sábado, 2 de noviembre de 2013

¿Quién dijo que la muerte no tiene solución?

Si hay un tema a lo largo de mi vida que me ha intrigado, provocado primero miedo, luego curiosidad y últimamente regocijo es el tema de la muerte. Y ¿qué mejor fecha que esta para hablar sobre ese fin que en realidad no es un fin, sino una mudanza? Le robo esta concepción a Facundo Cabral (a quien imagino en el cielo haciendo coplas y conciertos para el regocijo de todos) para tocar un tema que no es ni de realidad nacional ni personal, pero sí que me encanta y apasiona: la muerte.

La muerte, señoras y señores, se puede ver de dos formas: sin Dios, es decir, engañándose y creyendo que cuando cerremos los ojos por última vez todo acabará y uniremos nuestra materia inerte a la del resto del universo... o bien, como la fe cristiana lo ha señalado desde hace unos 1970 años (o más si juntamos las creencias judías): un paso, una pascua hacia la definitiva y final vida, que será la que nos espera al otro lado.

Entender la muerte sin Dios debe ser desesperante... el solo imaginar morir y que todo se acaba me estremece porque, después de todo, no tendría ningún sentido ni trascendencia nuestra existencia. En cambio, la muerte con Dios no solo tiene sentido sino que forma parte de su creación, haciéndola hermosa, necesaria y enriquecedora.

“La hermana muerte” la apodó san Francisco. Claro que hay que llamarla con cariño. Porque al final su misión es solo una: recordarnos que somos imperfectos y necesitados, frágiles y finitos. Pero a la vez, darnos ese pasaporte hacia la vida que nunca acaba.

Ahora bien, el momento en que nuestra alma se separe de nuestro cuerpo también nos impone (a los que creemos) hacernos un balance de cómo anda la cosa por acá. Teológicamente debemos tener claro que no se trata de “portarnos bien para ir al cielo” (error que durante mucho tiempo la Iglesia se encargó de difundir). Por mejor que nos “portemos” jamás seremos dignos de merecer tan grande dicha. Es obvio que la resurrección es un regalo dado por Dios que nadie jamás podría “comprar” con buenas obras. Lo que sí es necesario es vivir en concordancia con la voluntad de Dios, o más simplemente, vivir amando. Pero ese es un tema que quedará para otro día.

La muerte es sinónimo de vida, de libertad, de plenitud... de dicha. Si en mi encuentro personal con Cristo que describí en mi último post dije que había sentido la alegría más grande de mi vida, asumo que el cielo es un millón de veces eso. Porque mis amigos: sí hay un más allá. Y no solo me respalda mi fe, aunque sí me basta. Existen miles de testimonios de gente (algunos de ellos conocidos) que han tenido una experiencia cercana a ese paso: el alma que se despega del cuerpo, la percepción de verlo todo “desde arriba” e incluso, de ver otro lugar después de eso: un tunel, un campo verde, conversar con personas que partieron antes y la percepción de tener que regresar “a terminar algo”. Incluso, muchos de ellos describen lo que había a su alrededor a pesar de no tener signos vitales, y obviamente, la capacidad de percibir con sus sentidos.

Algunos dicen que las experiencias cercanas a la muerte es el “último respiro” de las neuronas antes que todo se apague. Pues ¡qué capacidad del cerebro! Ir más allá de la percepción normal para describir cosas e imágenes que son narradas como “más reales que lo que vemos en nuestra realidad”, con lujo de detalles, sin que ya en el cuerpo nada funcione.

El mito del fin con la muerte es eso: un mito. Perdone usted si cree o no cree, pero ese asunto es tan real como la ley de la gravedad. ¿Que no está científicamente “probado” pese a las investigaciones neurológicas que concluyen cosas que no se explican? Claro. Resulta difícil hacer un “estudio” desde el otro lado. Pero en fin, creamos o no, hay una gran verdad: ese momento nos llegará a todos e imagino que, desde el otro lado, más de uno me dirá “tenías razón”.

Pienso en el momento de mi muerte todos los días. ¿Que estoy loco? No. Simplemente se trata de recordar cómo estoy actuando a diario para que ese instante no me tome del todo desprevenido. La pregunta que nos harán del otro lado será: ¿cuánto amaste? Y de eso dependerá el que realmente queramos estar en ese lugar tan lindo y especial... o que estemos lejos del mismo, para siempre.
No me creo santo (estoy lejísimos de ese estado) pero sí creo que si la muerte me sorprendiera hoy pasaría “raspando” para ver a ese Ser que me pensó y amó tanto, desde el inicio hasta el fin de mi vida en esta tierra. Dios sabe que si he actuado mal en el fondo no es porque lo odie a Él o a mi prójimo, sino porque en el fondo estoy en búsqueda de mi felicidad, de una forma no correcta tal vez, pero en ningún caso mal intencionada. Y si el asunto funciona como decía San Pedro: “un poco de amor cubre multitud de faltas” entonces creo que con eso y con la misericordia de Dios, llegaré a la meta de la que tanto habló Pablo el grande.

Claro, eso me hace cuestionarme qué pasará con quienes dedicaron su vida terrena a hacerle el mal a los demás: a robar, a la deshonestidad, a acumular poder y riqueza en detrimento de quienes no tienen nada (el evangelio del rico y el pobre Lázaro), a quienes maltrataron, abusaron, torturaron y mataron. A quienes fomentaron el hambre, las guerras, las enfermedades (por no luchar contra ellas). En fin, a todos los que se dedicaron a odiar en lugar de amar. Pronóstico reservado, aunque sí, aún para ellos hay misericordia si se da un arrepentimiento seguido de la conversión.

Entrada a la cripta donde reposa el cuerpo incorrupto de (san)
Padre Pío. Como pueden ver el lugar es completamente dorado
lo cual simboliza la resurrección en lugar de tonos oscuros.
Es por eso que en este post quería dejar un mensaje póstumo para cuando a me toque abordar ese tren que me llevará a un destino final y definitivo:

“Quiero decirles que sin duda, donde estoy ahora estoy mejor que donde estuve. Que viví la vida con amor, con emoción, con pasión (a veces quizá con demasiada) y con temor y amor a Dios. Quiero que sepan que los llevaré a todos en mis oraciones, y que aunque sé que mi falta les duele, el consuelo de saber que estamos unidos por medio de un único y mismo Dios debería bastar para reconforarlos. Que la comunión de los santos en la cual creemos no son simples palabras, sino que así funciona la eternidad. Y que, por sobre todas las cosas, el amor nunca terminará. Por lo tanto sean valientes y sigan viviendo que aunque no físicamente, yo también los acompañaré junto con el Señor hasta el fin de sus días.


Sonrían, porque a pesar de la tristeza que pueda embargarles mi falta, en mi vida terrena siempre traté de hacer sonreír a la gente. Creo que lo mejor que podemos hacer, mientras tenemos tiempo, es dar felicidad. La sonrisa es la muestra inequívoca de un corazón que tiene amor, y sin amor la vida se vuelve vacía, porque al final, el amor fue nuestro comienzo y será nuestro destino”.

Termino con una canción de Martín Valverde que creo que engloba todo este tema y la cual invito a ustedes a escucharla. Se llama: "No se han ido del todo" y creo que es muy apropiada para concluir este comentario.

Saludos. Pablo.