ESA misa. La homilía del padre simplemente era fenomenal y todo, todo para mí tenía un nuevo sentido y razón de ser. Es muy diferente cuando uno va a misa entendiendo en su corazón lo maravilloso que es Dios y el significado tan genial de cada una de sus partes. Sobra decir que al llegar a mi casa le conté todo a mi familia. No sé si me creyeron o no, pero estaban muy contentos de verme de nuevo contento.

Al día siguiente supongo que mis compañeros de sección estaban asustados o extrañados de ver al Pablo que llegaba. Feliz, sonriente, seguro de sí mismo, ya sin importarle lo que pensaran o no. Había una verdad que nadie me iba a arrebatar: Dios me amaba así como yo era, y por otra parte, no necesitaba de la aprobación de nadie más que de Él. Si el que creó el cielo y la tierra me chineaba tanto, ¿por qué me iba a preocupar de lo que los otros creyeran de mí? Solo recuerdo que dos compañeras, que sí estaban en esto, me regalaron una frase de San Pablo que desde entonces tomé como escudo y camino “Ya no vivo yo, es Cristo quien vive en mí”. Ejemplificaba demasiado bien lo que estaba viviendo.

No les miento cuando digo que aquella alegría en mi corazón me duró como mes y medio. Me levantaba y ahí estaba, me acostaba y ahí seguía. Tan “serio” fue el asunto que tuve que pedirle a Dios que !me dejara en paz” un rato con su alegría porque si no, no iba a poder estudiar para los exámenes de noveno año. Pero eso sí, que volviera luego. Cumplió a medias.

Par de meses después me acordé que no había visto cuál fue el día exacto de mi Encuentro Personal con Cristo. Revisando los papeles que me escribieron mis compañeros de Confirmación me dí cuenta que fue el 22 de agosto. Y cuando quise saber a qué “santo” tenía que agradecerle su intercesión ese día, la respuesta fue tan obvia como sorprendente: el 22 de agosto es día de María Reina. Era obvio que la Madre, a quien tanto había recurrido sintiéndome lejos, había hecho “su trabajo” para acercarme a Jesús, como en las bodas de Canaan.

Y cuando aquella "contentera" pasó, que yo tenía muy claro que iba a pasar, todo lo que quedó en mí fue un “esto no puede quedarse aquí” y comenzó el largo camino de seguir a Cristo, de luchar la batalla y correr la carrera de San Pablo. Aprendí que mis amigos más amigos los haría en la parroquia, porque ellos también vivieron algo parecido a lo que yo viví. Son mis compañeros de batalla, y aunque muchos de ellos no estén ya ahí, estoy seguro que la espina seguirá metida.

Fui catequista al año siguiente, porque me urgía que la gente tuviera la misma oportunidad de conocer el amor de Dios como yo la tuve. Luego, para el año 2000 empecé con la Pastoral Juvenil y viví intensamente mis años de adolescencia y juventud, en una fiesta diferente a la que muchos escogen, pero siendo simplemente feliz.

Para terminar este relato, el más largo que he escrito para mi blog, quiero simplemente hacerles saber un par de cosas: número uno, que me encantaría que la gente supiera que “Dios te ama” es más que una frase pandereta escrita en un bus viejo. Que Él está ahí, solo esperando a que abramos el corazón. Que si nos pasan cosas negativas no es porque a Dios no le importemos, sino porque tienen una razón de ser en medio de nuestra vida. Que el amor de Dios no es una teoría, no es un curso que se pueda llevar y pasar, es una experiencia de un ser vivo, que nos depasa y nos rebasa, y que sin embargo, es mucho más simple de lo que podríamos imaginar.

Es por eso que no creo en la gente que ve al cristianismo como una religión de gente perfecta o correcta, restringida solo aquellos llamados “justos”. Tampoco creo en la exclusión porque tengo claro que Dios no excluye, Él se limita a amarnos a todos por igual, porque todos somos Sus Hijos. No conozco otro Dios que no sea ese, y si no lo conozco es porque no existe otro Dios que no sea el Amor mismo.

Lamento si todo esto les ha parecido muy “cursi”, pero la dualidad Dios = Amor es así. Dicen los filósofos que las verdades absolutas no existen, pero yo les puedo garantizar que el amor de Dios es una verdad que está ahí. Lo podés cuestionar, podés dudar de Él, podés incluso negarlo... que su amor para vos permanece. Es un amor loco, totalmente diferente al amor humano, porque no espera nada, no es egoísta ni busca su propio beneficio, como decia de nuevo mi Tocayo el grande en la primera carta a los Corintios.

Si Dios esperara a que diéramos el primer paso para amarnos estaríamos seriamente perdidos. Dios ama porque, como dice Martín Valverde, le da la gana amar. Y si a todo esto le buscás explicación, pues vas a perder el tiempo, porque tratar de entender el amor de Dios es tratar de entender a Dios mismo, lo cual es humanamente imposible y tal vez lo logremos cuando lo tengamos frente a frente, luego de esta vida física.

Si lo has vivido, me entenderás. Si no lo has vivido pero creés, el simple “secreto” es abrir el corazón. Si no creés en nada pero llegaste hasta aquí leyendo, felicidades, ¡qué aguante! Y da igual, ojalá te haya servido para reflexionar.

