Un nuevo 1° de enero en la madrugada llega y antes de comenzar esta nueva edición de mi resumen anual de los últimos 12 meses, me puse a leer el comentario de hace un año para ver cómo había cambiado todo y qué había quedado parecido... y tengo que decir que aunque el 2013 que concluyó hace ya 3 horas no fue el mejor año de mi vida, sí sirvió para algo que anhelaba 365 días atrás: ponerme en marcha hacia algo que llene mi vida, aunque ese “algo” no esté ya concretado. De hecho falta camino. Pero ya avancé y eso es más que bueno.
Mucha esperanza me deja este 2013 aunque algunas
cosas no dan para tirar las campanas al vuelo. En el plano nacional
el saber que Johnny Araya no tiene tan adoquinado el camino hacia
Zapote en mayo, sinceramente me da para creer que la política
nacional puede tener un remezón, y que el costarricense, por una
nueva ocasión, tiene la oportunidad de dar un golpe de timón, a ver
si por fin dejamos esta modorra, estos 30 años de hacer NADA por
salir del subdesarrollo y de la desigualdad creciente.
En este año que empieza tenemos el chance de poder
cambiar las cosas. Ojalá la gente pobre, humilde y marginada, que ha
sido tan manipulada por la clase política de este país, se dé
cuenta que es hora de cambiar las cosas y que las falsas promesas de
frases como “Sí Costa Rica” y “Adelante” no hicieron más
que engañarnos y retroceder.
Si la Sele tiene un reto enorme en junio de este año
con el Mundial para vencer a tres grandes, es hora de que el tico
entienda que ante su nariz se presenta una responsabilidad de
derrotar a sus tres grandes verdugos: la falta de criterio, la
mediocridad y el engaño y reclamar lo que siempre ha sido suyo: el
derecho de vivir dignamente. No digo que un próximo gobierno vaya a
solucionar todos los problemas del país y a acabar con la pobreza
(eso sabemos que es utópico), pero sí es hora de que este país
comience a retomar la ruta al desarrollo si no quiere
“centroamericanizarse” (con el perdón de los hermanos
centroamericanos) y acabar como un país pobre, violento y con unos
poquísimos que lo tienen todo y una enorme mayoría que no tiene
absolutamente nada.
No me quiero extender mucho con el tema político
porque pronto vendrá otro post preelectoral para hablar del tema.
Solo espero y pido a Dios que nos dé MENTE para elegir lo que sea
mejor. Ojo, no digo que la selección esté fácil pero sí que la
misma debe ser hecha más con la cabeza que con otra cosa.
En lo internacional, la esperanza que dejó este 2013
para muchos tiene nombre y apellidos: se llama Jorge Mario Bergoglio,
o mejor dicho, el papa Francisco. En medio de los tiempos más
aciagos, cuando muchos católicos (quizá la mayoría) pensamos que
esto iba para abajo, al papa Benedicto XVI lo ilumina el Espíritu
Santo y, en un acto impresionante y tapabocas de humildad, decide
dejar el puesto de líder de la Iglesia Católica para alguien con
más fuerza, que pueda hacer el trabajo que él no pudo. Esto no
puede pasar por algo desapercibido, porque si la llegada de Francisco
ha sido un haz de luz para la Iglesia, esta misma inició con la
iluminación del pontífice alemán que tanto critiqué aquí mismo
en alguna ocasión. Lo de Joseph Ratzinger debe ser ensalzado y
reconocido aún por sus detractores.
El papa Francisco ha sido, como suele ser costumbre
en las cosas de Dios, algo demasiado bueno para ser creído. Hoy por
hoy, cuando escucho su nombre en la liturgia de las misas, siento un
orgullo indescriptible que se ve ensombrecido por el nombre del
obispo de mi diócesis que lo sigue. Pero quedándonos con lo hecho
con el primer Papa americano de la historia, su proceder significa
esperanza, un reverdecer, una primavera católica que todos vemos y
percibimos. Es más, Francisco nos deja mal al resto porque nos hace
ver como un montón de inútiles mediocres con sus palabras y más
aún con sus hechos.
