Bienvenidos a mi blog personal. Aquí encontrarán a veces cosas de realidad tica, otras veces, comentarios muy personales. Siempre con el deseo de provocar debate o de ejercer mi derecho de expresión. Siéntanse bienvenidos de leer y comentar, siempre que sea con respeto. Eso sí, nada de anónimos. Están en su casa. Atentamente: Pablo Mora Vargas. Periodista.
Si hay un tema a lo largo de mi vida que me ha
intrigado, provocado primero miedo, luego curiosidad y últimamente
regocijo es el tema de la muerte. Y ¿qué mejor fecha que esta para
hablar sobre ese fin que en realidad no es un fin, sino una mudanza?
Le robo esta concepción a Facundo Cabral (a quien imagino en el
cielo haciendo coplas y conciertos para el regocijo de todos) para
tocar un tema que no es ni de realidad nacional ni personal, pero sí
que me encanta y apasiona: la muerte.
La muerte, señoras y señores, se puede ver de dos
formas: sin Dios, es decir, engañándose y creyendo que cuando
cerremos los ojos por última vez todo acabará y uniremos nuestra
materia inerte a la del resto del universo... o bien, como la fe
cristiana lo ha señalado desde hace unos 1970 años (o más si
juntamos las creencias judías): un paso, una pascua hacia la
definitiva y final vida, que será la que nos espera al otro lado.
Entender la muerte sin Dios debe ser desesperante...
el solo imaginar morir y que todo se acaba me estremece porque,
después de todo, no tendría ningún sentido ni trascendencia
nuestra existencia. En cambio, la muerte con Dios no solo tiene
sentido sino que forma parte de su creación, haciéndola hermosa,
necesaria y enriquecedora.
“La hermana muerte” la apodó san Francisco.
Claro que hay que llamarla con cariño. Porque al final su misión es
solo una: recordarnos que somos imperfectos y necesitados, frágiles
y finitos. Pero a la vez, darnos ese pasaporte hacia la vida que
nunca acaba.
Ahora bien, el momento en que nuestra alma se separe
de nuestro cuerpo también nos impone (a los que creemos) hacernos un
balance de cómo anda la cosa por acá. Teológicamente debemos tener
claro que no se trata de “portarnos bien para ir al cielo” (error
que durante mucho tiempo la Iglesia se encargó de difundir). Por
mejor que nos “portemos” jamás seremos dignos de merecer tan
grande dicha. Es obvio que la resurrección es un regalo dado por
Dios que nadie jamás podría “comprar” con buenas obras. Lo que
sí es necesario es vivir en concordancia con la voluntad de Dios, o
más simplemente, vivir amando. Pero ese es un tema que quedará para
otro día.
La muerte es sinónimo de vida, de libertad, de
plenitud... de dicha. Si en mi encuentro personal con Cristo que
describí en mi último post dije que había sentido la alegría más
grande de mi vida, asumo que el cielo es un millón de veces eso.
Porque mis amigos: sí hay un más allá. Y no solo me respalda mi
fe, aunque sí me basta. Existen miles de testimonios de gente
(algunos de ellos conocidos) que han tenido una experiencia cercana a
ese paso: el alma que se despega del cuerpo, la percepción de verlo
todo “desde arriba” e incluso, de ver otro lugar después de eso:
un tunel, un campo verde, conversar con personas que partieron antes
y la percepción de tener que regresar “a terminar algo”.
Incluso, muchos de ellos describen lo que había a su alrededor a
pesar de no tener signos vitales, y obviamente, la capacidad de
percibir con sus sentidos.
Algunos dicen que las experiencias cercanas a la
muerte es el “último respiro” de las neuronas antes que todo se
apague. Pues ¡qué capacidad del cerebro! Ir más allá de la
percepción normal para describir cosas e imágenes que son narradas
como “más reales que lo que vemos en nuestra realidad”, con lujo
de detalles, sin que ya en el cuerpo nada funcione.
El mito del fin con la muerte es eso: un mito.
Perdone usted si cree o no cree, pero ese asunto es tan real como la
ley de la gravedad. ¿Que no está científicamente “probado”
pese a las investigaciones neurológicas que concluyen cosas que no
se explican? Claro. Resulta difícil hacer un “estudio” desde el
otro lado. Pero en fin, creamos o no, hay una gran verdad: ese
momento nos llegará a todos e imagino que, desde el otro lado, más
de uno me dirá “tenías razón”.
Pienso en el momento de mi muerte todos los días.
¿Que estoy loco? No. Simplemente se trata de recordar cómo estoy
actuando a diario para que ese instante no me tome del todo
desprevenido. La pregunta que nos harán del otro lado será: ¿cuánto
amaste? Y de eso dependerá el que realmente queramos estar en ese
lugar tan lindo y especial... o que estemos lejos del mismo, para
siempre.
No me creo santo (estoy lejísimos de ese estado)
pero sí creo que si la muerte me sorprendiera hoy pasaría
“raspando” para ver a ese Ser que me pensó y amó tanto, desde
el inicio hasta el fin de mi vida en esta tierra. Dios sabe que si he
actuado mal en el fondo no es porque lo odie a Él o a mi prójimo,
sino porque en el fondo estoy en búsqueda de mi felicidad, de una
forma no correcta tal vez, pero en ningún caso mal intencionada. Y
si el asunto funciona como decía San Pedro: “un poco de amor cubre
multitud de faltas” entonces creo que con eso y con la misericordia
de Dios, llegaré a la meta de la que tanto habló Pablo el grande.
Claro, eso me hace cuestionarme qué pasará con
quienes dedicaron su vida terrena a hacerle el mal a los demás: a
robar, a la deshonestidad, a acumular poder y riqueza en detrimento
de quienes no tienen nada (el evangelio del rico y el pobre Lázaro),
a quienes maltrataron, abusaron, torturaron y mataron. A quienes
fomentaron el hambre, las guerras, las enfermedades (por no luchar
contra ellas). En fin, a todos los que se dedicaron a odiar en lugar
de amar. Pronóstico reservado, aunque sí, aún para ellos hay
misericordia si se da un arrepentimiento seguido de la conversión.
Entrada a la cripta donde reposa el cuerpo incorrupto de (san)
Padre Pío. Como pueden ver el lugar es completamente dorado
lo cual simboliza la resurrección en lugar de tonos oscuros.
Es por eso que en este post quería dejar un mensaje
póstumo para cuando a me toque abordar ese tren que me llevará a un
destino final y definitivo:
“Quiero decirles que sin duda, donde estoy ahora
estoy mejor que donde estuve. Que viví la vida con amor, con
emoción, con pasión (a veces quizá con demasiada) y con temor y
amor a Dios. Quiero que sepan que los llevaré a todos en mis
oraciones, y que aunque sé que mi falta les duele, el consuelo de
saber que estamos unidos por medio de un único y mismo Dios debería
bastar para reconforarlos. Que la comunión de los santos en la cual
creemos no son simples palabras, sino que así funciona la eternidad.
Y que, por sobre todas las cosas, el amor nunca terminará. Por lo
tanto sean valientes y sigan viviendo que aunque no físicamente, yo
también los acompañaré junto con el Señor hasta el fin de sus
días.
Sonrían, porque a pesar de la tristeza que pueda
embargarles mi falta, en mi vida terrena siempre traté de hacer
sonreír a la gente. Creo que lo mejor que podemos hacer, mientras
tenemos tiempo, es dar felicidad. La sonrisa es la muestra inequívoca
de un corazón que tiene amor, y sin amor la vida se vuelve vacía,
porque al final, el amor fue nuestro comienzo y será nuestro
destino”.
Termino con una canción de Martín Valverde que creo que engloba todo este tema y la cual invito a ustedes a escucharla. Se llama: "No se han ido del todo" y creo que es muy apropiada para concluir este comentario.
Voy a contarles una historia, LA
historia, MI historia. Quizá no lo hice antes porque no quería
estropearla, porque no tenía aún la madurez para pasarla en
palabras. Es la razón que justifica el motivo que me hace creer, esperar y amar. La explicación de estar tan agradecido con Dios, que como dice el
salmo: “Me sacó de la fosa fatal”. Esta, señoras y señores, es
la narración de un camino lleno de piedras, de un valle que casi
llega a ser de muerte, de un abrazo, lágrimas y una conversación
que lo cambiaron todo... Esta es la historia de mi Encuentro Personal
con Cristo (EPC).
Antes de entrar en materia quiero hacer
una aclaración. Lo que usted leerá (si se atreve) a continuación
no es ni dogma de la Iglesia, ni ha sido comprobado por científicos,
ni tampoco ha sido estudiado por psicólogos, psiquiatras o físicos
cuánticos. Se trata siemplemente de mi relato, de algo que viví y
que, 15 años después (la mitad de mi edad actual) quiero
compartírselos. Aquí no se trata de buscar una explicación (ya
desistí de encontrarla), se trata, simplemente, de dar a conocer la
razón por la que me siento tan agradecido con Dios, con quien tengo
razones de sobra para amarlo y sentirme amado, aunque aveces la vida
no “me la ponga” tan fácil.