Esta es mi fe, una fe que me invita a no quedarme nada más en lo espiritual. Tengo muy claro que Dios quiere justicia aquí en la tierra, que quiere una Iglesia renovada, “pobre para los pobres” como diría el amadísimo papa Francisco. Una Iglesia que predique con el ejemplo y luego con la palabra, que sea misericordiosa, como espejo del Dios que dice servir. La construcción del Reino de Dios es mi tarea y eso pasa por la ardua labor de evangelizar a con un Dios cercano, simple, que escucha y que es capaz de perdonar la peor estupidez que hayamos cometido.


15 años ya desde aquel 22 de agosto y contando. Y aunque el recuerdo se va haciendo más y más viejo, sigue ahí tan vigente como para alimentar mi vida y mis ilusiones. Dios me puso a soñar, me llevó a Francia, me trajo de allá y no tengo muy claro qué pretende hacer con mi vida. Solo sé que estoy en sus manos y que no puedo pensar en un lugar mejor para mí.

Para no perder la costumbre, les dejo la canción que mejor relata cómo es ese momento del EPC. El cantante es Daniel Poli y la pieza se llama "Cuando uno se encuentra con Dios". Qué nombre tan apropiado ¿no?




viernes, 28 de junio de 2013

¡Doña Laura, por favor, no me demande!

La verdad es que no tenía pensado volver a escribir nada sobre este desgobierno hasta mayo del otro año, porque la verdad, les confieso, qué pereza llover sobre mojado... Y aunque mi blog es un excelente medio para hacer catarsis, lo cierto es que ya este gobierno “agüeva” y creo que no soy el único costarricense que lo piensa. Pero el tema de vigilar las redes sociales para cuidar que a Laura nadie le diga nada feo, pues se ganó una breve reflexión...

A sabiendas de que este post podría bien ser el primero por el que resulte objeto este servidor y periodista de una demanda por injurias, calumnias y difamación, debido a que sin duda lo leerá y analizará el abogado (o Big Brother) de las redes sociales e internet que vigila que nadie hable feillo de la presidenta en redes sociales e Internet, me soltaré a decir una serie de situaciones insulsas a juicio mío (para decirlo bonito digámosle “anomalías” y tal vez la plata que tenga que pagar será menor) que el gobierno de la presidenta Laura Chinchilla Miranda (pa' que quede claro de cuál “Laura” hablo) ha tenido en su relación con el pueblo.

Esta semana la presidenta ha hecho gala de cómo se debe tratar al pueblo (inserten ustedes el sarcasmo): primero se ningunea una marcha, luego se dice que llegaron cuatro gatos. Después, para distraer la atención de la opinión pública, se demanda a un ciudadano por supuestas injurias que deberán ser dirimidas de cuán falsas son en una sala de juicio. Finalmente, se amenaza al pueblo de no decir nada que pueda lesionar la imagen de la “presi” (como si ella no hiciera bien ese trabajo solita) porque si no, o va uno para el “tabo” o le “apean” una buena cantidad de “harina”.

Supongo que el abogado presidencial (el que bretea para doña Laura a título personal, ojo) ya tendrá una buena lista de personas a quién sacarle plata. Empezando por Yaco y su “ofensiva” canción de “La Mordaza”, siguiendo por ese “insoportable” de Hernán Jiménez que ha hecho millones de colones a costa de las burlas y chistes contra la pobrecita de “la presi” en sus stand up comedy (ambos videos los pongo abajo del post), sin olvidar claro al “irreverente” de Edgar Espinoza y su columna sobre la sospechosa relación entre el“Hada Laurina” y René Castro... y ya después la lista puede seguir con todos los que en algún momento hemos “basureado” la imagen de quien equivocadamente el pueblo eligió para llevar las riendas de este alicaído país en febrero del 2010.

Ahora bien, la pregunta que todos nos hacemos. Para ser agresor de la presidenta ¿bastará con referirse a ella como “Lau”, “Laurita”, “Doña Laura”, “Laura”, “Laura Chinchilla”, “Laura Chinchilla Miranda”? ¿O habrá que ser más específicos y poner “Laura Chinchilla Miranda, la presidenta de Costa Rica 2010 – 2014”? Digo porque en derecho para ser culpable hay que demostrarlo y sostener que solo por que uno se “puteó” contra “X” Laura y decir que esa ofensa era contra la que gobierna puede ser bien jodido para el abogado de la mandataria.

Y ni qué decir, como leí por ahí en otro post: ¿cómo comprobará Laura que el que escribió la “injuria” fue uno? ¿Le dirán en el juicio (inserte voz de película) “estuvo usted el día 28 de junio, al ser las 11:25 de la mañana, escribiendo en su computadora, celular, tablet o cualquier otro medio digital, cosas “malas” de la primera servidora de la República”? Digo, porque probar que fue Fulanito de Tal quien escribió tal cosa debe ser más complicado que recuperar los millones que se robaron los del Banco Anglo...

