Voy a contarles una historia, LA
historia, MI historia. Quizá no lo hice antes porque no quería
estropearla, porque no tenía aún la madurez para pasarla en
palabras. Es la razón que justifica el motivo que me hace creer, esperar y amar. La explicación de estar tan agradecido con Dios, que como dice el
salmo: “Me sacó de la fosa fatal”. Esta, señoras y señores, es
la narración de un camino lleno de piedras, de un valle que casi
llega a ser de muerte, de un abrazo, lágrimas y una conversación
que lo cambiaron todo... Esta es la historia de mi Encuentro Personal
con Cristo (EPC).
Antes de entrar en materia quiero hacer
una aclaración. Lo que usted leerá (si se atreve) a continuación
no es ni dogma de la Iglesia, ni ha sido comprobado por científicos,
ni tampoco ha sido estudiado por psicólogos, psiquiatras o físicos
cuánticos. Se trata siemplemente de mi relato, de algo que viví y
que, 15 años después (la mitad de mi edad actual) quiero
compartírselos. Aquí no se trata de buscar una explicación (ya
desistí de encontrarla), se trata, simplemente, de dar a conocer la
razón por la que me siento tan agradecido con Dios, con quien tengo
razones de sobra para amarlo y sentirme amado, aunque aveces la vida
no “me la ponga” tan fácil.
Comenzando por el principio, acepto que
provengo de dos familias muy católicas, y más allá de ir a misa
los domingos, muy practicantes de la esencia del cristianismo: mis
tías Mora de Turrialba, tan dedicadas a Dios como les es posible, me
regalaron varios de los conocimientos que tengo desde niño sobre la
fe. Los Vargas, por su parte, con la alegría que les caracteriza, me
mostraron un Dios que no tiene por qué ser aburrido. Sin embargo, y
como ya verán, faltaba algo: la experiencia del amor más grande que
uno pueda imaginarse.
“Curiosamente” desde pequeño fui
víctima en varios momentos de mi vida que estuvieron llenos de burlas y
discriminaciones... eso que ahora llaman muy gringamente “bullying”.
Para ser exactos, mi infancia fue particularmente triste en primer,
cuarto, quinto y sexto grado. Mis compañeros, posiblemente sin
proponérselo conscientemente, hacían mofa de mi gordura (era una
bolita con patas en aquel tiempo) y de mi tal vez excesiva blancura
de piel (eso nunca se me quitó ni se me va a quitar...). Por lo
tanto apodos iban y venían, incluso canciones de mofa y otras cosas
que un niño en pleno desarrollo no agradece para su autoestima.
Esto, tengo que aclarar, lo digo porque definitivamente me marcó
negativamente en mi amor propio y abrió una herida que se hizo más
y más grande con el pasar del tiempo.
Importante destacar aquí que cuando
estaba pequeño ODIABA ir a misa en Turrialba, donde viví hasta mis 13 años. Realmente me daba una
pereza inigualable, motivada además por lo aburridos que eran los
padres y sus homilías. Tanto así, que llegué a detestar los
domingos solo por el hecho de tener que estar en misa de 6, con el
“combo” de “ir a hacer” que rezaba el rosario donde mi
familia paterna. Para mí era lo más cercano a la
obligación de vivir la fe de una forma monótona que en lugar de
acercarme, más bien me alejaba. Tal vez lo único que me gustaba
era la Semana Santa, por su teatro más que por lo que celebraba.
Cuando mi familia decidió mudarse de
Turrialba para Alajuela (donde dejé mi ombligo), un 29 de diciembre del 96, yo acababa de
tener por fin un grupo agradable (el de sétimo del cole) y aunque me
dolió dejar a mis amigos, supuse que el cambio de ciudad también
serviría para dejar atrás todos aquellos malos recuerdos. Error.
Solo empeorarían...
Llegando a Alajuela e ingresando a
octavo, entré con un grupo de compañeros, que, digamos, no hacían
mucha gala de ser muy maduros (bueno, qué se le puede pedir a un
grupo de mocosos de 14 años...). El ser nuevo no jugó a mi favor y
más bien empecé a sentirme “apartado” por mucha gente de mi
sección. Tenía un par de compas y listo. Las burlas volvieron, tal
vez por envidias académicas, como ocurrió en la escuela y eso dolía
y más aún en plena adolescencia.
Llegó el año 98 y quiso “el
destino” que me cambiaran de sección. Al principio pensé en
quedarme en el antiguo grupo, pero “algo” me motivó a ver qué
pasaba con compañeros nuevos. La nueva sección se veía mucho más
unida que la que acababa de dejar y prometía ser lo que andaba
buscando.