Comenzando por el principio, acepto que
provengo de dos familias muy católicas, y más allá de ir a misa
los domingos, muy practicantes de la esencia del cristianismo: mis
tías Mora de Turrialba, tan dedicadas a Dios como les es posible, me
regalaron varios de los conocimientos que tengo desde niño sobre la
fe. Los Vargas, por su parte, con la alegría que les caracteriza, me
mostraron un Dios que no tiene por qué ser aburrido. Sin embargo, y
como ya verán, faltaba algo: la experiencia del amor más grande que
uno pueda imaginarse.
“Curiosamente” desde pequeño fui
víctima en varios momentos de mi vida que estuvieron llenos de burlas y
discriminaciones... eso que ahora llaman muy gringamente “bullying”.
Para ser exactos, mi infancia fue particularmente triste en primer,
cuarto, quinto y sexto grado. Mis compañeros, posiblemente sin
proponérselo conscientemente, hacían mofa de mi gordura (era una
bolita con patas en aquel tiempo) y de mi tal vez excesiva blancura
de piel (eso nunca se me quitó ni se me va a quitar...). Por lo
tanto apodos iban y venían, incluso canciones de mofa y otras cosas
que un niño en pleno desarrollo no agradece para su autoestima.
Esto, tengo que aclarar, lo digo porque definitivamente me marcó
negativamente en mi amor propio y abrió una herida que se hizo más
y más grande con el pasar del tiempo.
Importante destacar aquí que cuando
estaba pequeño ODIABA ir a misa en Turrialba, donde viví hasta mis 13 años. Realmente me daba una
pereza inigualable, motivada además por lo aburridos que eran los
padres y sus homilías. Tanto así, que llegué a detestar los
domingos solo por el hecho de tener que estar en misa de 6, con el
“combo” de “ir a hacer” que rezaba el rosario donde mi
familia paterna. Para mí era lo más cercano a la
obligación de vivir la fe de una forma monótona que en lugar de
acercarme, más bien me alejaba. Tal vez lo único que me gustaba
era la Semana Santa, por su teatro más que por lo que celebraba.
Cuando mi familia decidió mudarse de
Turrialba para Alajuela (donde dejé mi ombligo), un 29 de diciembre del 96, yo acababa de
tener por fin un grupo agradable (el de sétimo del cole) y aunque me
dolió dejar a mis amigos, supuse que el cambio de ciudad también
serviría para dejar atrás todos aquellos malos recuerdos. Error.
Solo empeorarían...
Llegando a Alajuela e ingresando a
octavo, entré con un grupo de compañeros, que, digamos, no hacían
mucha gala de ser muy maduros (bueno, qué se le puede pedir a un
grupo de mocosos de 14 años...). El ser nuevo no jugó a mi favor y
más bien empecé a sentirme “apartado” por mucha gente de mi
sección. Tenía un par de compas y listo. Las burlas volvieron, tal
vez por envidias académicas, como ocurrió en la escuela y eso dolía
y más aún en plena adolescencia.
Llegó el año 98 y quiso “el
destino” que me cambiaran de sección. Al principio pensé en
quedarme en el antiguo grupo, pero “algo” me motivó a ver qué
pasaba con compañeros nuevos. La nueva sección se veía mucho más
unida que la que acababa de dejar y prometía ser lo que andaba
buscando.
Al mismo tiempo y como dicta la
costumbre católica, empecé mis catequesis de Confirmación en La
Agonía de Alajuela, esa iglesia que hasta ese momento admiraba por
dos cosas básicas: su belleza de arquitectura y que los curas
lograban que no me durmiera en misa. Una vez adentro, una de mis
compañeritas de Confirmación me cautivó... me enamoró y me hizo
suspirar. Nunca supe si era correspondido o no, lo cierto del caso es
que ella, sin saberlo, jugaría un papel también muy importante. Ah,
y también estaba mi catequista, una tal Martha Rojas, una señora
muy buena pero que era capaz de aburrirme rápidamente en las
clases... luego verán la sorpresa que ella me dió.
Volvemos al colegio. Mis compañeros,
que prometían ser amistosos, desde el principio no lo fueron.
Recuerdo que una vez me dijeron, sin que yo entendiera los motivos,
que era muy “rajón” (y nunca me dieron ejemplos para
justificarlo). Entonces, me uní al grupo de los “pintillas”
quienes me recibieron con los brazos abiertos... aunque fuera para
ser su bufón.
Rápidamente, mi nuevo grupo de
“compas” me demostraron que me querían más para que les hiciera
favores como dejarlos copiar mis exámenes o tareas, que por un
interés de amistad sincero. Igual no tenía mucha opción: era o
estar con ellos o estar solo. Y como estar solo cuando tenés 15 años
y vas al “cole” es casi una maldición social, tomé encima los
riesgos y maltratos y decidí irme por la primera opción. Yo les servía
de motivo de risa, de burla. Quizá porque siempre fui muy inocente,
porque en serio siempre pretendí, simplemente, llevarme bien con la
gente y porque, en el fondo, me creía todas sus burlas y ofensas.
Las heridas las arrastraba desde pequeño y ahí simplemente se
agrandaron.
Así viví los primeros seis meses de
aquel año. Mi única ilusión real era la chiquilla de los sábados
en la tarde. Ella era quien me ponía contento, ilusionado... el
resto iba cada vez peor. Lo “mejor” era que me daba razones como
para creer, tal vez más en mi mente que en los hechos, que sí había
algún tipo de correspondencia o al menos de interés. Nunca lo supe
y moriré sin saberlo.
Por ahí como de julio, se hizo en mi
colegio algo que ya era como tradición: la venta de globos de
colores con una tarjetita de dedicatoria. Me explico: el rojo era de amor, el rosado para alguien que
a uno le gustaba, el blanco de amistad... y el negro de odio. Siempre
me preguntaba quién sería capaz de regalar una bomba negra a otra
persona. Me parecía cruel. Pues bien, un buen día estando en clase
de español llegó una muchacha a repartir los globos... habían un
par de rojos, un poco de rosados y... uno negro. Se repartieron todos
y el negro quedó para el final. “Pablo Mora” dijo ella... el que
faltaba era para mí... una bomba negra para mí. Cuando ví la
tarjeta para ver quién me lo mandaba, decía “de sus compañeros
de sección”. Me negaba a creer que en serio fueran capaces todos
de algo así. Pero tuve que pasar por la humillación de recogerlo en
frente de todos. Cuando me senté en el pupitre de nuevo uno de los
de mi pandilla me dijo “mae no haga caso, son un montón de
idiotas”, aunque él mismo me hacía sentir a mí como un idiota.
En las siguientes semanas empecé a
alejarme de todo el mundo. Empecé a deprimirme. Había hecho desde
antes muchos esfuerzos por ser aceptado, al punto de adelgazar
dejando de desayunar y quedar todo “jalado”, pero nada
funcionaba. La tristeza se me notaba porque mis papás se comenzaron
a preocupar. Y en todo esto ¿Dios? Ocupado con otros asuntos,
gracias. La única figura celestial que sentía medio cercana era la
Virgen, tal vez por su figura materna, pero nada más.
Realmente me sentía solo, muy solo. La
soledad nunca me ha incomodado y más bien ha solido ser buena
compañera para reflexionar, pero ese sentimiento que tenía por esas
fechas era soledad mezclada con pésima autoestima, sumada a rechazo
social... a sentirme una mierda y menos que eso.
Una mañana recuerdo que llegué al
colegio y el mae que era “más cercano” a mí me dio una broma
que yo no agradecí y eso me costó un fuerte golpe en el hombro. El
dolor del golpe fue nada a la par de la tristeza que me produjo. Fue
como sentir que nisiquiera la persona que se decía “mi mejor
amigo”, a quien tanto le había explicado materia o estudiado junto
a él, me apreciaba, nisiquiera por eso...
Llegó el 15 de agosto, un sábado. Y
aquí, gente, es cuando todo empieza. Ese Día de la Madre mi mamá
me trató de convencer, sin éxito y hasta el cansancio, de ir a la
tradicional fiesta familiar. Una tía llegó después y tampoco lo
logró. Yo estaba demasiado triste, demasiado sin esperanza y sin
razón de vivir como para hacer la pantomima al frente de toda mi
familia de que todo estaba bien. Recuerdo perfectamente estar en el
patio de la casa, intentando hacer unos problemas de mate, cuando mis
ojos se llenaron de lágrimas. Lloré desconsoladamente sobre el
libro. Me sentía mal, como nunca de mal, triste, vacío, en un hueco
sin luz ni salida, lejos de cualquier tipo de cariño a pesar de que
mi familia se preocupaba, pero eso no me bastaba. Lloraba y lloraba
porque en serio me sentía tonto, feo, incapaz de merecer cualquier
tipo de reconociento de amor.