Y para hacerlo más dantesco para nosotros los mortales de a pie: ¿de dónde empieza y a dónde termina una injuria? ¿Basta con decir que Laura es una mala presidenta o hace falta madrearla para ganarse el “derecho” de ser llevado a una sala de juicio? (Dichosamente, eso sí puedo rajar, no acostumbro a decir insultos contra la gente en redes sociales, así que por ese lado estoy “salvado”).

Ya poniéndonos más serios... “me encanta” la forma tan creativa que usa el gobierno más impopularde América (según el índice Mitofsky), el que menos escucha a supueblo en el continente (de acuerdo con el Barómetro de las Américas, que por cierto coordinan la Agencia de Estados Unidos para el Desarrollo y la Universidad de Vanderbilt) y el que cerrará como el más impopular en la historia de las encuestas de Costa Rica (como lo indican todos los sondeos que se hacen en este país) para “acercarse” y “dialogar” con el pueblo y de ahí sacar una mejor popularidad. Demandar a la gente para que no diga nada ofensivo de la presidenta es como acabar con el hambre en el mundo matando a los pobres que la sufren.

En resumen, se acabó la Ley Mordaza... pero ahora viene esta decisión que parece algo así como lo que la CIA hacía con los gringos (y con el resto de la humanidad) en Internet, solo que no necesitamos de un Snowden tico para conocerlo. La misma Laura lo reveló solita. ¡Tan buena ella!

Yo no entiendo qué clase de materia gris tendrán los asesores presidenciales, o incluso la misma presidenta, para no darse cuenta de que ya la cancha está lo suficientemente embarrialada como para ganarse más el odio popular. Si yo estuviera dentro de las cuatro paredes de Zapote y tuviera la “misión imposible” de mejorar la imagen de este gobierno, creo que me limitaría a decirle a la presidenta: “vea doña Laura, mejor bajémonos el perfil y evitemos que salga otro chorizo para que su imagen pase lo más desapercibida posible”. Ah pero no, todo lo contrario, este gobierno parece estar empecinado en llevarse el récord del más odiado por el pueblo tal vez desde la dictadura de los Tinoco... o desde el último gobernador español en León, Nicaragua, allá por 1820.

En serio: ¿Qué pretende doña Laura amenazándonos? ¿No será mejor, simplemente, que cumpla aunque sea al final con su lema de campaña y por alguna vez como presidenta sea “firme y honesta” y haga la de las vacas, pero al revés? La falta de raciocinio y de sentido común que hay entre quienes nos gobiernan parece ser TAN grande que ya ni se preocupan por dejar una buena imagen en los gobernados.

El divorcio existente entre la opinión pública y la presidenta no da más. Este será posiblemente el gobierno que ha tenido más manifestaciones sociales en su contra, desde que el Estado de La Nación hace esa medición, me decía ayer Steffan Gómez, investigador de ese estudio, en el programa Somos SuPueblo de Radio María Internacional que este servidor tiene todos los jueves de 5 a 6 p.m. Al gobierno simplemente no le da la gana oir. Se pasa los argumentos de sus adversores ustedes ya saben por dónde y así ha creado el mayor rechazo que este país recuerde de un presidente (porque a Abelito, aunque ralito como presidente, en el fondo nos hacía gracia a todos con sus salidas de “abuelo”... ¿cierto o no?).

Gobernar este país no debe ser fácil, me decía Steffan. Cierto, no lo dudo. Pero además si uno se echa encima al pueblo con su falta de transparencia, de firmeza y de inoperancia (por no hablar del montón de casos de corrupción que la presidenta “no sabía” y que se gestaron al rededor de ella), pues no dudo que la tarea deba ser imposible.

No señor abogado, por favor no me demande. Dígale a doña Laura que aquí hay un ciudadano que no hace más que reclamarle a la presidenta que haga bien su trabajo y que no pierda tiempo, como chiquilla chineada de escuela, “agarrándose de las mechas” contra los compañeritos que “no le caen bien”. Sería más productivo para todos que ella se dedique a hacer su trabajo, sin distraerse en buscar a quién “se apea”.

Para terminar, lástima que la mayoría de la gente (al menos católica) no sabe lo que dice la Doctrina Social de la Iglesia en el número 406 que copio a continuación: “La Iglesia aprecia el sistema de la democracia, en la medida en que asegura la participación de los ciudadanos en las opciones políticas y garantiza a los gobernados la posibilidad de elegir y controlar a sus propios gobernantes, o bien la de sustituirlos oportunamente de manera pacífica”. En todo caso, ya nos agarró tarde para hacer lo último.

Sin más qué decir, creo que, en el fondo, la presidenta y yo estamos de acuerdo con algo: ojalá que el jueves 8 de mayo del 2014 llegue YA. Aunque, sospecho tristemente, que no será para otra cosa que para repetir, cuatro años más, la misma historia.

Les dejo los videos de Hernán Jiménez y de Yaco, que son de mis favoritos:



domingo, 26 de mayo de 2013

El Cartaginés y la espera que no desespera


Lo que pasó ayer en Cartago fue una de esas imágenes de vida que quedarán guardadas para siempre en mi disco duro mental. Me dio curioisidad y me fui con dos amigos más desde Alajuela a ver el partido de la final donde había que verlo, no en el Rosabal Cordero, sino en el “Fello” Meza.

