Si hay un tema a lo largo de mi vida que me ha
intrigado, provocado primero miedo, luego curiosidad y últimamente
regocijo es el tema de la muerte. Y ¿qué mejor fecha que esta para
hablar sobre ese fin que en realidad no es un fin, sino una mudanza?
Le robo esta concepción a Facundo Cabral (a quien imagino en el
cielo haciendo coplas y conciertos para el regocijo de todos) para
tocar un tema que no es ni de realidad nacional ni personal, pero sí
que me encanta y apasiona: la muerte.
La muerte, señoras y señores, se puede ver de dos
formas: sin Dios, es decir, engañándose y creyendo que cuando
cerremos los ojos por última vez todo acabará y uniremos nuestra
materia inerte a la del resto del universo... o bien, como la fe
cristiana lo ha señalado desde hace unos 1970 años (o más si
juntamos las creencias judías): un paso, una pascua hacia la
definitiva y final vida, que será la que nos espera al otro lado.
Entender la muerte sin Dios debe ser desesperante...
el solo imaginar morir y que todo se acaba me estremece porque,
después de todo, no tendría ningún sentido ni trascendencia
nuestra existencia. En cambio, la muerte con Dios no solo tiene
sentido sino que forma parte de su creación, haciéndola hermosa,
necesaria y enriquecedora.
“La hermana muerte” la apodó san Francisco.
Claro que hay que llamarla con cariño. Porque al final su misión es
solo una: recordarnos que somos imperfectos y necesitados, frágiles
y finitos. Pero a la vez, darnos ese pasaporte hacia la vida que
nunca acaba.
Ahora bien, el momento en que nuestra alma se separe
de nuestro cuerpo también nos impone (a los que creemos) hacernos un
balance de cómo anda la cosa por acá. Teológicamente debemos tener
claro que no se trata de “portarnos bien para ir al cielo” (error
que durante mucho tiempo la Iglesia se encargó de difundir). Por
mejor que nos “portemos” jamás seremos dignos de merecer tan
grande dicha. Es obvio que la resurrección es un regalo dado por
Dios que nadie jamás podría “comprar” con buenas obras. Lo que
sí es necesario es vivir en concordancia con la voluntad de Dios, o
más simplemente, vivir amando. Pero ese es un tema que quedará para
otro día.
La muerte es sinónimo de vida, de libertad, de
plenitud... de dicha. Si en mi encuentro personal con Cristo que
describí en mi último post dije que había sentido la alegría más
grande de mi vida, asumo que el cielo es un millón de veces eso.
Porque mis amigos: sí hay un más allá. Y no solo me respalda mi
fe, aunque sí me basta. Existen miles de testimonios de gente
(algunos de ellos conocidos) que han tenido una experiencia cercana a
ese paso: el alma que se despega del cuerpo, la percepción de verlo
todo “desde arriba” e incluso, de ver otro lugar después de eso:
un tunel, un campo verde, conversar con personas que partieron antes
y la percepción de tener que regresar “a terminar algo”.
Incluso, muchos de ellos describen lo que había a su alrededor a
pesar de no tener signos vitales, y obviamente, la capacidad de
percibir con sus sentidos.
Algunos dicen que las experiencias cercanas a la
muerte es el “último respiro” de las neuronas antes que todo se
apague. Pues ¡qué capacidad del cerebro! Ir más allá de la
percepción normal para describir cosas e imágenes que son narradas
como “más reales que lo que vemos en nuestra realidad”, con lujo
de detalles, sin que ya en el cuerpo nada funcione.
El mito del fin con la muerte es eso: un mito.
Perdone usted si cree o no cree, pero ese asunto es tan real como la
ley de la gravedad. ¿Que no está científicamente “probado”
pese a las investigaciones neurológicas que concluyen cosas que no
se explican? Claro. Resulta difícil hacer un “estudio” desde el
otro lado. Pero en fin, creamos o no, hay una gran verdad: ese
momento nos llegará a todos e imagino que, desde el otro lado, más
de uno me dirá “tenías razón”.
Pienso en el momento de mi muerte todos los días.
