lunes, 23 de noviembre de 2015

La fe y el sufrimiento: todo por amor

Uno de los grandes beneficios que tienen los debates sanos y respetuosos en Twitter es que gente que no piensa como uno lo obliga a replantearse argumentos, “afilarlos”, mejorarlos o admitir equivocaciones y adoptar nuevas posturas. Nada de lo anterior es negativo, al contrario, todo sirve para el crecimiento cuando, repito, el debate es constructivo.

Cristianos etíopes asesinados por miembros de ISIS.
Pues la semana anterior tuve una discusión así con varios tuiteros, principalmente con Leonardo Garnier, sobre el por qué la Iglesia “necesita” persecución para afianzar su fe, en el contexto de los atentados y los asesinatos contra cristianos en Medio Oriente y África. Admito que posiblemente no fui lo suficientemente claro en lo que quería decir, pero cuando uno le está respondiendo a cinco personas a la vez en 140 caracteres, además de preparar una cena con unos amigos, no es fácil hacerse entender.

Primero hay que aclarar que no me refiero a que la Iglesia tenga que andar automartirizándose para reafirmar su fe. Al contrario: es por la fidelidad a su fe que la Iglesia llega al martirio. Y es ahí cuando inicia el tema de la persecución. Para mí está clarísimo que el plan de Dios es muy diferente al del ser humano, y desde ahí, genera oposición y controversia. ¿Hasta dónde puede llegar este rechazo? Pues depende del contexto, la cultura y la educación de sus adversarios. Podría ser que acabe con simples diferencias, pasando a ataques ideológicos (desde los más sesudos hasta los más burdos), luego siguen las ofensas gratuitas y por último las agresiones físicas que pueden llevar a la muerte.

Representación de San Esteban, primer mártir.
El martirio, a lo largo de la historia de la cristiandad, ha sido (desde la fe) una especie de regalo para el creyente: es ofrendar su vida como consecuencia del amor y la fidelidad que el creyente tiene en Dios. La muerte del propio Jesús, martirio en cruz, es evidente fruto de ello: un mensaje revolucionario, contrario a las creencias y costumbres de la época que fue insoportable para la élite judía que dominaba en aquél tiempo. Resultado: condenación a muerte, creyendo que así acabarían con Él y su mensaje. Evidentemente, se equivocaron.

Así ha seguido sucediendo a lo largo de la historia. El ejemplo de Monseñor Óscar Arnulfo Romero, en el convulso El Salvador de finales de los años 70, es otro caso evidente de un mensaje incómodo que simplemente es rechazado, en este caso con presiones y balas, por quienes ostentan el poder. El amor, cuando enfatiza su arista de la justicia y el respeto, definitivamente resulta intolerable para quienes desean ostentar el poder e irrespetan los derechos de los demás. Por eso murió Monseñor.

Ahora bien, me decían que el sufrimiento no es necesario para mostrar amor… y creo que ahí fue cuando la discusión realmente se distanció. Perdón pero ¿es posible amar a alguien solo en los momentos felices? Es evidente que no. Por ahí se decía que no son necesarias las crisis o las persecuciones para fortalecer el amor… pero yo me pregunto: ¿acaso está la vida exenta de ambas? ¿Hay algún instante de nuestra existencia en que no nos enfrentemos a algún tema que nos hostigue y nos persiga? Claro, la diferencia está en cómo enfrentamos ese problema: si “hacemos” que no está ahí, lo subestimamos, o lo enfrentamos a sabiendas de que podemos herirnos mientras conseguimos superarlo.

La Iglesia, como ente humano y divino que es, no se ha visto nunca exenta de estas crisis. Siempre las ha tenido, las tiene y las tendrá. Su razón de ser es predicar y vivir el Evangelio, mismo que siempre causará divisiones porque, como dije anteriormente, el mensaje del amor suele no ser bien recibido. "No he venido a traer paz al mundo, sino división" ¿Se acuerdan? Un tal Jesús de Nazareth...

La Beata Teresa de Calcuta en su misión.
“Ama hasta que duela” decía la futura santa Teresa de Calcuta. Si no duele, el amor no llega al límite. Queda debiendo. Y el dolor… qué incomodo es para esta sociedad posmoderna, donde todo es placer, pasarla bien y vivir el momento (como si los momentos no tuvieran también su trago amargo). Está clarísimo que la filosofía del ser humano actual, en occidente al menos, consiste en menospreciar el dolor, la muerte, los malos ratos… porque “roban” armonía, una armonía creada de por sí por un consumismo idílico que nos llega a través de la ilusión de la publicidad y el marketing, haciéndonos creer que es consumiendo como seremos felices. Y hablar de esas palabras actualmente es despreciable, porque devuelve al ser humano a su realidad, porque le hace recordar que es mortal y que todo tiene su final y su límite… ¿y después? Mejor no pensar mucho y que siga la fiesta…

Quienes hemos tenido familiares que han fallecido tras enfermedades relativamente largas sabemos que ese amor llega el momento en que es probado. Que no es posible amar y abstraerse de esos momentos de dolor y sufrimiento y que, más bien, son esos los momentos donde el amor se fortalece, porque supera la prueba y se brinda sin egoísmos, como bien decía San Pablo en la recordada primera carta a los Corintios.