Cuando paré un poco de llorar, fui al
baño de mis papás a secarme las lágrimas. De camino, en la mesita de noche
estaba un cuadro de un “Señor confío en Tí” con un Jesús que
siempre ve a los ojos. Yo, al mirarlo, sentí la cólera más grande
que nunca sentí... y empecé a insultarlo (luego me daría cuenta
que estaba haciendo también la oración más sincera que nunca
hice). Le dije cosas “suavecitas” como “Vos sos una mierda, su
amor no existe, si realmente existiera yo no estaría así. Usted es
un engaño, una falacia, una mentira, usted realmente no existe y su
amor tampoco!!! Todo lo que me han dicho siempre sobre usted, su amor
y su bondad es pura basura”... en fin, todo lo que mi tristeza y mi
ira podían inspirarme. Seguí, me senté sobre la tapa de la taza
del inodoro y otra vez volví a llorar amargamente. En ese momento me acordé que
sabía perfectamente dónde estaban las pastillas en mi casa. Sí, en
ese momento pensé en que lo mejor sería suicidarme y acabar con
todo de una vez por todas. Pero “algo” pasó, tal vez el miedo,
pero en todo caso Dios, que me desmotivó a ir a buscarlas. Siempre
he logrado lo que me propongo con todas mis ganas y si hubiera
procedido estoy seguro que hubiera conseguido una buena intoxicación
que tal vez me hubiera llevado a la muerte.
Todo lo que recuerdo después es muy
oscuro. Al final terminé yendo a la fiesta del Día de la Madre,
todo para ir a llorar y para terminar de entristecer más a mi
familia, y preocuparla. Pasó ese día...
Esa semana fui oficialmente ateo. Fui
al colegio estrictamente a oir las clases y las únicas veces que
hablaba era para hacer preguntas a los profesores. Pasaba solo en los
recreos, alejados de todos y de todo. No quería saber nada de nadie
más. Volvía a mi casa, casi no comía y cuando llegaba me encerraba
en el cuarto sin tener tampoco contacto con mis papás o hermanos.
Como ven, diagnóstico: depresión severa. Si mal no recuerdo esa
misma semana habían exámenes. Ya se imaginarán cómo fui a
hacerlos...
Por fin llegó el viernes 21 de
agosto... que fue lo más parecido al inicio de mi Triduo Pascual
personal y tuvo connotación de Viernes Santo. El día en que nos
íbamos para un dichoso retiro que era requisito para confirmarse. ¡Qué remedio! Al menos saldría un rato de aquella realidad tan
horrible. Para ese momento mi única esperanza, lo único que le daba
sentido a seguir viviendo era la chiquilla que tanto me gustaba de la
Confirmación y la esperanza de que, tal vez, podría lograr algo con
ella en ese fin de semana. Cuando llegué del cole al bus que nos
llevaría al antiguo Colegio Saint Claire (ahora U Católica, en
Moravia), le pedí a mi “compa” más cercano de la confirma que
se sentara a la par mía pero que cuando la viera “a ella” se
fuera. Así lo hizo, solo que “ella” se sentó justo atrás...
con otro compañero que tenía como 5 años más que yo y que hasta
ese momento me caía bastante mal.
Lo que pasó en el viaje desde La
Agonía hasta el lugar del retiro fue lo más parecido a una broma
macabra. El chofer se perdió en el camino y la tarde se hizo noche.
Y desde los asientos detrás de mí se empezaron a oir risitas y
sonidos de besos... sobraba decir que yo me sentía verdaderamente
mal, ya sin ganas de nada, solo de llorar y de terminar esto cuanto
antes. Al llegar al Saint Claire yo solo quería que se acabara “esa
estupidez” llamada retiro y que pudiera devolverme a mi casa, ahora
sí, a matarme. Estaba clarísimo que oficialmente mi existencia no tenía
razón de ser. Me sentía engañado por mí mismo, humillado por mi
propia estupidez y en el fondo de un pozo muy profundo del que ya no
iba a poder salir más.
Recuerdo que ese viernes nos recibieron
con un montón de globos rojos pegados en las paredes y cada uno tenía
una cita bíblica para nosotros y que, redactando estas
líneas, me acabo de dar cuenta que perdí... pero decía algo así
como que “Yo te tengo en mis manos”. Ni le puse atención, no
estaba para “panderetadas” y lo guardé en la bolsa del pantalón.
Terminó ese trágico día y vendría EL 22 de agosto.
Era sábado en la mañana. Llamé a mi casa
(cosa en teoría prohibida) para hacerle saber a mi mamá cuánto
quería salir de ahí. A la pobre aquello por supuesto que la
desanimó, porque estaba haciendo mucha oración por mí como para darse cuenta que no estaba funcionando. Por otra parte, no era nada
lindo ver a la chiquilla que tanto me había hecho suspirar, para
arriba y para abajo con su nuevo amiguito. Y aunque yo trataba de
aparentar que estaba bien, pues por dentro iba la procesión.
El retiro (para los que ya han estado
en uno) era kerigmático y hecho por la Renovación Carismática, de
la cual no sabía nada hasta ese momento. Hay una secuencia temática
que sigue, algo así como el pecado, el perdón, la reconciliación,
el amor de Dios etc. En la tarde, un padre, para mí un santo, llamado Rodrigo y
redentorista de mi parroquia, fue a darnos una charla del perdón,
bonita sí, pero para mí hasta ahí. Cuando me dí cuenta, otra de
mis compañeras de grupo de Confirmación estaba llorando sobre mi
hombro. Alguna cosa para motivarla le habré dicho en ese momento (sí, el diablo
vendiendo escapularios) y como que "le llegó". Me abrazó y me
agradeció por hacerle entender que ella era más que el problema por
el que estaba pasando. Eso me sorprendió porque fue como descubrir
que yo todavía servía para algo. En fin... una pausa en la caída.
Y cayó el atardecer de ese 22 de
agosto de 1998. Recuerdo que en las charlas solo estaba callado, ni
prestando atención a lo que decían quienes estaban encargados de
los temas. En ese momento un señor de colochos, flaco y alto, estaba
hablando de la reconciliación. Empezó a lo que los carismáticos
llaman “hablar en lenguas” (en lo cual personalmente creo aunque
también pienso que algunos lo payasean al punto de quitarle su
verdadera profundidad). En medio de todo, él nos invitó a que nos
diéramos un abrazo de paz, como se hace en las misas. Así lo
hicimos mis compañeros y yo, que estábamos sentados en la misma
banca. En eso, una compañera tuvo la feliz idea de decir “ey vamos
a darle la paz a doña Martha (la catequista)”.
Fuimos, doña Martha estaba atrás del
gran salón. Serían como las 6 de la tarde. Para mi sorpresa, las
primeras compañeras que daban el abrazo de paz a doña Martha hablaban con
ella y lloraban como desconsoladas. Eso me pareció MUY raro aunque
supuse que algún problema tendrían y que ella les decía algo para
consolarlas....
En fin, llegó mi turno. Y lo que pasó
se los cuento tal y como lo recuerdo. Yo nada más dije: "La paz doña Mar..." y no pude terminar. Doña Martha me abrazó y me
dijo “Pablito, Dios te ama, a Él no le importa que seas flaco,
blanco, con el pelo hecho un desastre, no le importa lo que otros
hayan dicho, eres valioso para Él”. Al mismo tiempo que ella me
decía todo eso, yo empecé a llorar mucho, tanto como jamás lo
había hecho... pero lo raro es que no era un llanto de tristeza,
sino de alegría. Y a la vez, sentía como un amor (EL AMOR) que me
llenaba el alma. Y en medio de la felicidad incomparable que sentía,
de aquél éxtasis, yo no entendía un carajo qué ocurría. Era como
si me hubieran dado un shock pero de amor, de cariño, de
comprensión, ese abrazo que tanto había buscado. Cuánto tiempo
duró aquello, sería mentirles si les digo. Para mí fue como de
varios minutos aunque posiblemente solo tardó unos segundos. En ese
momento también se me vino a la mente el cuadro del “Señor confío
en Tí” con el que me había peleado exactamente una semana
atrás... y aún seguía sin comprender.
Cuando por fin solté a doña Martha mi
mente solo daba tumbos. Me pregunté a mí mismo cómo era posible
que esa señora, esa catequista, que me aburría sábado a sábado,
por buena gente que fuera supiera todas esas cosas de mí, conociera
todos mis complejos y mi falta de autoestima, cosas que ni mis papás sabían. Y ¿qué era aquél
sentimiento de alegría y amor que percibía? No entendía. Y justo
en ese momento sentí una voz no física que me dijo en mi alma “Pablo,
el que te habló no fue Martha... fui YO”. No les miento, juro que
ese YO lo ví en mayúsculas, negrita y subrayado. ¡No podía creer
que fuera el mismo Dios el que había hecho todo eso! ¡Dios me había
respondido! Y ahí volví a llorar, de nuevo de la alegría. No tuve
chance de sentirme indigno No me dejó pedirle perdón por lo dicho.
Simplemente me dio su amor.
Fue entonces cuando me hizo entender
muchas cosas: por qué la gente lo alababa o lo adoraba, que era por
agradecimiento a Su amor. Sacó de mí muchas tonteras que la Nueva
Era me había metido en la cabeza (estuve muy interesado en ese tema
al empezar mi adolescencia) y en fin, me seguía hablando al corazón,
diciéndome lo importante que yo era y que de ahora en adelante todo
sería diferente. Todo eso pasaba mientras la charla continuaba, pero
yo solo recuerdo estar viendo el piso, sentado en la banca, sin decir
nada y todavía lagrimeando. Había tenido un Encuentro Personal con
Cristo.
Varias cosas me sorprendieron
instantáneamente: primero, que Dios SIEMPRE estuvo ahí. Segundo,
que NUNCA me abandonó. Tercero, que Dios está mucho más cerca y
dispuesto de lo que uno cree, que es cuestión de llamarlo y Él
responde (cosa que desgraciadamente tiendo a olvidar). Además me
dejó perplejo lo misericordioso que es, que está ahí, simplemente,
esperando para amarnos y perdonarnos sin darnos tiempo.
Cuando pasó ese rato tocó ir a la
cena. Había perdido el equilibrio y no podía caminar sin la ayuda
de mis compañeros. No tengo motivos para exagerar esto, así
ocurrió. Me da risa acordarme de verme enrollar los macarrones. La mano me temblaba. Pero no me importaba, porque una
alegría, una felicidad, un amor que no se apagaba había llegado y
se quedaría ahí por muchas semanas más.
Lo que terminó de pasar esa noche ya
va más en lo anecdótico. Hubo una oración llamada “de sanación”
en la que doña Martha (ahora pasada a ser una especie de Mujer
Maravilla) decía “El Señor está curando a fulanita de tal de una
herida porque su mamá quiso abortarla de bebé” y la chavala que
estaba detrás mío rompía a llorar y a gritar. O si no, “Dios
está curando de la drogadicción a fulanito de tal” y por allá
alguien también sacaba el violín. Esa noche me dí cuenta de las
cosas enormes que Dios puede hacer cuando el ser humano le abre el
corazón. Y ¿cómo no? Yo era el vivo ejemplo.
Aquella noche fue LA fiesta. Dimos
“serenata” a nuestras compañeras, corríamos sin camisa por todo
el Saint Claire, nos reíamos y para mí era evidente que yo no era
el único que había tenido una experiencia espiritual única. Ya
para mí no era problema exhibir mi blancura o flacura... daba igual,
Dios me amaba. Y desde entonces, ese pasó a ser mi mejor antídoto
para hacerme inmune a las burlas, chotas o críticas.
El domingo fue un día full Espíritu
Santo, lo cual además coincidía con el año 98, dedicado a la
Tercera Persona de la Santísima Trinidad. Recuerdo que la mañana de
ese día, de ese 23 de agosto, nos levantaron temprano y nos mandaron
a hacer oración en el bosque que tenía el Saint Claire. La mañana
de aquél día había comenzado y el sol que había, rodeado de una
espesa neblina, me decía que ya mi vida no sería igual, que todo
había cambiado, que todo era nuevo. Yo feliz de tener mi nuevo
Amigo, el que nunca me iba a fallar ni a dejar.
Ese domingo fue más que bueno, fue
excelente. Era mi Pascua personal, con Vigilia de Resurrección
incluida. Reí, jugué, gocé, saqué el jugo de las charlas como
nunca, me sentía nuevo, diferente, especial. Cantábamos en el bus
de vuelta a Alajuela y creo que todos estábamos en la misma
sintonía. El “pandereta” que tanto había criticado antes ahora era
yo. Y al llegar a mi hermosa Agonía puedo decirles que nunca vi ese templo tan lindo. aunque estoy seguro que solo tenía unos cuantos arreglos florales,
pero para mí era como si hubieran gastado una millonada en
arreglarla, porque se veía preciosa. Con solo entrar, otra vez las
lágrimas de alegría. Después mi mamá me contó que, al verme
llorar a la entrada de la misa de recibimiento, ella se asustó mucho
porque pensó que el retiro “no había funcionado”. Mi tío, que
estaba a la par de ella, le dijo “no se asuste, a ese mae Alguien
le pegó un mazazo”. Y así había sido.
Nunca le puse ni le saqué tanto
provecho a una misa como a ESA misa. La homilía del padre
simplemente era fenomenal y todo, todo para mí tenía un nuevo
sentido y razón de ser. Es muy diferente cuando uno va a misa
entendiendo en su corazón lo maravilloso que es Dios y el
significado tan genial de cada una de sus partes. Sobra decir que al
llegar a mi casa le conté todo a mi familia. No sé si me creyeron o
no, pero estaban muy contentos de verme de nuevo contento.
Al día siguiente supongo que mis
compañeros de sección estaban asustados o extrañados de ver al
Pablo que llegaba. Feliz, sonriente, seguro de sí mismo, ya sin
importarle lo que pensaran o no. Había una verdad que nadie me iba a
arrebatar: Dios me amaba así como yo era, y por otra parte, no
necesitaba de la aprobación de nadie más que de Él. Si el que creó
el cielo y la tierra me chineaba tanto, ¿por qué me iba a preocupar
de lo que los otros creyeran de mí? Solo recuerdo que dos
compañeras, que sí estaban en esto, me regalaron una frase de San
Pablo que desde entonces tomé como escudo y camino “Ya no vivo yo,
es Cristo quien vive en mí”. Ejemplificaba demasiado bien lo que
estaba viviendo.
No les miento cuando digo que aquella
alegría en mi corazón me duró como mes y medio. Me levantaba y ahí
estaba, me acostaba y ahí seguía. Tan “serio” fue el asunto que
tuve que pedirle a Dios que !me dejara en paz” un rato con su
alegría porque si no, no iba a poder estudiar para los exámenes de
noveno año. Pero eso sí, que volviera luego. Cumplió a medias.
Par de meses después me acordé que no
había visto cuál fue el día exacto de mi Encuentro Personal con
Cristo. Revisando los papeles que me escribieron mis compañeros de
Confirmación me dí cuenta que fue el 22 de agosto. Y cuando quise
saber a qué “santo” tenía que agradecerle su intercesión ese
día, la respuesta fue tan obvia como sorprendente: el 22 de agosto
es día de María Reina. Era obvio que la Madre, a quien tanto había
recurrido sintiéndome lejos, había hecho “su trabajo” para
acercarme a Jesús, como en las bodas de Canaan.
Y cuando aquella "contentera" pasó, que
yo tenía muy claro que iba a pasar, todo lo que quedó en mí fue un
“esto no puede quedarse aquí” y comenzó el largo camino de
seguir a Cristo, de luchar la batalla y correr la carrera de San Pablo.
Aprendí que mis amigos más amigos los haría en la parroquia,
porque ellos también vivieron algo parecido a lo que yo viví. Son
mis compañeros de batalla, y aunque muchos de ellos no estén ya
ahí, estoy seguro que la espina seguirá metida.
Fui catequista al año siguiente,
porque me urgía que la gente tuviera la misma oportunidad de conocer
el amor de Dios como yo la tuve. Luego, para el año 2000 empecé con
la Pastoral Juvenil y viví intensamente mis años de adolescencia y
juventud, en una fiesta diferente a la que muchos escogen, pero
siendo simplemente feliz.
Para terminar este relato, el más
largo que he escrito para mi blog, quiero simplemente hacerles saber
un par de cosas: número uno, que me encantaría que la gente supiera
que “Dios te ama” es más que una frase pandereta escrita en un
bus viejo. Que Él está ahí, solo esperando a que abramos el
corazón. Que si nos pasan cosas negativas no es porque a Dios no le
importemos, sino porque tienen una razón de ser en medio de nuestra
vida. Que el amor de Dios no es una teoría, no es un curso que se
pueda llevar y pasar, es una experiencia de un ser vivo, que nos
depasa y nos rebasa, y que sin embargo, es mucho más simple de lo
que podríamos imaginar.
Es por eso que no creo en la gente que
ve al cristianismo como una religión de gente perfecta o correcta,
restringida solo aquellos llamados “justos”. Tampoco creo en la
exclusión porque tengo claro que Dios no excluye, Él se limita a
amarnos a todos por igual, porque todos somos Sus Hijos. No conozco
otro Dios que no sea ese, y si no lo conozco es porque no existe otro
Dios que no sea el Amor mismo.
Lamento si todo esto les ha parecido
muy “cursi”, pero la dualidad Dios = Amor es así. Dicen los
filósofos que las verdades absolutas no existen, pero yo les puedo
garantizar que el amor de Dios es una verdad que está ahí. Lo podés
cuestionar, podés dudar de Él, podés incluso negarlo... que su
amor para vos permanece. Es un amor loco, totalmente diferente al
amor humano, porque no espera nada, no es egoísta ni busca su propio
beneficio, como decia de nuevo mi Tocayo el grande en la primera
carta a los Corintios.
Si Dios esperara a que diéramos el
primer paso para amarnos estaríamos seriamente perdidos. Dios ama
porque, como dice Martín Valverde, le da la gana amar. Y si a todo
esto le buscás explicación, pues vas a perder el tiempo, porque
tratar de entender el amor de Dios es tratar de entender a Dios
mismo, lo cual es humanamente imposible y tal vez lo logremos cuando
lo tengamos frente a frente, luego de esta vida física.
Si lo has vivido, me entenderás. Si no
lo has vivido pero creés, el simple “secreto” es abrir el
corazón. Si no creés en nada pero llegaste hasta aquí leyendo,
felicidades, ¡qué aguante! Y da igual, ojalá te haya servido para
reflexionar.
Esta es mi fe, una fe que me invita a
no quedarme nada más en lo espiritual. Tengo muy claro que Dios
quiere justicia aquí en la tierra, que quiere una Iglesia renovada,
“pobre para los pobres” como diría el amadísimo papa Francisco.
Una Iglesia que predique con el ejemplo y luego con la palabra, que
sea misericordiosa, como espejo del Dios que dice servir. La
construcción del Reino de Dios es mi tarea y eso pasa por la ardua
labor de evangelizar a con un Dios cercano, simple, que escucha y que
es capaz de perdonar la peor estupidez que hayamos cometido.
15 años ya desde aquel 22 de agosto y contando. Y aunque el recuerdo se va haciendo más y más viejo,
sigue ahí tan vigente como para alimentar mi vida y mis ilusiones.
Dios me puso a soñar, me llevó a Francia, me trajo de allá y no
tengo muy claro qué pretende hacer con mi vida. Solo sé que estoy
en sus manos y que no puedo pensar en un lugar mejor para mí.
Para no perder la costumbre, les dejo la canción que mejor relata cómo es ese momento del EPC. El cantante es Daniel Poli y la pieza se llama "Cuando uno se encuentra con Dios". Qué nombre tan apropiado ¿no?
La verdad es que no tenía pensado
volver a escribir nada sobre este desgobierno hasta mayo del otro
año, porque la verdad, les confieso, qué pereza llover sobre
mojado... Y aunque mi blog es un excelente medio para hacer catarsis,
lo cierto es que ya este gobierno “agüeva” y creo que no soy el
único costarricense que lo piensa. Pero el tema de vigilar las redes
sociales para cuidar que a Laura nadie le diga nada feo, pues se ganó
una breve reflexión...
A sabiendas de que este
post podría bien ser el primero por el que resulte objeto este
servidor y periodista de una demanda por injurias, calumnias y
difamación, debido a que sin duda lo leerá y analizará el abogado
(o Big Brother) de las redes sociales e internet que vigila que nadie
hable feillo de la presidenta en redes sociales e Internet, me
soltaré a decir una serie de situaciones insulsas a juicio mío
(para decirlo bonito digámosle “anomalías” y tal vez la plata
que tenga que pagar será menor) que el gobierno de la presidenta
Laura Chinchilla Miranda (pa' que quede claro de cuál “Laura”
hablo) ha tenido en su relación con el pueblo.
Esta semana la presidenta ha hecho gala
de cómo se debe tratar al pueblo (inserten ustedes el sarcasmo):
primero se ningunea una marcha, luego se dice que llegaron cuatro
gatos. Después, para distraer la atención de la opinión pública,
se demanda a un ciudadano por supuestas injurias que deberán ser
dirimidas de cuán falsas son en una sala de juicio. Finalmente, se
amenaza al pueblo de no decir nada que pueda lesionar la imagen de la
“presi” (como si ella no hiciera bien ese trabajo solita) porque
si no, o va uno para el “tabo” o le “apean” una buena
cantidad de “harina”.
Supongo que el abogado presidencial (el
que bretea para doña Laura a título personal, ojo) ya tendrá una
buena lista de personas a quién sacarle plata. Empezando por Yaco y
su “ofensiva” canción de “La Mordaza”, siguiendo por ese
“insoportable” de Hernán Jiménez que ha hecho millones de
colones a costa de las burlas y chistes contra la pobrecita de “la
presi” en sus stand up comedy (ambos videos los pongo abajo del post), sin olvidar claro al “irreverente”
de Edgar Espinoza y su columna sobre la sospechosa relación entre el“Hada Laurina” y René Castro... y ya después la lista puede
seguir con todos los que en algún momento hemos “basureado” la
imagen de quien equivocadamente el pueblo eligió para llevar las
riendas de este alicaído país en febrero del 2010.
Ahora bien, la pregunta que todos nos
hacemos. Para ser agresor de la presidenta ¿bastará con referirse a
ella como “Lau”, “Laurita”, “Doña Laura”, “Laura”,
“Laura Chinchilla”, “Laura Chinchilla Miranda”? ¿O habrá
que ser más específicos y poner “Laura Chinchilla Miranda, la
presidenta de Costa Rica 2010 – 2014”? Digo porque en derecho
para ser culpable hay que demostrarlo y sostener que solo por que uno
se “puteó” contra “X” Laura y decir que esa ofensa era
contra la que gobierna puede ser bien jodido para el abogado de la mandataria.
Y ni qué decir, como leí por ahí en
otro post: ¿cómo comprobará Laura que el que escribió la
“injuria” fue uno? ¿Le dirán en el juicio (inserte voz de
película) “estuvo usted el día 28 de junio, al ser las 11:25 de
la mañana, escribiendo en su computadora, celular, tablet o
cualquier otro medio digital, cosas “malas” de la primera
servidora de la República”? Digo, porque probar que fue Fulanito
de Tal quien escribió tal cosa debe ser más complicado que
recuperar los millones que se robaron los del Banco Anglo...
Y para hacerlo más dantesco para
nosotros los mortales de a pie: ¿de dónde empieza y a dónde
termina una injuria? ¿Basta con decir que Laura es una mala
presidenta o hace falta madrearla para ganarse el “derecho” de
ser llevado a una sala de juicio? (Dichosamente, eso sí puedo rajar,
no acostumbro a decir insultos contra la gente en redes sociales, así
que por ese lado estoy “salvado”).
Ya poniéndonos más serios... “me
encanta” la forma tan creativa que usa el gobierno más impopularde América (según el índice Mitofsky), el que menos escucha a supueblo en el continente (de acuerdo con el Barómetro de las
Américas, que por cierto coordinan la Agencia de Estados Unidos para
el Desarrollo y la Universidad de Vanderbilt) y el que cerrará como
el más impopular en la historia de las encuestas de Costa Rica (como
lo indican todos los sondeos que se hacen en este país) para
“acercarse” y “dialogar” con el pueblo y de ahí sacar una
mejor popularidad. Demandar a la gente para que no diga nada ofensivo
de la presidenta es como acabar con el hambre en el mundo matando a
los pobres que la sufren.
En resumen, se acabó la Ley Mordaza...
pero ahora viene esta decisión que parece algo así como lo que la
CIA hacía con los gringos (y con el resto de la humanidad) en
Internet, solo que no necesitamos de un Snowden tico para conocerlo.
La misma Laura lo reveló solita. ¡Tan buena ella!
Yo no entiendo qué clase de materia
gris tendrán los asesores presidenciales, o incluso la misma
presidenta, para no darse cuenta de que ya la cancha está lo
suficientemente embarrialada como para ganarse más el odio popular.
Si yo estuviera dentro de las cuatro paredes de Zapote y tuviera la
“misión imposible” de mejorar la imagen de este gobierno, creo
que me limitaría a decirle a la presidenta: “vea doña Laura,
mejor bajémonos el perfil y evitemos que salga otro chorizo para que
su imagen pase lo más desapercibida posible”. Ah pero no, todo lo
contrario, este gobierno parece estar empecinado en llevarse el
récord del más odiado por el pueblo tal vez desde la dictadura de
los Tinoco... o desde el último gobernador español en León,
Nicaragua, allá por 1820.
En serio: ¿Qué pretende doña Laura
amenazándonos? ¿No será mejor, simplemente, que cumpla aunque sea
al final con su lema de campaña y por alguna vez como presidenta sea
“firme y honesta” y haga la de las vacas, pero al revés? La
falta de raciocinio y de sentido común que hay entre quienes nos
gobiernan parece ser TAN grande que ya ni se preocupan por dejar una
buena imagen en los gobernados.
El divorcio existente entre la opinión
pública y la presidenta no da más. Este será posiblemente el
gobierno que ha tenido más manifestaciones sociales en su contra,
desde que el Estado de La Nación hace esa medición, me decía ayer
Steffan Gómez, investigador de ese estudio, en el programa Somos SuPueblo de Radio María Internacional que este servidor tiene todos
los jueves de 5 a 6 p.m. Al gobierno simplemente no le da la gana
oir. Se pasa los argumentos de sus adversores ustedes ya saben por
dónde y así ha creado el mayor rechazo que este país recuerde de
un presidente (porque a Abelito, aunque ralito como presidente, en el
fondo nos hacía gracia a todos con sus salidas de “abuelo”...
¿cierto o no?).
Gobernar este país no debe ser fácil,
me decía Steffan. Cierto, no lo dudo. Pero además si uno se echa
encima al pueblo con su falta de transparencia, de firmeza y de
inoperancia (por no hablar del montón de casos de corrupción que la
presidenta “no sabía” y que se gestaron al rededor de ella),
pues no dudo que la tarea deba ser imposible.
No señor abogado, por favor no me
demande. Dígale a doña Laura que aquí hay un ciudadano que no hace
más que reclamarle a la presidenta que haga bien su trabajo y que no
pierda tiempo, como chiquilla chineada de escuela, “agarrándose de
las mechas” contra los compañeritos que “no le caen bien”.