¿Que estoy loco? No. Simplemente se trata de recordar cómo estoy
actuando a diario para que ese instante no me tome del todo
desprevenido. La pregunta que nos harán del otro lado será: ¿cuánto
amaste? Y de eso dependerá el que realmente queramos estar en ese
lugar tan lindo y especial... o que estemos lejos del mismo, para
siempre.
No me creo santo (estoy lejísimos de ese estado)
pero sí creo que si la muerte me sorprendiera hoy pasaría
“raspando” para ver a ese Ser que me pensó y amó tanto, desde
el inicio hasta el fin de mi vida en esta tierra. Dios sabe que si he
actuado mal en el fondo no es porque lo odie a Él o a mi prójimo,
sino porque en el fondo estoy en búsqueda de mi felicidad, de una
forma no correcta tal vez, pero en ningún caso mal intencionada. Y
si el asunto funciona como decía San Pedro: “un poco de amor cubre
multitud de faltas” entonces creo que con eso y con la misericordia
de Dios, llegaré a la meta de la que tanto habló Pablo el grande.
Claro, eso me hace cuestionarme qué pasará con
quienes dedicaron su vida terrena a hacerle el mal a los demás: a
robar, a la deshonestidad, a acumular poder y riqueza en detrimento
de quienes no tienen nada (el evangelio del rico y el pobre Lázaro),
a quienes maltrataron, abusaron, torturaron y mataron. A quienes
fomentaron el hambre, las guerras, las enfermedades (por no luchar
contra ellas). En fin, a todos los que se dedicaron a odiar en lugar
de amar. Pronóstico reservado, aunque sí, aún para ellos hay
misericordia si se da un arrepentimiento seguido de la conversión.
Entrada a la cripta donde reposa el cuerpo incorrupto de (san)
Padre Pío. Como pueden ver el lugar es completamente dorado
lo cual simboliza la resurrección en lugar de tonos oscuros.
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Es por eso que en este post quería dejar un mensaje
póstumo para cuando a me toque abordar ese tren que me llevará a un
destino final y definitivo:
“Quiero decirles que sin duda, donde estoy ahora
estoy mejor que donde estuve. Que viví la vida con amor, con
emoción, con pasión (a veces quizá con demasiada) y con temor y
amor a Dios. Quiero que sepan que los llevaré a todos en mis
oraciones, y que aunque sé que mi falta les duele, el consuelo de
saber que estamos unidos por medio de un único y mismo Dios debería
bastar para reconforarlos. Que la comunión de los santos en la cual
creemos no son simples palabras, sino que así funciona la eternidad.
Y que, por sobre todas las cosas, el amor nunca terminará. Por lo
tanto sean valientes y sigan viviendo que aunque no físicamente, yo
también los acompañaré junto con el Señor hasta el fin de sus
días.
Sonrían, porque a pesar de la tristeza que pueda
embargarles mi falta, en mi vida terrena siempre traté de hacer
sonreír a la gente. Creo que lo mejor que podemos hacer, mientras
tenemos tiempo, es dar felicidad. La sonrisa es la muestra inequívoca
de un corazón que tiene amor, y sin amor la vida se vuelve vacía,
porque al final, el amor fue nuestro comienzo y será nuestro
destino”.
Termino con una canción de Martín Valverde que creo que engloba todo este tema y la cual invito a ustedes a escucharla. Se llama: "No se han ido del todo" y creo que es muy apropiada para concluir este comentario.
Saludos. Pablo.
1 comentario:
. COMO DESARROLLAR INTELIGENCIA ESPIRITUAL
EN LA CONDUCCION DIARIA
Cada señalización luminosa es un acto de conciencia
Ejemplo:
Ceder el paso a un peatón.
Ceder el paso a un vehículo en su incorporación.
Poner un intermitente
Cada vez que cedes el paso a un peatón
o persona en la conducción estas haciendo un acto de conciencia.
Imagina los que te pierdes en cada trayecto del día.
Trabaja tu inteligencia para desarrollar conciencia.
Atentamente:
Joaquin Gorreta 55 años
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