Al mismo tiempo y como dicta la
costumbre católica, empecé mis catequesis de Confirmación en La
Agonía de Alajuela, esa iglesia que hasta ese momento admiraba por
dos cosas básicas: su belleza de arquitectura y que los curas
lograban que no me durmiera en misa. Una vez adentro, una de mis
compañeritas de Confirmación me cautivó... me enamoró y me hizo
suspirar. Nunca supe si era correspondido o no, lo cierto del caso es
que ella, sin saberlo, jugaría un papel también muy importante. Ah,
y también estaba mi catequista, una tal Martha Rojas, una señora
muy buena pero que era capaz de aburrirme rápidamente en las
clases... luego verán la sorpresa que ella me dió.
Volvemos al colegio. Mis compañeros,
que prometían ser amistosos, desde el principio no lo fueron.
Recuerdo que una vez me dijeron, sin que yo entendiera los motivos,
que era muy “rajón” (y nunca me dieron ejemplos para
justificarlo). Entonces, me uní al grupo de los “pintillas”
quienes me recibieron con los brazos abiertos... aunque fuera para
ser su bufón.
Rápidamente, mi nuevo grupo de
“compas” me demostraron que me querían más para que les hiciera
favores como dejarlos copiar mis exámenes o tareas, que por un
interés de amistad sincero. Igual no tenía mucha opción: era o
estar con ellos o estar solo. Y como estar solo cuando tenés 15 años
y vas al “cole” es casi una maldición social, tomé encima los
riesgos y maltratos y decidí irme por la primera opción. Yo les servía
de motivo de risa, de burla. Quizá porque siempre fui muy inocente,
porque en serio siempre pretendí, simplemente, llevarme bien con la
gente y porque, en el fondo, me creía todas sus burlas y ofensas.
Las heridas las arrastraba desde pequeño y ahí simplemente se
agrandaron.
Así viví los primeros seis meses de
aquel año. Mi única ilusión real era la chiquilla de los sábados
en la tarde. Ella era quien me ponía contento, ilusionado... el
resto iba cada vez peor. Lo “mejor” era que me daba razones como
para creer, tal vez más en mi mente que en los hechos, que sí había
algún tipo de correspondencia o al menos de interés. Nunca lo supe
y moriré sin saberlo.
Por ahí como de julio, se hizo en mi
colegio algo que ya era como tradición: la venta de globos de
colores con una tarjetita de dedicatoria. Me explico: el rojo era de amor, el rosado para alguien que
a uno le gustaba, el blanco de amistad... y el negro de odio. Siempre
me preguntaba quién sería capaz de regalar una bomba negra a otra
persona. Me parecía cruel. Pues bien, un buen día estando en clase
de español llegó una muchacha a repartir los globos... habían un
par de rojos, un poco de rosados y... uno negro. Se repartieron todos
y el negro quedó para el final. “Pablo Mora” dijo ella... el que
faltaba era para mí... una bomba negra para mí. Cuando ví la
tarjeta para ver quién me lo mandaba, decía “de sus compañeros
de sección”. Me negaba a creer que en serio fueran capaces todos
de algo así. Pero tuve que pasar por la humillación de recogerlo en
frente de todos. Cuando me senté en el pupitre de nuevo uno de los
de mi pandilla me dijo “mae no haga caso, son un montón de
idiotas”, aunque él mismo me hacía sentir a mí como un idiota.
En las siguientes semanas empecé a
alejarme de todo el mundo. Empecé a deprimirme. Había hecho desde
antes muchos esfuerzos por ser aceptado, al punto de adelgazar
dejando de desayunar y quedar todo “jalado”, pero nada
funcionaba. La tristeza se me notaba porque mis papás se comenzaron
a preocupar. Y en todo esto ¿Dios? Ocupado con otros asuntos,
gracias. La única figura celestial que sentía medio cercana era la
Virgen, tal vez por su figura materna, pero nada más.
Realmente me sentía solo, muy solo. La
soledad nunca me ha incomodado y más bien ha solido ser buena
compañera para reflexionar, pero ese sentimiento que tenía por esas
fechas era soledad mezclada con pésima autoestima, sumada a rechazo
social... a sentirme una mierda y menos que eso.
Una mañana recuerdo que llegué al
colegio y el mae que era “más cercano” a mí me dio una broma
que yo no agradecí y eso me costó un fuerte golpe en el hombro. El
dolor del golpe fue nada a la par de la tristeza que me produjo. Fue
como sentir que nisiquiera la persona que se decía “mi mejor
amigo”, a quien tanto le había explicado materia o estudiado junto
a él, me apreciaba, nisiquiera por eso...