La ventaja de dos goles daba para pensar que el equipo con la mejor defensa del torneo iba por fin, después de 73 años, a volver a saborear un campeonato. La celebración iba a ser épica. Cartago se iba a caer.

Dejé el carro en la casa de un amigo del trabajo y nos fuimos para el estadio, donde las pantallas gigantes, la música de Percance y el calor de la gente hacía contraste con la oscuridad y las brumas que predominaban en el cielo de la antigua capital. Desde una hora antes el ambiente era de fiesta. Los aficionados estaban listos para celebrar algo inédito para prácticamente todos: un torneo que se quedaba en sus vitrinas.

Me tocó sentarme a la par de un chavalillo joven, quizá tenía unos 18 – 19 años, que estaba con la que asumo era su novia. Flaquillo, buena gente. Desde que empezó el partido pude percibir su nerviosismo y que ponía atención a mis poco doctos comentarios sobre el partido.

La estúpida expulsión de Villalobos Chang en el primer tiempo fue más sombrío que la neblina y el viento que hacía a las 9 de la noche. El chiquillo se tapó la cara, como presagiando que, una vez más, los cartagos serían testigos de una celebración ajena.

En el medio tiempo le hablé, le dije que no perdiera la fe, que es en momentos como esos cuando los verdaderos hombres salen a relucir y que estaba seguro (aunque no lo estaba) que Cartago podía aguantar medio tiempo sin recibir un gol. Y lo “maté” diciéndole: “yo soy de Alajuela y liguista y le aseguro que en este momento todo el país excepto los heredianos los estamos apoyando, ¡no se sienta solo!”.

Pero de poco me duró las ínfulas con la caída del segundo gol al puro inicio del segundo tiempo, y ahí sí, el sufrimiento para los dos. Obvio el mío no se comparaba con el de él. Yo quería que Cartaginés fuera campeón pero más por lástima que por otra cosa. Él lo anhelaba porque es aficionado de un club que celebró sus tres campeonatos cuando aún el Siglo XX era joven y que, por lo tanto, solo recuerda glorias pasadas, glorias nunca vividas.

En fin, con el tercer gol de Heredia las cosas ya eran desesperantemente tristes. Cartago no reaccionaba y mi nuevo compita estaba más que compungido. Sin embargo no hizo las de muchos otros, que sin terminar siquiera el primer tiempo extra estaban dejando las graderías del estadio.

Y de pronto, ese sufrimiento tuvo su premio: Moreira regaló un gol a la afición de la vieja metrópoli y, por un momento, los cartagos se sintieron campeones. Celebré el gol con el chiquillo y le dije “ve, por eso no hay que perder la fe”, y él no me dijo nada, pero con el brillo de sus ojos y su sonrisa tímida me lo dijo todo. No hicieron falta las palabras.

¿Qué importa ya si en penales no ganaban? Por lo menos quedaba la satisfacción que la serie quedaría empatada y que pudieron celebrar un gol. Hasta que por fin llegaron los tiros libres desde el punto blanco y ahí sí, toda esperanza murió.

Me volví y le dije “no hay por qué bajar la cabeza, ustedes hicieron un excelente campeonato, lo importante ahora es que los jugadores y todo el mundo aquí crea en que se pueden lograr las cosas”. Él nada más me dijo un "gracias" con cara de resignación y una sonrisa medio forzada, pero al final de cuentas, también de medio consuelo.

Pero sin duda, la lección me la dio la afición. Cuando iba a recoger el carro para regresar a Alajuela, más temprano de lo previsto, pensé que iba a ser fácil salir de Cartago porque nadie iba a celebrar. Error. Ellos salieron con sus banderas y pitos, hubo gente en media calle gritando el ya conocido “Vive, Vive”. Dejar la ciudad fue complicado por las presas pero también por la euforia de la gente. La frase de cierre me la gritó un chavalo que iba manejando un 4x4 a la par mía, como si él hubiera adivinado que nosotros no teníamos vela en el entierro: “¡esa es la diferencia de nuestra afición a la del resto, nosotros no necesitamos ser campeones para celebrar, esto va más allá de quedar primeros. Celebramos el esfuerzo y las ganas, por eso somos lo que somos, somos cartagos!”.


Al final, sí. La moraleja de la noche fue exactamente esa. En un mundo acostumbrado a que el éxito se lo deja solo aquél que llega primero, solo el que triunfa, solo el que pasa por encima del resto, la afición brumosa ayer me dejó una lección escrita en azul: el esfuerzo, el mérito, también deben celebrarse aunque al final las cosas no salieran como estaban previstas. Porque la diferencia entre los fieles del cartaginés y de los otros equipos es muy clara (incluyan obviamente a La Liga): ellos no necesitan de resultados para amar a su institución. Es un cariño desinteresado. Una lección grande, sin duda, para una sociedad tan ansiosa de premios, méritos y condecoraciones. Porque para ellos, independientemente de la posición en la tabla, Cartaguito siempre será campeón.


viernes, 15 de marzo de 2013

Francisco, el humilde, el reformista

Una pequeña semilla de mostaza puede llegar a crecer como un frondoso árbol, de modo que los pájaros lleguen a anidar en sus ramas y que dé suficiente sombra para servir de reposo a las bestias y seres humanos que descansen bajo su follaje.