El Papa, sin mucho regaño y con más obras que otra
cosa, nos enseña que la cosa aquí es hablando menos y haciendo más.
Ya Benedicto XVI había dejado bien asentadas las bases de la
teología moderna, ahora Dios dispuso que alguien que parece más un
cura de pueblo que un líder religioso (en el sentido de su humildad)
llegara a hablarle a la gente en el lenguaje que el ser humano actual
entiende y le gusta... y más aún, ama, porque el pueblo católico
necesita alguien sencillo para amar con sencillez.
Podría hablar mucho más sobre Francisco pero
tampoco quiero que mi comentario anual se extienda demasiado en él.
Solo les digo que cuando ese hombrecillo tímido salió por la
ventana del balcón vaticano el 13 de marzo y pidió la bendición de
la gente, cuando su nombre “Franciscus” resonó por los
altoparlantes de la plaza de San Pedro, cuando salió sin adornos ni
parafernalia, supe que todo había cambiado para siempre. Los
católicos estamos en los albores de ver la mejor época de nuestra
Iglesia en siglos, avanzamos curiosamente devolviéndonos a nuestras
raíces, y creo que si hay un momento para tener esperanza en nuestra
fe y su futuro, es ahora. ¡Viva el papa Francisco, viva la Iglesia y
viva el Espíritu Santo que es al final quien no deja que esto se
caiga!
Y el otro punto que justifica el título de este año
es más personal: una persona que llega de improviso a finales de
setiembre y, cuando yo pensaba que todo estaba perdido, que una
eventual nueva salida del país era más que deseable para el 2014,
cuando creía que en serio me quedaría abrazando la soledad de por
vida por lo dañado que había quedado tras el paso de Francia y
cierta experiencia adicional, ella irrumpe en mi vida y me hace una
revolución que este 1° de enero a las 00:00 horas firmé como una
nueva relación que espero llegue a excelente término. Se trata de
una mujer que llegó no solo a “moverme el piso” sino también a
poner mi vida en orden. Su fuerza, su decisión, su entusiasmo, su
alegría, su espiritualidad, su energía y muchas cosas más que
mejor no enumero para no parecer “meloso” fueron como un bálsamo
para un momento en que mis fuerzas flaqueaban y mi desgano por
quedarme aquí aumentaba. A ella gracias porque, sin proponérselo,
pintó de colores nuevamente mis días y me da motivos para soñar un
nuevo sueño.
Finalmente pero no menos importante para tener
esperanza, en octubre se nos anuncia la llegada de un nuevo miembro
(o más bien, nueva) a la familia: la ansiada sobrina, la primera, me
hará tío en condición inédita, algo que sin duda me será una
experiencia que alimentará mi propia humanidad. Si lo de cambiar
pañales y “chinear” chiquitos nunca fue algo cercano, parece que
ahora sí lo será. María Paula es una gran bendición de Dios para
nuestra familia y desde ya con ansias esperamos tenerla con nosotros
para amarla, presumiblemente en julio.
Ahora bien, todo eso no quiere decir que el 2013
fuera un lecho de rosas. Estoy sacando lo positivo porque el balance
de este año que concluye es, a Dios gracias, favorable. Pero hubo y
siguen habiendo momentos de monotonía, circunstancias en que sentí
que me “venía abajo” y por gracia de Dios ahí estuvieron mi
familia, mis amigos de verdad (tan pocos como valiosos) y una palabra
de aliento dicha en el momento justo.
Profesionalmente este que termina fue un año de
“permanencia” que espero que deje un poco ese estado de
tranquilidad para darme algo que me apasione. No soy malagradecido y
agradezco a Dios todos los santos días el tener un trabajo agradable
y con un ambiente laboral que se lo desea más de una redacción de
medios en este país, pero creo que yo puedo dar más y que estoy
para más. Ese punto también puede ser visto desde la esperanza de
que pronto me encontraré con lo que quiero hacer y que además sé
que puedo hacer.
En lo demás, el 2013 deja retos a nivel de familia y
de luchas que habrá que dar... nada raro para mí, que sin pleitos y
dificultades a vencer no estoy contento. Un año que termina en el
que se cumplió mi deseo de 12 meses atrás: estabilizarme, dejar un
poco de lado el fantasma francés que, no voy a negar, sigue
visitándome de vez en cuando para atacarme con nostalgia, aunque
creo que desde noviembre encontré el antídoto para vencerlo.
