¿Por qué el fútbol nos gusta tanto? Es fácil de explicar.
Basta con recordar las mejengas que nos dábamos desde niños, la magia que
encerraba ese rectángulo marcado con un círculo partido por una raya a la mitad
y dos marcos a cada lado, para responder.
Tal vez así no eran las de mi barrio, pero no andaban muy lejos |
Mi infancia, como la de muchos otros, está marcada por miles
de goles que convertíamos y celebrábamos como si cada uno fuera el decisivo
para ganar un campeonato mundial. El dulce sabor de la típica mejenga de “el
que llega primero a los 20 gana” y de un partido de un número de X contra X
donde las dimensiones del terreno de juego estaban marcada por el final de la
acera, de la calle o de la propiedad del vecino.
Imposible olvidar la cantidad de veces que la bola se nos
fue al techo de una casa o los vidrios quebrados producto de un despeje
atolondrado o de un tiro a marco totalmente desviado. Tampoco la urgencia de
jugar tras recuperarnos de una gripe que nos tenía fuera de la “alineación
titular” entre las “estrellas” del barrio, donde claro, no había banca.
Yo tengo mi escenario para estas imágenes pero sé que
cualquiera de ustedes, futboleros, que haya pasado por lo mismo, también las
tendrá. Fuimos de la generación que aún podía jugar en las calles
tranquilamente, que no tenía que ir a meterse a una cancha de Fútbol 5 para
mejorar sus destrezas. Y específicamente la mía, fue la que vio cómo aquellos “maiceros”
hicieron la proeza de debutar en Italia 90 con un triunfo y un pase a una
segunda ronda. Recuerdos imposibles de olvidar.
El fútbol, para quienes lo amamos y lo vivimos desde tiempos
inmemorables, es eso: parte de nosotros. Lo hemos celebrado, lo hemos llorado.
Se nos han regado las bilis pero también lo hemos acompañado por más aburrido
que sea el partido. Nos ilusiona y nos desilusiona, como cualquier relación de
amor en la vida.
Por eso es que duele tanto que, esto que nos llena de
adrenalina y emoción, se convierta en un vil negocio, donde prima el billete
por encima de la competencia. La derrota o el triunfo, cuando son merecidas,
son incuestionables. Y nada más reconfortante que reconocer, en caso de la
primera, que el otro equipo jugó mejor y mereció la victoria.
Evidentemente, el tema de este post se basa en lo que hemos
visto en la Copa de Oro que hoy termina
Alvarito Solano, de mis primeros héroes futboleros en los 80'. |
y la asquerosa mafia que domina la Concacaf y la FIFA, empezando por su capo número uno: Joseph Blatter. Da coraje y lástima que
algo tan mágico y que puede servir para unir familias y pueblos se convierta en
un método para lavar dinero, enriquecerse y afectar la competitividad, porque
donde hay billete deja de haber juego.
Me pregunto, ¿qué habrá pasado en la cabeza de un jugador
mexicano luego de terminar los partidos contra Costa Rica y Panamá? ¿Cómo se habrá
sentido Oribe Peralta cuando se tiró al piso, o Torres, el defensa panameño, al
ver que el árbitro señalaba el punto de penal luego de que cayó al piso y de
forma accidental e inevitable rozó la bola con la mano?
Ni hablar entonces de la no expulsión de Carlos Vela contra
los canaleros o del mismo Peralta contra la Sele, que los respectivos árbitros
no señalaron. La impotencia y la rabia ante la certeza de que el árbitro no
cambiará de parecer, aunque él sepa perfectamente que se equivocó, o bien, que
lo hizo adrede obedeciendo “órdenes superiores”.
La Liga de los 90'. ¡Campeones irrepetibles! |
Pero no solo los jugadores son engañados. También lo son los
aficionados que pagaron por ver una competencia y se encuentran con un juego
arreglado. También lo somos todos los que vemos el partido y nos comemos toda
la publicidad que rodea el espectáculo y que lo hace rentable. En fin, lo que
debió ser un entretenimiento y una pasión se convierte en una mentira, a
beneficio de unos pocos, solo con el fin de que aquellos que son mayoría (en
este caso, los mexicanos) sigan pendientes del torneo y hagan rentable ambas
inversiones para quienes las pagaron.
El fútbol se ha ensuciado. El balón se ha manchado en el
barro de la corrupción, del amaño, del mal teatro (en el caso de los jugadores)
y de la falta de honestidad ante las pequeñas cosas que no favorecen la
competitividad, esa que critican los mismos mexicanos, hace tanta falta en la
Concacaf… claro, cuando a uno le regalan partidos, es difícil mejorar.
Guardado... ¿qué celebraste? |
Si Guardado hubiera fallado adrede el penal u Oribe Peralta
le hubiera dicho al árbitro que no hubo empujón, tal vez México no hubiera
llegado hasta la final. Pero cualquiera de los dos pudo haberse convertido en
el referente de la moralidad y del tan prostituido “Fair Play” que la FIFA
pregona partido a partido, pero que no se aplica a ella misma.
Lástima. El fútbol seguirá siendo pasión y algarabía para
miles de millones que lo amamos y esperamos que la pelota pase la raya de gol
del contrario. Pero también ya estamos avisados que eventos como el partido de
la nieve, el juego en San Luis Missouri que nos robó el árbitro contra Estados
Unidos en la eliminatoria rumbo a Italia 90, o el gol que metió Henry con la
mano contra Irlanda y que clasificó a Francia injustamente para el mundial de
Sudáfrica 2010, podrán seguir ocurriendo. Falta transparencia dentro del
terreno de juego, pero sin duda, falta aún más fuera de los estadios, en los
escritorios, donde juegan y dominan los de cuello blanco, corbata y traje
entero.
Blatter.... cero transparencia. |
Que el fútbol siga encantando y apasionando depende de los
jugadores en primera instancia, porque ellos tienen el poder de decir al
árbitro que se equivocó o de modificar su decisión. Si porquerías como las
vividas en la Copa Robo que hoy termina se siguen presentando en las
eliminatorias, la afición comenzará a perder interés. ¿Será que eso quieren los
dirigentes del fútbol mundial?
Para terminar, los dejo con un ejemplo de deportividad del
goleador alemán Miroslav Klose, en un partido entre la Lazio y el Napoli de la
Serie A italiana. Seguramente Guardado no lo vio. No estaría mal que le
compartan el link.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario