Me sonroja y me llena de cierta pena
escribir estas líneas sobre una gran mujer… porque temo quedarme muy corto al
hablar de ella. Me sonroja porque recibí de ella una parte de su capacidad
genial e ilimitada de escribir. Una pluma privilegiada que, sin universidades
ni manuales de estilo, fue capaz de plasmar en palabras los pensamientos más
bellos que una madre pueda escribir.
Sí, hablo de mi abuela. Abuelita Yiya, como
le decía desde que era niño y venía a visitarla desde Turrialba a Alajuela. La
recuerdo desde mi más temprana infancia como una señora canosa, llena de amor,
preocupada siempre porque comiéramos, que estuviéramos cómodos y por tenernos
puntualmente su “cariñito” para el día del cumple, de Navidad o, simplemente,
porque materialmente nos quería demostrar cuánto nos amaba, aunque sus regalos
sobraban, pues el amor ofrecido era más que suficiente.
De mi abuela salió este humilde periodista.
Y con mucho orgullo les cuento: ella hubiera querido ser colega mía… o bueno,
yo que ella hubiese sido colega de ella. En su genética se plasma mi humilde
capacidad de poder escribir algo que sea más o menos bonito y que a la gente le
guste o al menos no le aburra… pero déjenme que les cuente más de mi abuela, si
están dispuestos a leer la historia de una mujer, que más allá de eso, fue
madre y santa (aunque todas las madres que aman tienen ese título por definición).
Doña Adilia tuvo la entereza de fajarse con
la crianza de 11 hijos (todos excelentes), pese a sufrir las carencias más
serias propias de una época anterior al Estado Benefactor en Costa Rica. Ella,
junto a mi abuelo Santos (cuyo nombre también le hace honor) tuvieron que
lidiar con la pobreza, la falta de una educación que les permitiera ser
profesionales y la ausencia de oportunidades para salir adelante. Eran otros
tiempos. La Costa Rica pobre que pronto se desarrollaría.
Mi abuela, con paciencia y esmero, supo
llevar una vida matrimonial que es mi mejor ejemplo de desacreditar el mito de
que “el matrimonio es un fracaso como institución”. Como 57 años estuvo a la
par de su amor y, estoy seguro, en el momento de entregarle el alma al Creador
estaba feliz de saber que iba a reunirse con mi abuelo, quien a su vez, siempre
se desmayó por la mujer de los colochitos que le robó el corazón.
Ella era una santa completa que hizo de la
asistencia diaria a misa (a su muy amada Agonía, templo cuyo amor nos heredó a
toda la familia), de la oración continua, de la generosidad desbordada y de la
rectitud y honestidad, sus mejores enseñanzas. Abuela tal vez nunca fue a una
universidad… pero ¡carajo! ¡La vida le dio un honoris causa! Nos enseñó a todos
de humildad, de servicio, de honradez, de amor… jamás olvidaré una vez que,
pequeño, me dijo “Pablito, y usted cuando viene una persona mayor por la calle,
le da campo, ¿verdad?” y yo: “sí abuela” y ella: “sí, a quienes más lo
necesitan más hay que ayudarlos”. Aquello me sirvió para aplicarlo no solo con
adultos mayores, sino con quienes realmente necesitan de una colaboración.
No es que se robe todos los créditos. Las
cualidades que quien les escribe puede tener provienen de dos familias de las
que me siento muy orgulloso de llevar su sangre. Pero mi abuela, por sus 99
años de vida (sumando la gestación) y por haberme acompañado durante 31 años de
la mía (ahora que lo veo, casi un tercio de la suya), jugó un papel decisivo,
no solo en mi fe, sino también en mi propia cadena de valores que definieron mi
forma de ser.
Con la boca llena lo digo: “a mí ella me
amaba”. “Casi casi” podría decir que era de sus favoritos. Aunque sería un
falso engaño asegurarlo, porque ella amó tanto a cada uno de sus nietos, que
estoy seguro que todos podríamos certificar lo mismo. A mí me enorgullecía
tanto cada vez (muchas veces) que me decía “si yo hubiera sido profesional, me
hubiera encantado ser periodista”, producto de su redacción, tan intachable
como su ortografía y su caligrafía, esta última digna de ser llevada a la
computadora para escribir textos elegantes.
Le encantaba cuando llegábamos y nos
contaba, una y otra vez, sus recuerdos de la hermosa Alajuela de principios de
siglo XX. Además de periodista, hubiese sido excelente maestra… una
enciclopedia de historia de Alajuela en carne y hueso, de costumbres y tradiciones que, aún pese
a su avanzada edad, relataba con lujo de detalles.
Como les decía, nunca escatimaba en darnos
amor. Y no solo a su familia, sino a sus amigos y a quien se le pasara por el
frente. Siempre una palabra atenta, siempre un detalle. Nunca una crítica,
nunca una palabra de desaprobación a espaldas de nadie, aún ante personas que
habían herido a quienes más amaba. Y eso se vio manifestado en su misa del
funeral de este lunes… un agradecimiento rotundo de una parroquia, una
comunidad, que a viva voz le dijo hasta luego.
Extrañaré tremendamente sus ollas de carne
y aguadulces, que siempre había y abundaban en su cocina. Me hará falta viéndola
agarrar un ayote y partirlo con un afilado cuchillo en pedacitos con la palma
de su mano como picador. Nostalgia me dará no escuchar más su voz ronquilla
diciéndome “amoooooor”, sus ojos pelados cuando uno la sorprendía con algo. Ni
qué decir de lo feliz que la hacía el intercambio de regalos para Navidad, el “pegarse”
la lotería o una rifa familiar, aunque supiera que todo había quedado arreglado
para que la ganara ella. Pero de todo, de absolutamente todo, lo que me hará más
falta será sentir su persignación en mi frente, que semanalmente le pedía
porque para mí era como un escudo protector.
Mas no sus oraciones. Esas no me harán
falta. Y no será así porque ahora, más bien, su capacidad de interceder ante
Dios por nosotros es más fuerte que nunca. Porque tuve la oportunidad de
asegurarme que así sería, cuando en vida, el viernes antes de su último
internamiento, sentado al frente de su cama le dije: “abuela, usted y yo vamos
a hacer un trato: usted pide por mí y yo pido por usted… ¿de acuerdo?”. Y ella,
con esa fogosidad que la caracterizaba, me respondió “trato hecho nunca desecho”.
Y yo le respondí: “bueno, vea que usted me lo está prometiendo”.
Y el propio viernes 6 de setiembre, a unas
11 horas de su fallecimiento, cuando todavía podía medio hablar, se lo volví a
recordar: “Reina (como le decía yo), le recuerdo que usted y yo tenemos un
trato (mientras me tragaba el nudo que tenía en la garganta)”. Y ella, haciendo
un esfuerzo para respirar, me dijo “sí, yo pido por usted y usted pide por mí”.
Y yo le dije… “así es”. Y como ella nunca me faltó una promesa, estoy seguro y
lo declaro en fe, abuelita Yiya estará desde el cielo, donde recibió ya la
corona victoriosa de los santos que perseveraron en Cristo, rogando a Dios
insistentemente para que su falta no nos consuma, para que la paz del Señor nos
inunde y para que Su Espíritu nos dé la fuerza.
La resurrección de abuela fue lo mejor que
le pudo pasar a ella. Es una verdadera alegría, inmensa, bañada por un
saborcito amargo de saber que sí, nos hará falta y la extrañaremos. Pero que no
quepa duda que su ejemplo será para nosotros, quienes la conocimos, un camino y
derrotero al mismo tiempo. Nos queda a su estirpe, a su clan, la gran misión de
seguir sus pasos, cosa sin duda nada fácil. Una cristiana como ya hay pocas,
diría el padre Jeffrey en su homilía del funeral. Una labor que preocupa porque
hay pocos preparados para cumplirla, señalaría el provincial redentorista
(congregación que abuela tanto amó), Manuel Cruz. Una misión tan arriesgada
como urgente, agregaría yo.
El amor de doña Adilia se manifestó a
cabalidad este viernes, cuando le dimos a sus restos un último adiós, aunque
sabemos que el Dios que nos ama no dejará de unirnos en el amor con ella. Fue
impresionante ver la iglesia La Agonía repleta de parientes y amigos de su gran
familia y de ella misma, que llegaron a acompañarnos. Fue hermoso saber que,
según lo que nos dijeron en la funeraria del Magisterio, nunca habían visto una
vela así. Y no lo digo porque sea un vano orgullo… lo digo porque tanta bondad
se le devolvió al final y quedó plasmada en los abrazos de confort recibidos,
en los hombros bañados en lágrimas.
Un gracias no es suficiente, pero es todo
lo que puedo decirles a quienes nos ayudaron y ayudan a pasar este trance.