Esa comparación evidentemente no es mía, es de Jesús de Nazareth, aquél “hippie” de Galilea que llegó a complicarle la vida a los escribas, fariseos, saduceos... ¡maestros de la ley! A toda aquella clase dominante en el inicio de la era cristiana... Jesús (mejor conocido como Nuestro Señor para quienes así lo reconocemos desde el cristianismo) fue un revolucionario humilde, el más importante, el que desde un pueblo que no valía absolutamente nada en la época cambió la historia del mundo con un mensaje tan subversivo ayer como hoy: amar al prójimo como lo hacemos con nosotros mismos.

Ese “mechudo – chancletudo” (Dios sabe que se lo digo con todo cariño y sin el más mínimo irrespeto) puso de cabeza al mundo. Y prueba de Su resurrección es que, 2000 años después, lo sigue haciendo. Curiosamente, poco más de mil años después, otro revolucionario aparece en medio del paisaje más hermoso que este quien les escribe ha visto en su vida: Assisi, en la Umbria italiana, una montañita ubicada en medio de otras, donde la naturaleza tiene su propio encanto y donde la paz y el bien se respiran por doquier. Fue en este marco donde otro loco decidió dejar las riquezas, la fama y el poder que le hubiese heredado su familia... y diciendo que oía una voz que venía de una pintura del Crucifijo de San Damián, empezó a juntar piedras para reconstruir una pequeña iglesia en ruinas. 

Ese nuevo “hippie”, inspirado por el otro que le antecedió, no tardó mucho en entender que la reconstrucción de la que le hablaba Cristo no era para un templo físico sino para la institución que Él ideó. Y así fue a hablar con el Papa de la época, andrajoso, quizá maloliente, pero con corazón humilde. San Francisco logró así abofetear a la Iglesia de la época, que prefería la ostentación, el poder y la riqueza al Evangelio. Una Iglesia equivocada. Pero el Espíritu Santo, que por más trancazos que nos hemos llevado en dos milenios no nos suelta, permitió que aquel chiquitín (medía como 1,40m) fuera la nueva semilla de mostaza y hoy la orden franciscana se cuente como una de las más importanes y numerosas del mundo.

Finalmente, casi mil años después del desquiciado de Asís, llega del sur de América alguien con el que nadie contaba. Un tipo que parece sacado de un cuento. A Jorge Mario Bergoglio las casas de apuestas creo que no le daban ni el 10000 a 1 en sus pronósticos antes del cónclave. El cardenal bonaerense estaba listo para llegar a la Capilla Sixtina, votar y volver a su pequeño cuarto y su vida rutinaria. Pero no, Dios tenía otra cosa pensada y los cardenales decidieron con la iluminación de lo alto colocarle las vestimentas blancas para nombrarlo líder y guía de la Iglesia Católica. Para serles sincero, yo tenía un muy buen “presentimiento” sobre el resultado de este cónclave. Yo sabía que, quien saliera, sería un buen pastor para nosotros los fieles. Pero jamás, jamás, me hubiera imaginado tantos signos bellos y evidentes como los que el Papa nos ha regalado en menos de 48 horas de ser sumo pontífice.

Empecemos por el principio. Creo que lo había hablado con mis amigos más cercanos, barajando los nombres que podía tomar el nuevo papa y que serían muy significativos. Uno de los que en algún momento sonó fue “Francisco”... o lo que sería igual, un humilde reformista, que con amor y decisión devolviera a la Iglesia a sus orígenes... pero era demasiado genial para poder ser cierto. Pues cuál va siendo mi sorpresa cuando, en la muy enredada traducción de CNN en español, entendí después de la fórmula de presentación el nombre “Franciscum”. Y me rehusaba a creerlo. ¡Un papa que se llame Francisco! ¡No podía ser! Pero igual, mi mente siempre cautelosa le dice a mi alma jubilosa “tenga paz” y a ver cuánto de imitador de “San Chico” podía tener este nuevo hombre. Pues no me tomó mucho tiempo el averiguarlo: verlo salir por la logia de la Basílica de San Pedro, con sus manos hacia abajo, con una cara más de temor, timidez y alegría que de soberbia y vanidad. ¡Y todavía no había terminado! Antes de dar la bendición “urbi et orbi”, el primer papa americano, el primero jesuita, le ruega a la grey congregada en la Plaza de San Pedro hacer una oración por él mientras agacha la cabeza en señal de respeto y de cierta sumisión hacia el cuerpo de Cristo, la verdadera Iglesia. Si no lloré fue porque estaba en la sala de redacción y tenía que estar concentrado en transmitir la información de la forma más clara posible, pero mi espíritu se conmovió como hace mucho tiempo no lo hacía (desde, curiosamente, mi visita a Asís en abril del 2011).