Llegó el 15 de agosto, un sábado. Y
aquí, gente, es cuando todo empieza. Ese Día de la Madre mi mamá
me trató de convencer, sin éxito y hasta el cansancio, de ir a la
tradicional fiesta familiar. Una tía llegó después y tampoco lo
logró. Yo estaba demasiado triste, demasiado sin esperanza y sin
razón de vivir como para hacer la pantomima al frente de toda mi
familia de que todo estaba bien. Recuerdo perfectamente estar en el
patio de la casa, intentando hacer unos problemas de mate, cuando mis
ojos se llenaron de lágrimas. Lloré desconsoladamente sobre el
libro. Me sentía mal, como nunca de mal, triste, vacío, en un hueco
sin luz ni salida, lejos de cualquier tipo de cariño a pesar de que
mi familia se preocupaba, pero eso no me bastaba. Lloraba y lloraba
porque en serio me sentía tonto, feo, incapaz de merecer cualquier
tipo de reconociento de amor.
Cuando paré un poco de llorar, fui al
baño de mis papás a secarme las lágrimas. De camino, en la mesita de noche
estaba un cuadro de un “Señor confío en Tí” con un Jesús que
siempre ve a los ojos. Yo, al mirarlo, sentí la cólera más grande
que nunca sentí... y empecé a insultarlo (luego me daría cuenta
que estaba haciendo también la oración más sincera que nunca
hice). Le dije cosas “suavecitas” como “Vos sos una mierda, su
amor no existe, si realmente existiera yo no estaría así. Usted es
un engaño, una falacia, una mentira, usted realmente no existe y su
amor tampoco!!! Todo lo que me han dicho siempre sobre usted, su amor
y su bondad es pura basura”... en fin, todo lo que mi tristeza y mi
ira podían inspirarme. Seguí, me senté sobre la tapa de la taza
del inodoro y otra vez volví a llorar amargamente. En ese momento me acordé que
sabía perfectamente dónde estaban las pastillas en mi casa. Sí, en
ese momento pensé en que lo mejor sería suicidarme y acabar con
todo de una vez por todas. Pero “algo” pasó, tal vez el miedo,
pero en todo caso Dios, que me desmotivó a ir a buscarlas. Siempre
he logrado lo que me propongo con todas mis ganas y si hubiera
procedido estoy seguro que hubiera conseguido una buena intoxicación
que tal vez me hubiera llevado a la muerte.
Todo lo que recuerdo después es muy
oscuro. Al final terminé yendo a la fiesta del Día de la Madre,
todo para ir a llorar y para terminar de entristecer más a mi
familia, y preocuparla. Pasó ese día...
Esa semana fui oficialmente ateo. Fui
al colegio estrictamente a oir las clases y las únicas veces que
hablaba era para hacer preguntas a los profesores. Pasaba solo en los
recreos, alejados de todos y de todo. No quería saber nada de nadie
más. Volvía a mi casa, casi no comía y cuando llegaba me encerraba
en el cuarto sin tener tampoco contacto con mis papás o hermanos.
Como ven, diagnóstico: depresión severa. Si mal no recuerdo esa
misma semana habían exámenes. Ya se imaginarán cómo fui a
hacerlos...
Por fin llegó el viernes 21 de
agosto... que fue lo más parecido al inicio de mi Triduo Pascual
personal y tuvo connotación de Viernes Santo. El día en que nos
íbamos para un dichoso retiro que era requisito para confirmarse. ¡Qué remedio! Al menos saldría un rato de aquella realidad tan
horrible. Para ese momento mi única esperanza, lo único que le daba
sentido a seguir viviendo era la chiquilla que tanto me gustaba de la
Confirmación y la esperanza de que, tal vez, podría lograr algo con
ella en ese fin de semana. Cuando llegué del cole al bus que nos
llevaría al antiguo Colegio Saint Claire (ahora U Católica, en
Moravia), le pedí a mi “compa” más cercano de la confirma que
se sentara a la par mía pero que cuando la viera “a ella” se
fuera. Así lo hizo, solo que “ella” se sentó justo atrás...
con otro compañero que tenía como 5 años más que yo y que hasta
ese momento me caía bastante mal.
Lo que pasó en el viaje desde La
Agonía hasta el lugar del retiro fue lo más parecido a una broma
macabra. El chofer se perdió en el camino y la tarde se hizo noche.