Creo que el espíritu del fallecido Mandela, sin duda
la muerte más dolorosa para el mundo que tuvimos en este año que
terminó, debería impactarnos a todos por igual para tratar de ver
si salvamos esta debacle: una lucha incansable contra lo que parece
sentenciado, un reverdecer de humanidad y de creer que, pese a lo
improbable y utópico, si realmente todos actuamos se pueden lograr
grandes cambios. Desgraciadamente eso no depende de mí sino del
resto y si ese resto no actúa, nada importante puede lograrse. De
ahí mi pesimismo de siempre: no porque mejorar este país sea per sé
imposible, sino porque aveces parece que la gente quiere seguir con
su modorra y su mediocridad. Y a mí pocas cosas me sacan más de
quicio que la gente que se cree bruta y se niega a sí misma un
futuro mejor.
Costa Rica solo cambiará si esa mentalidad
subdesarrollada del conformismo y el pobrecito desaparecen de nuestra
esquema mental. Solo si, como Mandela, somos capaces de rebelarnos de
nuestra acostumbrada falsa comodidad y nos atrevemos a ser y a exigir
más. Por eso es que mi perspectiva ante el 2014, si bien es mesurada
y hasta gris, también deja pie a que las cosas puedan cambiar.
Porque si en el 2013 hubo tantos factores pequeños que dieron luz al
mundo y a mi existencia, creo que algo parecido aunque en menor
escala podría presentarse si todos nos negamos a que nos sigan
viendo la cara de idiotas. Pero eso depende de mí, de usted y de la
gente que usted tiene a su entorno.
Es hora de que los políticos de turno dejen de verle
la cara al pueblo de tonto y que el propio pueblo, primer culpable de
todas sus desgracias, golpee la mesa y haga saber que es hora de ser
manejado con dignidad. Si y solo si los costarricenses nos decidimos
a ser mejores, se logrará. De lo contrario, lo único que se
conseguirá en este 2014 será agrandar la bomba de tiempo que
venimos gestando todos como sociedad hace unas tres décadas.
Del año que empieza no espero demasiado, pero lo
poco que espero lo anhelo con entusiasmo. Sé que podría no ser
fácil (la salud de mi abuela de 98 años encabeza una de mis mayores
preocupaciones, de hecho casi casi se nos va en agosto) y que sus
complicaciones tendrá. Pero confío en que mis nuevos retos, las
nuevas experiencias y los nuevos logros serán suficientes para tener
un nuevo año mejor que sus dos antecesores.
Para concluir esta experiencia que creo que llega ya
a su octavo año solo puedo pensar en que la vida esta hecha para
vivirse, por redundante que esto suene. Que quien no sueña muerto
está y que, como había dicho anteriormente, con base en sueños se
construye la realidad deseada. Dios no desampara a nadie y menos aún
a quien pone todas sus energías en lo que quiere. Es por ello que
busco mejores 12 meses a partir de ahora. Quiero más novedad y menos
modorra. Quiero nuevos retos y perfeccionar mi mente y espíritu. Ya
tengo un proyecto nuevo en mi vida que me apasiona y que me hará
luchar por él en el futuro cercano. Me gustaría lo mismo para la
sociedad y el país, aunque ya eso escapa de mi poder.
A usted que tiene la paciencia de leer estas líneas,
atrévase a ir más allá. No se trata de una mentalidad de autoayuda
falsa y sosa, sino de decisiones a tomar, la más importante de ellas
posiblemente el 2 de febrero que casi tenemos encima. En un mes
decidiremos cómo nos gobernaremos en los próximos cuatro años.
Tome su rato y medite su voto, sea crítico, sea analítico y motive
a los otros a hacer lo mismo.
Saludos gente. Realmente les deseo un promisorio
2014. Que todo lo que suceda, aunque sea triste o “feo” sea para
bien. Porque en esta vida hasta a los factores oscuros hay que
saberles dar luz.
¡Feliz año nuevo!
Pablo.
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