Y después de recuperarme de esos dos detallitos, comienzo a buscar información del tal Bergoglio en Internet. Ya lo conocía, yo sabía que era el cardenal de Buenos Aires... pero ¡nada más! No sabía que pertenecía a la Compañía de Jesús, menos que había sido uno de los que puso a moverse a una de las arquidiócesis más conservadoras de América Latina y el hecho de que fuera su propio chef, que viajara con el resto de mortales en el metro bonaerense, que viviera en ese pequeño cuartito, negándose a una cómoda habitación del Palacio Arzobispal... creo que fue ahí cuando me dí cuenta que la elección del nombre no había sido casualidad. El nuevo papa nos estaba diciendo que quería seguir las huellas del loco de Asís, y no solo en humildad: el solo hecho de escoger un nombre que nunca se había usado, de ser nombrado pontífice desde el Continente de la Esperanza, de sentirse siempre “uno más” entre los feligreses son signos de cambio, de renovación... ¡Dios! Todo calzaba. Y todo calza más aún. Quizá es temprano para atreverse a decir que este Francisco será otro reformista, pero ¡apunta hacia ello!

Y uno sabe que un papa debería ser el primer servidor, pero cómo les ha costado a los pastores de la Iglesia quitarse esa etiqueta de pseudo rey y entender su papel dentro de este asunto: el mismo que daba el Concilio Vaticano II hace ya 50 años: el de confirmadores en la fe, sucesores de Pedro, pero que como el pescador de Cafarnaum tendrían que morir con su pueblo devorado por leones o crucificado si es del caso.

De pronto y las supuestas profecías de San Malaquías no están tan equivocadas y este “Petrus Romanus” es el último pontífice de una forma de hacer Iglesia y es el primero de otra. Perdón si me aventuro mucho pero es que lo que he visto en tan poco tiempo le llena de ilusión a cualquiera: pedirle a sus compatriotas que no viajen a Roma para ver su consagración como obispo de esa diócesis y más bien destinar ese dinero a los pobres. Sus palabras en los videos de Cáritas cuando estaba en Argentina, su foto en el bus con el resto de cardenales, como “uno más”, su fuerza y sencillez (a cual más grande) en la homilía de este jueves... ¡en fin! Un papa como Dios manda, uno que es capaz de hacer reconocer a ateos y protestantes que estamos ante un hombre poco común, uno humilde, uno que predica con el ejemplo, y Cristo sabe cuánto los católicos hemos rogado por alguien así. No digo que los otros papas en la historia no hayan sido del todo humildes, pero ya era hora de ver a alguien tomar la sencillez del carpintero de Jerusalén y aplicarla en el puesto más alto de la jerarquía católica: uno al que no le tiemblen las manos para lavarle los pies a los demás.

¿Qué seguirá con Francisco? Mi corazón tiene varias expectativas pero prefiero aguantarme un poco. Hay que dejarlo ser papa, terminar de hacer una limpieza profunda en la Curia vaticana (que buena falta le hacía), seguir los pasos de Benedicto XVI (a quien cada día quiero más) y terminar de extirpar a la Iglesia de escándalos de pedofilia y pecados ocultos. Y lo más importante de todo, encontrar esa fórmula escurridiza para hacerle entender al mundo que Dios, con todos los pecados que existen, todavía lo ama. Y a la Iglesia, su Iglesia, que es la llamada a llevar ese mensaje a quienes todavía no lo conocen... o peor aún, no lo han vivido.

Católicos: ¡estemos felices! Hace días lo vengo diciendo: se avecinan los mejores tiempos que nuestra fe haya vivido, tal vez en su historia. No digo que la persecusión se detenga y seamos todos felices. Al contrario, estoy seguro que los anticatólicos ya están buscando "el pelo en la sopa" de Francisco, también podríamos ser golpeados con más fuerza, pero ese Espíritu Santo que ungió a Monseñor Bergoglio como sucesor de Cefas seguirá con su Iglesia. De por sí, estábamos advertidos: “y las puertas del infierno no prevalecerán sobre ella”.

¡Viva el Papa! ¡Viva Francisco! Dios tenga todavía más compasión y nos lo regale por muchos, muchos años más. Y ojalá tenga el "efecto semilla de mostaza" que tuvieron esos dos revolucionarios descritos en este post.

Los dejo con su primera homilía: tan sencilla y directa como magistral:

martes, 1 de enero de 2013

El reto de continuar sin desfallecer: 2013


¡Feliz, o al menos provechoso 2013 a todos! 
Termina la primera hora del nuevo año y la brisa fresca del Puerto que recorre mi cara en esta madrugada, teniendo al frente la misma vista puntarenense de hace un año, me hace pensar en lo que me dejó el 2012 y en lo que este 2013 me traerá... Sin duda, la palabra es solo una: retos.

Tuve un 2012 personal duro, muy duro... algunas cosas (muchas) no salieron como yo hubiera querido y si de tropiezos se trata, se me asemejó un poco a aquél fuerte 2008 del cual aprendí mucho, pero cuando también sufrí bastante. Lastimé y me lastimaron, aunque siempre con una moraleja al final de la historia.