Y desde los asientos detrás de mí se empezaron a oir risitas y
sonidos de besos... sobraba decir que yo me sentía verdaderamente
mal, ya sin ganas de nada, solo de llorar y de terminar esto cuanto
antes. Al llegar al Saint Claire yo solo quería que se acabara “esa
estupidez” llamada retiro y que pudiera devolverme a mi casa, ahora
sí, a matarme. Estaba clarísimo que oficialmente mi existencia no tenía
razón de ser. Me sentía engañado por mí mismo, humillado por mi
propia estupidez y en el fondo de un pozo muy profundo del que ya no
iba a poder salir más.
Recuerdo que ese viernes nos recibieron
con un montón de globos rojos pegados en las paredes y cada uno tenía
una cita bíblica para nosotros y que, redactando estas
líneas, me acabo de dar cuenta que perdí... pero decía algo así
como que “Yo te tengo en mis manos”. Ni le puse atención, no
estaba para “panderetadas” y lo guardé en la bolsa del pantalón.
Terminó ese trágico día y vendría EL 22 de agosto.
Era sábado en la mañana. Llamé a mi casa
(cosa en teoría prohibida) para hacerle saber a mi mamá cuánto
quería salir de ahí. A la pobre aquello por supuesto que la
desanimó, porque estaba haciendo mucha oración por mí como para darse cuenta que no estaba funcionando. Por otra parte, no era nada
lindo ver a la chiquilla que tanto me había hecho suspirar, para
arriba y para abajo con su nuevo amiguito. Y aunque yo trataba de
aparentar que estaba bien, pues por dentro iba la procesión.
El retiro (para los que ya han estado
en uno) era kerigmático y hecho por la Renovación Carismática, de
la cual no sabía nada hasta ese momento. Hay una secuencia temática
que sigue, algo así como el pecado, el perdón, la reconciliación,
el amor de Dios etc. En la tarde, un padre, para mí un santo, llamado Rodrigo y
redentorista de mi parroquia, fue a darnos una charla del perdón,
bonita sí, pero para mí hasta ahí. Cuando me dí cuenta, otra de
mis compañeras de grupo de Confirmación estaba llorando sobre mi
hombro. Alguna cosa para motivarla le habré dicho en ese momento (sí, el diablo
vendiendo escapularios) y como que "le llegó". Me abrazó y me
agradeció por hacerle entender que ella era más que el problema por
el que estaba pasando. Eso me sorprendió porque fue como descubrir
que yo todavía servía para algo. En fin... una pausa en la caída.
Y cayó el atardecer de ese 22 de
agosto de 1998. Recuerdo que en las charlas solo estaba callado, ni
prestando atención a lo que decían quienes estaban encargados de
los temas. En ese momento un señor de colochos, flaco y alto, estaba
hablando de la reconciliación. Empezó a lo que los carismáticos
llaman “hablar en lenguas” (en lo cual personalmente creo aunque
también pienso que algunos lo payasean al punto de quitarle su
verdadera profundidad). En medio de todo, él nos invitó a que nos
diéramos un abrazo de paz, como se hace en las misas. Así lo
hicimos mis compañeros y yo, que estábamos sentados en la misma
banca. En eso, una compañera tuvo la feliz idea de decir “ey vamos
a darle la paz a doña Martha (la catequista)”.
Fuimos, doña Martha estaba atrás del
gran salón. Serían como las 6 de la tarde. Para mi sorpresa, las
primeras compañeras que daban el abrazo de paz a doña Martha hablaban con
ella y lloraban como desconsoladas. Eso me pareció MUY raro aunque
supuse que algún problema tendrían y que ella les decía algo para
consolarlas....
En fin, llegó mi turno. Y lo que pasó
se los cuento tal y como lo recuerdo. Yo nada más dije: "La paz doña Mar..." y no pude terminar. Doña Martha me abrazó y me
dijo “Pablito, Dios te ama, a Él no le importa que seas flaco,
blanco, con el pelo hecho un desastre, no le importa lo que otros
hayan dicho, eres valioso para Él”. Al mismo tiempo que ella me
decía todo eso, yo empecé a llorar mucho, tanto como jamás lo
había hecho... pero lo raro es que no era un llanto de tristeza,
sino de alegría. Y a la vez, sentía como un amor (EL AMOR) que me
llenaba el alma. Y en medio de la felicidad incomparable que sentía,
de aquél éxtasis, yo no entendía un carajo qué ocurría. Era como
si me hubieran dado un shock pero de amor, de cariño, de
comprensión, ese abrazo que tanto había buscado. Cuánto tiempo
duró aquello, sería mentirles si les digo. Para mí fue como de
varios minutos aunque posiblemente solo tardó unos segundos. En ese
momento también se me vino a la mente el cuadro del “Señor confío
en Tí” con el que me había peleado exactamente una semana
atrás... y aún seguía sin comprender.