Sería más productivo para todos que ella se dedique a hacer su
trabajo, sin distraerse en buscar a quién “se apea”.
Para terminar, lástima que la mayoría
de la gente (al menos católica) no sabe lo que dice la Doctrina Social de la Iglesia en el
número 406 que copio a continuación: “La Iglesia aprecia el
sistema de la democracia, en la medida en que asegura la
participación de los ciudadanos en las opciones políticas y
garantiza a los gobernados la posibilidad de elegir y controlar a sus
propios gobernantes, o bien la de sustituirlos oportunamente de
manera pacífica”. En todo caso, ya nos agarró tarde para hacer lo
último.
Sin más qué decir, creo que, en el
fondo, la presidenta y yo estamos de acuerdo con algo: ojalá que el
jueves 8 de mayo del 2014 llegue YA. Aunque, sospecho tristemente,
que no será para otra cosa que para repetir, cuatro años más, la
misma historia.
Les dejo los videos de Hernán Jiménez
y de Yaco, que son de mis favoritos:
Lo que pasó ayer en Cartago fue una de
esas imágenes de vida que quedarán guardadas para siempre en mi
disco duro mental. Me dio curioisidad y me fui con dos amigos más desde Alajuela a ver
el partido de la final donde había que verlo, no en el Rosabal
Cordero, sino en el “Fello” Meza.
La ventaja de dos goles daba para
pensar que el equipo con la mejor defensa del torneo iba por fin,
después de 73 años, a volver a saborear un campeonato. La
celebración iba a ser épica. Cartago se iba a caer.
Dejé el carro en la casa de un amigo
del trabajo y nos fuimos para el estadio, donde las pantallas
gigantes, la música de Percance y el calor de la gente hacía contraste con la oscuridad y
las brumas que predominaban en el cielo de la antigua capital. Desde
una hora antes el ambiente era de fiesta. Los aficionados estaban
listos para celebrar algo inédito para prácticamente todos: un
torneo que se quedaba en sus vitrinas.
Me tocó sentarme a la par de un
chavalillo joven, quizá tenía unos 18 – 19 años, que estaba con
la que asumo era su novia. Flaquillo, buena gente. Desde que empezó
el partido pude percibir su nerviosismo y que ponía atención a mis
poco doctos comentarios sobre el partido.
La estúpida expulsión de Villalobos
Chang en el primer tiempo fue más sombrío que la neblina y el
viento que hacía a las 9 de la noche. El chiquillo se tapó la cara,
como presagiando que, una vez más, los cartagos serían testigos de
una celebración ajena.
En el medio tiempo le hablé, le dije
que no perdiera la fe, que es en momentos como esos cuando los
verdaderos hombres salen a relucir y que estaba seguro (aunque no lo
estaba) que Cartago podía aguantar medio tiempo sin recibir un gol.
Y lo “maté” diciéndole: “yo soy de Alajuela y liguista y le
aseguro que en este momento todo el país excepto los heredianos los
estamos apoyando, ¡no se sienta solo!”.
Pero de poco me duró las ínfulas con
la caída del segundo gol al puro inicio del segundo tiempo, y ahí sí, el sufrimiento para los dos.
Obvio el mío no se comparaba con el de él. Yo quería que
Cartaginés fuera campeón pero más por lástima que por otra cosa.
Él lo anhelaba porque es aficionado de un club que celebró sus tres
campeonatos cuando aún el Siglo XX era joven y que, por lo tanto,
solo recuerda glorias pasadas, glorias nunca vividas.
En fin, con el tercer gol de Heredia
las cosas ya eran desesperantemente tristes. Cartago no reaccionaba y
mi nuevo compita estaba más que compungido. Sin embargo no hizo las
de muchos otros, que sin terminar siquiera el primer tiempo extra
estaban dejando las graderías del estadio.
Y de pronto, ese sufrimiento tuvo su
premio: Moreira regaló un gol a la afición de la vieja metrópoli
y, por un momento, los cartagos se sintieron campeones. Celebré el
gol con el chiquillo y le dije “ve, por eso no hay que perder la
fe”, y él no me dijo nada, pero con el brillo de sus ojos y su
sonrisa tímida me lo dijo todo. No hicieron falta las palabras.
¿Qué importa ya si en penales no
ganaban? Por lo menos quedaba la satisfacción que la serie
quedaría empatada y que pudieron celebrar un gol. Hasta que por fin
llegaron los tiros libres desde el punto blanco y ahí sí, toda
esperanza murió.
Me volví y le dije “no hay por qué
bajar la cabeza, ustedes hicieron un excelente campeonato, lo
importante ahora es que los jugadores y todo el mundo aquí crea en
que se pueden lograr las cosas”. Él nada más me dijo un "gracias" con cara de resignación y una sonrisa medio forzada, pero al final
de cuentas, también de medio consuelo.
Pero sin duda, la lección me la dio la afición. Cuando iba a recoger el carro
para regresar a Alajuela, más temprano de lo previsto, pensé que iba
a ser fácil salir de Cartago porque nadie iba a celebrar. Error.
Ellos salieron con sus banderas y pitos, hubo gente en media calle
gritando el ya conocido “Vive, Vive”. Dejar la ciudad fue
complicado por las presas pero también por la euforia de la gente.
La frase de cierre me la gritó un chavalo que iba manejando un 4x4 a
la par mía, como si él hubiera adivinado que nosotros no teníamos
vela en el entierro: “¡esa es la diferencia de nuestra afición a
la del resto, nosotros no necesitamos ser campeones para celebrar,
esto va más allá de quedar primeros. Celebramos el esfuerzo y las
ganas, por eso somos lo que somos, somos cartagos!”.
Al final, sí. La moraleja de la noche
fue exactamente esa. En un mundo acostumbrado a que el éxito se lo
deja solo aquél que llega primero, solo el que triunfa, solo el que
pasa por encima del resto, la afición brumosa ayer me dejó una
lección escrita en azul: el esfuerzo, el mérito, también deben
celebrarse aunque al final las cosas no salieran como estaban
previstas. Porque la diferencia entre los fieles del cartaginés y de
los otros equipos es muy clara (incluyan obviamente a La Liga): ellos
no necesitan de resultados para amar a su institución. Es un cariño
desinteresado. Una lección grande, sin duda, para una sociedad tan
ansiosa de premios, méritos y condecoraciones. Porque para ellos,
independientemente de la posición en la tabla, Cartaguito siempre
será campeón.
Una pequeña semilla de mostaza puede
llegar a crecer como un frondoso árbol, de modo que los pájaros
lleguen a anidar en sus ramas y que dé suficiente sombra para servir
de reposo a las bestias y seres humanos que descansen bajo su
follaje.
Esa comparación evidentemente no es
mía, es de Jesús de Nazareth, aquél “hippie” de Galilea que
llegó a complicarle la vida a los escribas, fariseos, saduceos...
¡maestros de la ley! A toda aquella clase dominante en el inicio de
la era cristiana... Jesús (mejor conocido como Nuestro Señor para
quienes así lo reconocemos desde el cristianismo) fue un
revolucionario humilde, el más importante, el que desde un pueblo
que no valía absolutamente nada en la época cambió la historia del
mundo con un mensaje tan subversivo ayer como hoy: amar al prójimo
como lo hacemos con nosotros mismos.
Ese “mechudo – chancletudo” (Dios
sabe que se lo digo con todo cariño y sin el más mínimo irrespeto)
puso de cabeza al mundo. Y prueba de Su resurrección es que, 2000
años después, lo sigue haciendo. Curiosamente, poco más de mil
años después, otro revolucionario aparece en medio del paisaje más
hermoso que este quien les escribe ha visto en su vida: Assisi, en la
Umbria italiana, una montañita ubicada en medio de otras, donde la
naturaleza tiene su propio encanto y donde la paz y el bien se
respiran por doquier. Fue en este marco donde otro loco decidió
dejar las riquezas, la fama y el poder que le hubiese heredado su
familia... y diciendo que oía una voz que venía de una pintura del
Crucifijo de San Damián, empezó a juntar piedras para reconstruir
una pequeña iglesia en ruinas.
Ese nuevo “hippie”, inspirado por
el otro que le antecedió, no tardó mucho en entender que la
reconstrucción de la que le hablaba Cristo no era para un templo
físico sino para la institución que Él ideó. Y así fue a
hablar con el Papa de la época, andrajoso, quizá maloliente, pero
con corazón humilde. San Francisco logró así abofetear a la
Iglesia de la época, que prefería la ostentación, el poder y la
riqueza al Evangelio. Una Iglesia equivocada. Pero el Espíritu
Santo, que por más trancazos que nos hemos llevado en dos milenios
no nos suelta, permitió que aquel chiquitín (medía como 1,40m)
fuera la nueva semilla de mostaza y hoy la orden franciscana se
cuente como una de las más importanes y numerosas del mundo.