El nuevo año llega como una oportunidad, un reto para dejar atrás situaciones, circunstancias o factores que me impidieron crecer como persona al ritmo que lo hice entre el 2009 y el 2011... sí, cuando estaba en Francia. Y yo diría, que el reto más importante que tengo para estos nuevos 365 días que ahora inician es superar aquello que me hizo suspirar y sacrificar: mi sueño francés tendrá que dar paso, supongo, a otra cosa. Pensé que lo iba a descubrir en el 2012, pero no. Para lo que sí sirvió este año que termina es para al menos estabilizar mis pensamientos y sentimientos en torno a mi experiencia europea. Madurar lo que yo puedo hacer y dejar atrás lo que quiero... Esta filosofía también aplicó para otros temas que mejor me reservo.

El 2012 tuvo de todo un poco: lágrimas, frustraciones, aprendizajes a punta de garrote... pero también reencuentros, descubrimientos, gente muy valiosa que llegó a mi vida y que no ennumero porque estoy seguro de que dejaría a varios afuera. Pero sin duda, ellos sabrán quiénes son y qué aportaron.

Luchar por adaptarme, por algo tan simple como volver a la casa de mis padres o al barrio donde vivo desde hace doce años no fue tarea fácil. Igual tampoco lo fue por trabajar aquí, por lidiar con ciertos políticos y especialmente con un año que, para mis recuerdos, ha sido el peor en cuanto a acontecer nacional. Políticamente, el país pasa por su momento más crítico que mis casi 30 años de vida puedan revisar. La cantidad de presuntos actos de corrupción, eso que en el pueblo conocemos como “chorizos”, así lo demuestran: hay que empezar como es obvio por la trocha, la contratación de la empresa Procesos, los impuestos sobre bienes inmuebles no pagados aún por el ministro de Hacienda, entradas para el Estadio Nacional dudosamente negociadas, armas robadas, campañas políticas dudosamente financiadas (en todos los partidos políticos sin exepción)... y sabrá Dios cuántas cosas más. Todo eso sin mencionar a expresidentes que ahora vuelven a ser ángeles dignos de tamales y a un electorado simpre dispuestos a perdonarlos y a ayudarles en la reconquista del país.

Hay gente que me critica y me dice con cierta razón que yo no quiero a Costa Rica, que debería irme si tanto me molesta (si supieran que no es precisamente el amor al país lo que me retiene aquí...), pero yo que tuve la oportunidad de estar ahí, cubriendo en primera fila esos hechos, me dí cuenta que todo eso no sirve sino para fundamentar lo que pienso hace rato: como sociedad no tenemos solución. Hay personas que la pulsean, pero sigue siendo una ínfima minoría si se toma en cuenta a la totalidad. Mi regreso a Costa Rica me ha servido para confirmar lo que creía cuando me fui, en aquél enero del 2009: al tico no le interesa que su país mejore, no se preocupa por al menos individualmente hacer un esfuerzo que mueva a la colectividad a un cambio. Todo lo contrario, sigue cada vez más sumido en sus torpes actividades diarias, en sus pasatiempos que le generan opio y y hasta se enoja cuando alguien quiere hacerlo despertar.

Lo único que sí reconozco es la presión que empiezan a ejercer las redes sociales sobre ciertas decisiones políticas... aunque para ser sincero, cuando estas se tratan de intereses más profundos, estos esfuerzos siguen siendo ínfimos. Sobre esto pienso en dos cosas, o más bien, en dos personajes: los diputados Enrique Chavarría y Justo Orozco, quienes han empobrecido el debate político con argumentos simplistas y se han ganado el odio o por lo menos la desaprobación de buena parte de la ciudadanía debido a ello.

Pero está la otra parte del electorado, esa que este año definirá los nombres de quienes representarán a los partidos en las elecciones del 2014, comicios que dicho sea de paso, no me generan ningún tipo de esperanza más allá del fin de un gobierno sin liderazgo, sin encanto, sin autoridad, sin madurez, sin efectividad ni pragmatismo. El pueblo seguirá votando por el partido de Gobierno a cambio de hamburguesas, bonos de vivienda, sacos de cemento o latas de zinc... o peor, por un puesto X en el próximo período. Así de triste, así de simplista se presenta nuestro futuro. 

No espero nada bueno del 2013 del ámbito político. Quizá, lo único, que hayan menos escándalos que en el 2012. Me gustaría una campaña poítica donde lo que se debatan sean ideas y no recuentos de actos de corrupción... pero desgraciadamente nuestros “líderes” no dan sino para eso, para producir dudas entre quienes, con algo de criterio, los van a elegir. La ventaja para ellos: a la gran masa, esa que al final es la que decide, no le importa ni le importará cuántas cochinadas hagan. Es ahí donde principalmente se genera mi “valeverguismo” y desinterés fáctico, porque igual sigo berreando aunque sabiendo que eso no cambiará nada.

La oposición política me genera aún más sinsabores, el saber que pase lo que pase, nada cambiará en ningún lado y, al contrairo, las cosas pueden ponerse aún peor. En lo que a la economía respecta el Gobierno dice que los índices van muy bien y yo en serio me alegro por los índices... pero cuando veo que la desigualdad y el número concreto de pobres crece, los números se me transforman en brabuconadas absurdas. A mí qué me importa si las exportaciones suben, si hay más empleo o si la crisis fiscal resultó ser por el momento no tan terrible. Poco me interesa todo eso si la gente pobre es cada vez más pobre, situación inversamente proporcional a los que más tienen, como es lógico.

Si Francia me enseñó que el desarrollo es más un estado mental que una buena salud financiera, Costa Rica en el 2012 me confirmó que el subdesarrollo es un tema que está íntimamente ligado a nuestra educación, a una forma de vivir en sociedad que cada vez se torna más individual, más egoísta, más yo y menos vos (o ustedes). Los políticos lo suelen poner en práctica desde arriba, aunque no solo los culpo a ellos: al final ellos también son pueblo y reflejan lo que sucede desde abajo.

Estamos fregados si creemos que el próximo presidente arreglará el país a punta de adoquines y festivales, o imágenes gastadas con personajes y obras que han sido insuficientes para siquiera detener el resquebrajamiento de nuestra igualdad. Si bien ellos son los que dirigen, el pueblo es quien los pone... y quien los puede quitar si incumplen su cometido. Desgraciadamente al propio pueblo no suele interesarle lo que pase y a la parte que acostumbra reclamar el resto la tilda de “chancluda”, comunista, alborotadora o cuanta chota se le ocurra, que para eso somos buenos ticos.

En fin, volviendo a la parte personal, esta al menos tuvo razones un poco más sinceras para creer que hay cosas que se pueden solucionar. En lo laboral aprendí mucho, aunque me sentí algo defraudado... quizá porque mi recuerdo de Radio Francia Internacional todavía está muy presente en mi mente y espíritu y porque había olvidado cómo era el “mundo real” en mi país. En eso el año que empieza trae un proyecto nuevo que me resulta esperanzador y retador. Ya veremos qué sale de todo eso.

Mi familia, a Dios gracias, está completa. Preocupaciones no faltan pero todo irá saliendo como el Maestro quiera. Mi abuela, que era mi gran temor hace doce meses, ahí está vivita y coleando contra todos los pronósticos, avanzando hacia sus 97 años.

El 2013, como dije al inicio, llega en un momento clave en mi vida: este año cumpliré mis 30 años si así Dios lo permite. Y aunque no quiero hacer de esto demasiado escándalo, uno de mis proyectos es estabilizar (por fin) mi vida. Si pensaba que esto ocurriría al poner mis pies en el aeropuerto Juan Santamaría me temo que me equivoqué. Cosas pasaron en el 2012 con las que tuve que comer tierra, aprender que la voluntad del Jefe no estaba en lo que yo quería sino en lo que tenía que ser. Y esa vieja escuela de aprender a confiar en Él aún no puedo considerarla dominada... ¡qué va! Me hace falta mucho, más de lo que yo quisiera. Pero a pasitos, muy lentos, voy mejorando, dándome cuenta que avanzo, aunque con la obligación de ir un poco más rápido.

Estos 30 años me obligarán a entrar en una época de más madurez, de hacer elecciones y de hacerme más fuerte. Quienes la viven me han dicho que es lo mejor de la vida: mezcla agradable entre la juventud y la madurez. No temo aunque sí creo que ya es momento para que las cosas se asienten y calmen. Solo espero que Dios me ayude a que el inicio de mi cuarta década sea tranquilo y que las cosas se vayan acomodando. Por lo demás creo que poco hay que decir del 2013. Siento como si estuviera esperándolo sin hacerme de muchas ilusiones pero con el convencimiento de que habrá que luchar más duro para sacar más frutos positivos que los dados por el año que termina.

Inicio de campaña electoral que coincide, como siempre, con eliminatoria mundialista (y nunca había visto tanta similitud en ambos ámbitos como ahora). Visitas desde la Galia que me harán muy feliz, por más cortas que sean. Temas a los que habrá que buscarles solución. Y sobre todo retos, retos por doquier: en el trabajo, en la casa, en la parroquia, en la fe, en la vocación, en el futuro... y tal vez, solo tal vez (y si toca) en el amor... (aunque para eso sigo sin tener prisa y cada vez menos pasión).

Creo que esa sensación de incertidumbre que me generan los 1 de enero este año en la madrugada (este año en su octava versión en mi blog) está como incrementada, pero a la vez apaciguada. Sí, ya sé, no parece coherente... pero quizá ese incremento se entiende desde la ansiedad y esa paz desde la confianza en que de alguna forma Dios se encarga de todo... pese a que algunas ocasiones siento que lo hace vía satélite (eso tal vez se explique porque soy yo el que se comunica con Él como a larga distancia).

Bienvenido 2013. Supongo que venís a ordenar el desorden que dejó tu antecesor. Por mi bien espero que así sea. No te pido mucho más que seás un año de madurez, perseverancia, superación personal... de demostrarme a mí mismo que todos esos temas que aún no logro superar serán dejados atrás o al menos que tendremos un buen avance en su logro. No mi amigo, no te tengo miedo. Respeto sí, pero no temor. Francamente creo que ya pasé por donde asustan. Mi Señor me acompañará, de eso no me cabe duda, porque pruebas tengo de sobra.