Gracias porque nos hacen el trago de la separación más dulce. Gracias
simplemente por estar ahí. Porque el amor se demuestra a través del dar, sin
esperar a cambio. Por eso y muchas cosas más, gracias a todos.
Y a vos, abuelita, vos que estás ya
resucitada en Cristo, te mando un mensaje en mi oración con Él. Quiero que sepás
que tu espacio será imposible de llenar, pero que tenemos que arreglarnos ahora
la vida sin vos físicamente con nosotros. De todos modos, vos así lo hubieras
querido. Varias veces nos dijiste que no detuviéramos nuestros planes si vos
morías. Pues así será. Pero eso no significa que te olvidaremos. Eso jamás. San
Pablo decía que el amor nunca pasará. Esa, la fuerza más potente del universo,
que trasciende el entorno del espacio – tiempo en el que se desenvuelve la vida
terrena, quedará ahí para siempre.
Tus valores, tus enseñanzas, tus consejos,
quedaron ya grabados en nuestros corazones y, como lo dije antes, serán parte
de nuestra conciencia hasta que logremos verte de nuevo. Yo de mi parte no le
pido a Dios que te descanse en paz, pues necesito que asumás tu nuevo rol de
intercesora cuanto antes (trabajo laborioso, más tomando en cuenta mis
debilidades y defectos). Sabés perfectamente que necesitamos de tu oración y de
tu amor.
Copiando dos ideas a mis hermanos: un 8 de
setiembre de 1989 enterramos a mi abuelita paterna, María. Un 8 de setiembre
del 2014, hicimos lo mismo con nuestra abuelita materna. Un 8 de setiembre la
Iglesia celebra la natividad de la Virgen María. Un día que pasará en nuestro
recuerdo como una fiesta de las madres celestiales, las cuales espero que me
asistan en la hora de mi muerte, para hacer ese tránsito tan temido por mí, una
experiencia gloriosa.
Abuelita, estas líneas las escribo con el
corazón abatido por tu ausencia física, con lágrimas de principio a fin por
dejar palabras envueltas de amor y nostalgia, pero con una alegría inmensa de
saber que cumplirás con lo que me prometiste hace semana y media. Porque con
mucho orgullo, ahora más que nunca, podré presumir de ser el nieto de una mujer
santa.
Saludame a Santicos, decile que lo amo y
que tampoco nos olvidamos de él (lo tengo muy presente en la alegría que
caracteriza a los Vargas). A abuela María, contale que también la extrañamos
mucho, pero que las tías se han encargado de recordarnos su mensaje y valores que
ella también pregonó a lo largo de toda la vida. Lo mismo para abuelo Rafael Ángel,
a quien no tuvimos el placer de conocer, pero con quien será un gusto llegar a
platicar cuando llegue mi momento. A tía Ofelia, que por más cangrejos de queso que haya probado, los de ella siguen siendo los mejores!
De paso, y ya que tenés una enternidad para
hacerlo, saludame a mi compa Andrés y decile que se te una en las
oraciones por este pecador. Lo mismo para Marcela, la muchacha catequista que
estuvo en Pastoral Juvenil hasta que un infame acabó con su vida. A los vecinos
del barrio La Haciendita de Turrialba que se nos adelantaron, deciles que los
recordamos con mucho cariño. A don Juan Antonio Rojas, tío político, contale
que le agradezco cada vez que abro los closet de mi casa y que con cariño lo
evoco en las conversaciones con tía Lupe. Un besote muy grande para Alina, mi primita que llegó allá antes de que yo pudiera ver la luz del sol. A Antonio, el esposo de la madrina,
que también espero conocerlo algún día, de quien solo cosas lindas habla ella…
A Monseñor Romero, asegurale que aquí estamos orando y haciendo lo posible
porque la Iglesia le dé el lugar que le corresponde: en los altares, con una
palma en la mano. En fin, a toda esa gente que nos acompañó y nos amó y ahora
está a nuestro lado, solo que en otra dimensión, orando por nosotros.
¡Te amo y así seguirá siendo, hasta que nos
volvamos a ver!
Tu nieto, Pablo, a quien tanto amás.
2 comentarios:
Tu abuelita debe de estar muy orgullosa de vos y más aún que seguiste su sueño.
Ella es un Angel preferido de Dios que te cuida al igual que mi Anthony.
Qué bueno que te gustó Yorlenny. Efectivamente, ellos están allá cuidando de nosotros. Saludos.
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