Finalmente, casi mil años después del
desquiciado de Asís, llega del sur de América alguien con el que
nadie contaba. Un tipo que parece sacado de un cuento. A Jorge Mario
Bergoglio las casas de apuestas creo que no le daban ni el 10000 a 1
en sus pronósticos antes del cónclave. El cardenal bonaerense
estaba listo para llegar a la Capilla Sixtina, votar y volver a su
pequeño cuarto y su vida rutinaria. Pero no, Dios tenía otra cosa
pensada y los cardenales decidieron con la iluminación de lo alto
colocarle las vestimentas blancas para nombrarlo líder y guía de la
Iglesia Católica. Para serles sincero, yo tenía un muy buen
“presentimiento” sobre el resultado de este cónclave. Yo sabía
que, quien saliera, sería un buen pastor para nosotros los fieles.
Pero jamás, jamás, me hubiera imaginado tantos signos bellos y
evidentes como los que el Papa nos ha regalado en menos de 48 horas
de ser sumo pontífice.
Empecemos por el principio. Creo que lo
había hablado con mis amigos más cercanos, barajando los nombres que
podía tomar el nuevo papa y que serían muy significativos. Uno de
los que en algún momento sonó fue “Francisco”... o lo que sería
igual, un humilde reformista, que con amor y decisión devolviera a
la Iglesia a sus orígenes... pero era demasiado genial para poder
ser cierto. Pues cuál va siendo mi sorpresa cuando, en la muy
enredada traducción de CNN en español, entendí después de la
fórmula de presentación el nombre “Franciscum”. Y me rehusaba a
creerlo. ¡Un papa que se llame Francisco! ¡No podía ser! Pero
igual, mi mente siempre cautelosa le dice a mi alma jubilosa “tenga
paz” y a ver cuánto de imitador de “San Chico” podía tener
este nuevo hombre. Pues no me tomó mucho tiempo el averiguarlo:
verlo salir por la logia de la Basílica de San Pedro, con sus manos
hacia abajo, con una cara más de temor, timidez y alegría que de
soberbia y vanidad. ¡Y todavía no había terminado! Antes de dar la
bendición “urbi et orbi”, el primer papa americano, el primero
jesuita, le ruega a la grey congregada en la Plaza de San Pedro hacer
una oración por él mientras agacha la cabeza en señal de respeto y
de cierta sumisión hacia el cuerpo de Cristo, la verdadera Iglesia.
Si no lloré fue porque estaba en la sala de redacción y tenía que
estar concentrado en transmitir la información de la forma más
clara posible, pero mi espíritu se conmovió como hace mucho tiempo no lo
hacía (desde, curiosamente, mi visita a Asís en abril del 2011).
Y
después de recuperarme de esos dos detallitos, comienzo a buscar
información del tal Bergoglio en Internet. Ya lo conocía, yo sabía
que era el cardenal de Buenos Aires... pero ¡nada más! No sabía
que pertenecía a la Compañía de Jesús, menos que había sido uno
de los que puso a moverse a una de las arquidiócesis más
conservadoras de América Latina y el hecho de que fuera su propio
chef, que viajara con el resto de mortales en el metro bonaerense,
que viviera en ese pequeño cuartito, negándose a una cómoda
habitación del Palacio Arzobispal... creo que fue ahí cuando me dí
cuenta que la elección del nombre no había sido casualidad. El
nuevo papa nos estaba diciendo que quería seguir las huellas del
loco de Asís, y no solo en humildad: el solo hecho de escoger un
nombre que nunca se había usado, de ser nombrado pontífice desde el
Continente de la Esperanza, de sentirse siempre “uno más” entre
los feligreses son signos de cambio, de renovación... ¡Dios! Todo calzaba. Y todo calza más aún. Quizá
es temprano para atreverse a decir que este Francisco será otro
reformista, pero ¡apunta hacia ello!
Y uno sabe que un papa debería ser el
primer servidor, pero cómo les ha costado a los pastores de la
Iglesia quitarse esa etiqueta de pseudo rey y entender su papel
dentro de este asunto: el mismo que daba el Concilio Vaticano II hace
ya 50 años: el de confirmadores en la fe, sucesores de Pedro, pero que como el pescador de Cafarnaum tendrían que morir con su
pueblo devorado por leones o crucificado si es del caso.
De pronto y las supuestas profecías de
San Malaquías no están tan equivocadas y este “Petrus Romanus”
es el último pontífice de una forma de hacer Iglesia y es el
primero de otra. Perdón si me aventuro mucho pero es que lo que he
visto en tan poco tiempo le llena de ilusión a cualquiera: pedirle a
sus compatriotas que no viajen a Roma para ver su consagración como
obispo de esa diócesis y más bien destinar ese dinero a los pobres.
Sus palabras en los videos de Cáritas cuando estaba en Argentina, su foto en el bus con el resto de cardenales, como “uno más”, su
fuerza y sencillez (a cual más grande) en la homilía de este
jueves... ¡en fin! Un papa como Dios manda, uno que es capaz de
hacer reconocer a ateos y protestantes que estamos ante un hombre
poco común, uno humilde, uno que predica con el ejemplo, y Cristo
sabe cuánto los católicos hemos rogado por alguien así. No digo
que los otros papas en la historia no hayan sido del todo humildes,
pero ya era hora de ver a alguien tomar la sencillez del carpintero
de Jerusalén y aplicarla en el puesto más alto de la jerarquía
católica: uno al que no le tiemblen las manos para lavarle los pies
a los demás.
¿Qué seguirá con Francisco? Mi
corazón tiene varias expectativas pero prefiero aguantarme un poco.
Hay que dejarlo ser papa, terminar de hacer una limpieza profunda en
la Curia vaticana (que buena falta le hacía), seguir los pasos de
Benedicto XVI (a quien cada día quiero más) y terminar de extirpar a la Iglesia de escándalos de pedofilia y pecados ocultos. Y lo más importante de
todo, encontrar esa fórmula escurridiza para hacerle entender al
mundo que Dios, con todos los pecados que existen, todavía lo ama. Y
a la Iglesia, su Iglesia, que es la llamada a llevar ese mensaje a
quienes todavía no lo conocen... o peor aún, no lo han vivido.
Católicos: ¡estemos felices! Hace
días lo vengo diciendo: se avecinan los mejores tiempos que nuestra
fe haya vivido, tal vez en su historia. No digo que la persecusión
se detenga y seamos todos felices. Al contrario, estoy seguro que los anticatólicos ya están buscando "el pelo en la sopa" de Francisco, también podríamos ser
golpeados con más fuerza, pero ese Espíritu Santo que ungió a
Monseñor Bergoglio como sucesor de Cefas seguirá con su Iglesia. De
por sí, estábamos advertidos: “y las puertas del infierno no
prevalecerán sobre ella”.
¡Viva el Papa! ¡Viva Francisco! Dios
tenga todavía más compasión y nos lo regale por muchos, muchos
años más. Y ojalá tenga el "efecto semilla de mostaza" que tuvieron esos dos revolucionarios descritos en este post.
Los dejo con su primera homilía: tan sencilla y directa como magistral:
Termina la primera hora del nuevo año
y la brisa fresca del Puerto que recorre mi cara en esta madrugada,
teniendo al frente la misma vista puntarenense de hace un año, me
hace pensar en lo que me dejó el 2012 y en lo que este 2013 me
traerá... Sin duda, la palabra es solo una: retos.
Tuve un 2012 personal duro, muy duro...
algunas cosas (muchas) no salieron como yo hubiera querido y si de
tropiezos se trata, se me asemejó un poco a aquél fuerte 2008 del
cual aprendí mucho, pero cuando también sufrí bastante. Lastimé y
me lastimaron, aunque siempre con una moraleja al final de la
historia.
El nuevo año llega como una
oportunidad, un reto para dejar atrás situaciones, circunstancias o
factores que me impidieron crecer como persona al ritmo que lo hice
entre el 2009 y el 2011... sí, cuando estaba en Francia. Y yo diría,
que el reto más importante que tengo para estos nuevos 365 días que
ahora inician es superar aquello que me hizo suspirar y
sacrificar: mi sueño francés tendrá que dar paso, supongo, a otra
cosa. Pensé que lo iba a descubrir en el 2012, pero no. Para lo que
sí sirvió este año que termina es para al menos estabilizar mis
pensamientos y sentimientos en torno a mi experiencia europea.
Madurar lo que yo puedo hacer y dejar atrás lo que quiero... Esta
filosofía también aplicó para otros temas que mejor me reservo.
El 2012 tuvo de todo un poco: lágrimas,
frustraciones, aprendizajes a punta de garrote... pero también
reencuentros, descubrimientos, gente muy valiosa que llegó a mi vida
y que no ennumero porque estoy seguro de que dejaría a varios
afuera. Pero sin duda, ellos sabrán quiénes son y qué aportaron.