Imagen de La Pasión. Así de cruel tuvo que haber sido...
No, no se trata de asumir la vieja costumbre clerical de la autoflagelación como expiación de los pecados. Por dicha eso es tema superado. Pero sí que es bueno dejar claro que la Iglesia necesita persecución como resultado de su mensaje. Una Iglesia que no es perseguida, de alguna forma u otra, demuestra que, o no está cumpliendo su rol de anuncio y denuncia, o bien, que logró la conversión de su entorno (utopía), o peor aún, que está anunciando algo que la sociedad “quiere oír” y no discursos que contradigan esa falsa ilusión de “equilibrio”. Al poder, corrompido por el mal, nunca le va a gustar el mensaje de justicia, conversión y equidad. El bien y el mal son como el agua y el aceite y nunca, nunca, pueden estar combinados o “en escala de grises”. El bien es bien y el mal es mal. Como lo dijo en su momento el papa Juan Pablo II (filósofo por excelencia) “el bien no se contradice a sí mismo” y vivimos en un mundo en el que el mal se justifica para el "bienestar" de unos cuantos, mientras que a la moralidad se le tacha de desfasada, anticuada e insípida. Relativismo puro.

Claro, todo lo anterior que he expuesto partiendo del supuesto de que las persecuciones que enfrente la Iglesia son por apego al Evangelio y no por sus propios pecados o deslices. Publicaciones como las de Vatileaks, los desfalcos con el Banco Ambrosiano y el IOR, y tantos otros escándalos no se pueden catalogar (ni mucho menos) como persecución, sino como una oportunidad para dejar el pecado de lado (entendiendo por pecado todo aquello que nos aleja de la voluntad de Dios). Así lo han entendido Benedicto XVI y Francisco y, por ello, la primavera que hoy los católicos disfrutamos, aunque tengamos claros que falta mucho camino por recorrer en este aspecto.

Por lo tanto, una Iglesia que es perseguida por su fidelidad con el mensaje de Jesucristo puede sentirse satisfecha: ha hecho bien su trabajo. En cambio, una Iglesia que crea que cumple su misión al lado del caviar, privilegios, concesiones, prebendas, lujos, comodidad, pleitesías… esa no puede ser ni será la verdadera Iglesia de Jesucristo, el mismo que predicaba austeridad, solidaridad, justicia, misericordia, sencillez y amor para todos.

Cito una frase de la homilía de Monseñor Romero, del 25 de noviembre de 1977, que me parece, va a englobar la explicación que acabo de esbozar:

Instantes posteriores al martirio de Monseñor Romero.
“Hermanos, no nos debe de extrañar cuando se habla de Iglesia perseguida. Muchos se escandalizan y dicen que estamos exagerando, que no hay Iglesia perseguida. ¡Pero si es la nota histórica de la Iglesia! Siempre tiene que ser perseguida una doctrina que va contra las inmoralidades, que predica contra los abusos, que va siempre predicando el bien y atacando el mal. Es una doctrina puesta por Cristo para santificar los corazones para renovar las sociedades y, naturalmente, cuando en esa sociedad o en ese corazón, hay pecado, hay egoísmo, hay podredumbres, hay envidias, hay avaricias, pues el pecado salta, como la culebra cuando tratan de apelmazarla y persigue al que trata de perseguir el mal, el pecado. Por eso, cuando la Iglesia es perseguida, es señal de que está cumpliendo su misión”.

Y sin duda, para los que estamos en esto de la fe, el resultado de la persecución no es otro que el de su propia purificación y la proyección del Espíritu Santo a través del dolor y el sufrimiento. No me cabe duda que esos mártires que han muerto a manos de los bárbaros de los yijadistas del mal lamado "Estado Islámico" (que no es ni Estado y ofende al mundo islámico) han tenido su fe al nivel de los cristianos que eran devorados por los leones en el Circo Romano. Porque definitivamente, no hay amor más grande que el de dar la vida por un amigo… y en nuestro caso creyente, aún más cuando ese amigo es Jesucristo visto en el pobre, el discriminado, el sufriente, el abandonado, el descartado…

Y termino con otra frase de este beato salvadoreño que, sin duda, supo de los beneficios de la persecución hasta su martirio:


“La persecución es algo necesario en la Iglesia. ¿Saben por qué? Porque la verdad siempre es perseguida. Jesucristo dijo: ‘Si a mí me persiguieron, también os perseguirán a vosotros’ Y por eso, cuando un día le preguntaron al Papa León XIII, aquella inteligencia maravillosa de principios de nuestro siglo, cuáles son las notas que distinguen a la Iglesia Católica verdadera, el Papa dijo ya las cuatro conocidas: una santa, católica y apostólica. ‘Agreguemos otra –les dice el Papa-, perseguida’. No puede vivir la Iglesia que cumple con su deber sin ser perseguida”. Monseñor Romero, homilía del 29 de mayo de 1977.

Si al final de toda esta argumentación usted no está de acuerdo conmigo, tranquilo, no pasa nada. Tiene todo el derecho a diferir. Eso sí, le ruego que considere los argumentos, los valore... y hasta tal vez los valide. Puede ser que le ayude para mejorar los suyos... ¿quién quita un quite?