Luchar por adaptarme, por algo tan
simple como volver a la casa de mis padres o al barrio donde
vivo desde hace doce años no fue tarea fácil. Igual tampoco lo fue
por trabajar aquí, por lidiar con ciertos políticos y especialmente
con un año que, para mis recuerdos, ha sido el peor en cuanto a
acontecer nacional. Políticamente, el país pasa por su momento más
crítico que mis casi 30 años de vida puedan revisar. La cantidad de
presuntos actos de corrupción, eso que en el pueblo conocemos como
“chorizos”, así lo demuestran: hay que empezar como es obvio por
la trocha, la contratación de la empresa Procesos, los impuestos
sobre bienes inmuebles no pagados aún por el ministro de Hacienda,
entradas para el Estadio Nacional dudosamente negociadas, armas
robadas, campañas políticas dudosamente financiadas (en todos los
partidos políticos sin exepción)... y sabrá Dios cuántas cosas
más. Todo eso sin mencionar a expresidentes que ahora vuelven a ser
ángeles dignos de tamales y a un electorado simpre dispuestos a
perdonarlos y a ayudarles en la reconquista del país.
Hay gente que me critica y me dice con cierta razón que
yo no quiero a Costa Rica, que debería irme si tanto me molesta (si
supieran que no es precisamente el amor al país lo que me retiene
aquí...), pero yo que tuve la oportunidad de estar ahí, cubriendo
en primera fila esos hechos, me dí cuenta que todo eso no sirve sino
para fundamentar lo que pienso hace rato: como sociedad no tenemos
solución. Hay personas que la pulsean, pero sigue siendo una ínfima
minoría si se toma en cuenta a la totalidad. Mi regreso a Costa Rica
me ha servido para confirmar lo que creía cuando me fui, en aquél
enero del 2009: al tico no le interesa que su país mejore, no se
preocupa por al menos individualmente hacer un esfuerzo que mueva a
la colectividad a un cambio. Todo lo contrario, sigue cada vez más
sumido en sus torpes actividades diarias, en sus pasatiempos que le
generan opio y y hasta se enoja cuando alguien quiere hacerlo
despertar.
Lo único que sí reconozco es la
presión que empiezan a ejercer las redes sociales sobre ciertas
decisiones políticas... aunque para ser sincero, cuando estas se
tratan de intereses más profundos, estos esfuerzos siguen siendo
ínfimos. Sobre esto pienso en dos cosas, o más bien, en dos
personajes: los diputados Enrique Chavarría y Justo Orozco, quienes
han empobrecido el debate político con argumentos simplistas y se
han ganado el odio o por lo menos la desaprobación de buena parte de
la ciudadanía debido a ello.
Pero está la otra parte del
electorado, esa que este año definirá los nombres de quienes
representarán a los partidos en las elecciones del 2014, comicios
que dicho sea de paso, no me generan ningún tipo de esperanza más
allá del fin de un gobierno sin liderazgo, sin encanto, sin
autoridad, sin madurez, sin efectividad ni pragmatismo. El pueblo
seguirá votando por el partido de Gobierno a cambio de hamburguesas,
bonos de vivienda, sacos de cemento o latas de zinc... o peor, por un
puesto X en el próximo período. Así de triste, así de simplista
se presenta nuestro futuro.
No espero nada bueno del
2013 del ámbito político. Quizá, lo único, que hayan menos escándalos que en el 2012.
Me gustaría una campaña poítica donde lo que se debatan sean ideas
y no recuentos de actos de corrupción... pero desgraciadamente
nuestros “líderes” no dan sino para eso, para producir dudas
entre quienes, con algo de criterio, los van a elegir. La ventaja
para ellos: a la gran masa, esa que al final es la que decide, no le
importa ni le importará cuántas cochinadas hagan. Es ahí donde
principalmente se genera mi “valeverguismo” y desinterés
fáctico, porque igual sigo berreando aunque sabiendo que eso no
cambiará nada.
La oposición política me genera aún
más sinsabores, el saber que pase lo que pase, nada cambiará en
ningún lado y, al contrairo, las cosas pueden ponerse aún peor. En
lo que a la economía respecta el Gobierno dice que los índices van
muy bien y yo en serio me alegro por los índices... pero cuando veo
que la desigualdad y el número concreto de pobres crece, los números
se me transforman en brabuconadas absurdas. A mí qué me importa si
las exportaciones suben, si hay más empleo o si la crisis fiscal
resultó ser por el momento no tan terrible. Poco me interesa todo
eso si la gente pobre es cada vez más pobre, situación inversamente
proporcional a los que más tienen, como es lógico.
Si Francia me enseñó que el
desarrollo es más un estado mental que una buena salud financiera,
Costa Rica en el 2012 me confirmó que el subdesarrollo es un tema
que está íntimamente ligado a nuestra educación, a una forma de
vivir en sociedad que cada vez se torna más individual, más
egoísta, más yo y menos vos (o ustedes). Los políticos lo suelen
poner en práctica desde arriba, aunque no solo los culpo a ellos: al
final ellos también son pueblo y reflejan lo que sucede desde abajo.
Estamos fregados si creemos que el
próximo presidente arreglará el país a punta de adoquines y
festivales, o imágenes gastadas con personajes y obras que han sido
insuficientes para siquiera detener el resquebrajamiento de nuestra
igualdad. Si bien ellos son los que dirigen, el pueblo
es quien los pone... y quien los puede quitar si incumplen su
cometido. Desgraciadamente al propio pueblo no suele interesarle lo
que pase y a la parte que acostumbra reclamar el resto la tilda de
“chancluda”, comunista, alborotadora o cuanta chota se le ocurra,
que para eso somos buenos ticos.
En fin, volviendo a la parte personal,
esta al menos tuvo razones un poco más sinceras para creer que hay
cosas que se pueden solucionar. En lo laboral aprendí mucho, aunque
me sentí algo defraudado... quizá porque mi recuerdo de Radio
Francia Internacional todavía está muy presente en mi mente y
espíritu y porque había olvidado cómo era el “mundo real” en
mi país. En eso el año que empieza trae un proyecto nuevo que me
resulta esperanzador y retador. Ya veremos qué sale de todo eso.
Mi familia, a Dios gracias, está
completa. Preocupaciones no faltan pero todo irá saliendo como el
Maestro quiera. Mi abuela, que era mi gran temor hace doce meses, ahí
está vivita y coleando contra todos los pronósticos, avanzando
hacia sus 97 años.
El 2013, como dije al inicio, llega en
un momento clave en mi vida: este año cumpliré mis 30 años si así
Dios lo permite. Y aunque no quiero hacer de esto demasiado
escándalo, uno de mis proyectos es estabilizar (por fin) mi vida. Si
pensaba que esto ocurriría al poner mis pies en el aeropuerto Juan
Santamaría me temo que me equivoqué. Cosas pasaron en el 2012 con
las que tuve que comer tierra, aprender que la voluntad del Jefe no
estaba en lo que yo quería sino en lo que tenía que ser. Y esa
vieja escuela de aprender a confiar en Él aún no puedo considerarla
dominada... ¡qué va! Me hace falta mucho, más de lo que yo
quisiera. Pero a pasitos, muy lentos, voy mejorando, dándome cuenta
que avanzo, aunque con la obligación de ir un poco más rápido.
Estos 30 años me obligarán a entrar
en una época de más madurez, de hacer elecciones y de hacerme más
fuerte. Quienes la viven me han dicho que es lo mejor de la vida:
mezcla agradable entre la juventud y la madurez. No temo aunque sí
creo que ya es momento para que las cosas se asienten y calmen. Solo
espero que Dios me ayude a que el inicio de mi cuarta década sea
tranquilo y que las cosas se vayan acomodando. Por lo demás creo que poco hay que
decir del 2013. Siento como si estuviera esperándolo sin hacerme de
muchas ilusiones pero con el convencimiento de que habrá que luchar
más duro para sacar más frutos positivos que los dados por el año
que termina.
Inicio de campaña electoral que
coincide, como siempre, con eliminatoria mundialista (y nunca había
visto tanta similitud en ambos ámbitos como ahora). Visitas desde la
Galia que me harán muy feliz, por más cortas que sean. Temas a los
que habrá que buscarles solución. Y sobre todo retos, retos por
doquier: en el trabajo, en la casa, en la parroquia, en la fe, en la
vocación, en el futuro... y tal vez, solo tal vez (y si toca) en el
amor... (aunque para eso sigo sin tener prisa y cada vez menos
pasión).
Creo que esa sensación de
incertidumbre que me generan los 1 de enero este año en la madrugada
(este año en su octava versión en mi blog) está como incrementada,
pero a la vez apaciguada. Sí, ya sé, no parece coherente... pero
quizá ese incremento se entiende desde la ansiedad y esa paz desde
la confianza en que de alguna forma Dios se encarga de todo... pese a
que algunas ocasiones siento que lo hace vía satélite (eso tal vez
se explique porque soy yo el que se comunica con Él como a larga
distancia).
Bienvenido 2013. Supongo que venís a
ordenar el desorden que dejó tu antecesor. Por mi bien espero que
así sea. No te pido mucho más que seás un año de madurez,
perseverancia, superación personal... de demostrarme a mí mismo que
todos esos temas que aún no logro superar serán dejados atrás o al
menos que tendremos un buen avance en su logro. No mi amigo, no te
tengo miedo. Respeto sí, pero no temor. Francamente creo que ya pasé
por donde asustan. Mi Señor me acompañará, de eso no me cabe duda,
porque pruebas tengo de sobra.