Cuando por fin solté a doña Martha mi
mente solo daba tumbos. Me pregunté a mí mismo cómo era posible
que esa señora, esa catequista, que me aburría sábado a sábado,
por buena gente que fuera supiera todas esas cosas de mí, conociera
todos mis complejos y mi falta de autoestima, cosas que ni mis papás sabían. Y ¿qué era aquél
sentimiento de alegría y amor que percibía? No entendía. Y justo
en ese momento sentí una voz no física que me dijo en mi alma “Pablo,
el que te habló no fue Martha... fui YO”. No les miento, juro que
ese YO lo ví en mayúsculas, negrita y subrayado. ¡No podía creer
que fuera el mismo Dios el que había hecho todo eso! ¡Dios me había
respondido! Y ahí volví a llorar, de nuevo de la alegría. No tuve
chance de sentirme indigno No me dejó pedirle perdón por lo dicho.
Simplemente me dio su amor.
Fue entonces cuando me hizo entender
muchas cosas: por qué la gente lo alababa o lo adoraba, que era por
agradecimiento a Su amor. Sacó de mí muchas tonteras que la Nueva
Era me había metido en la cabeza (estuve muy interesado en ese tema
al empezar mi adolescencia) y en fin, me seguía hablando al corazón,
diciéndome lo importante que yo era y que de ahora en adelante todo
sería diferente. Todo eso pasaba mientras la charla continuaba, pero
yo solo recuerdo estar viendo el piso, sentado en la banca, sin decir
nada y todavía lagrimeando. Había tenido un Encuentro Personal con
Cristo.
Varias cosas me sorprendieron
instantáneamente: primero, que Dios SIEMPRE estuvo ahí. Segundo,
que NUNCA me abandonó. Tercero, que Dios está mucho más cerca y
dispuesto de lo que uno cree, que es cuestión de llamarlo y Él
responde (cosa que desgraciadamente tiendo a olvidar). Además me
dejó perplejo lo misericordioso que es, que está ahí, simplemente,
esperando para amarnos y perdonarnos sin darnos tiempo.
Cuando pasó ese rato tocó ir a la
cena. Había perdido el equilibrio y no podía caminar sin la ayuda
de mis compañeros. No tengo motivos para exagerar esto, así
ocurrió. Me da risa acordarme de verme enrollar los macarrones. La mano me temblaba. Pero no me importaba, porque una
alegría, una felicidad, un amor que no se apagaba había llegado y
se quedaría ahí por muchas semanas más.
Lo que terminó de pasar esa noche ya
va más en lo anecdótico. Hubo una oración llamada “de sanación”
en la que doña Martha (ahora pasada a ser una especie de Mujer
Maravilla) decía “El Señor está curando a fulanita de tal de una
herida porque su mamá quiso abortarla de bebé” y la chavala que
estaba detrás mío rompía a llorar y a gritar. O si no, “Dios
está curando de la drogadicción a fulanito de tal” y por allá
alguien también sacaba el violín. Esa noche me dí cuenta de las
cosas enormes que Dios puede hacer cuando el ser humano le abre el
corazón. Y ¿cómo no? Yo era el vivo ejemplo.
Aquella noche fue LA fiesta. Dimos
“serenata” a nuestras compañeras, corríamos sin camisa por todo
el Saint Claire, nos reíamos y para mí era evidente que yo no era
el único que había tenido una experiencia espiritual única. Ya
para mí no era problema exhibir mi blancura o flacura... daba igual,
Dios me amaba. Y desde entonces, ese pasó a ser mi mejor antídoto
para hacerme inmune a las burlas, chotas o críticas.
El domingo fue un día full Espíritu
Santo, lo cual además coincidía con el año 98, dedicado a la
Tercera Persona de la Santísima Trinidad. Recuerdo que la mañana de
ese día, de ese 23 de agosto, nos levantaron temprano y nos mandaron
a hacer oración en el bosque que tenía el Saint Claire. La mañana
de aquél día había comenzado y el sol que había, rodeado de una
espesa neblina, me decía que ya mi vida no sería igual, que todo
había cambiado, que todo era nuevo. Yo feliz de tener mi nuevo
Amigo, el que nunca me iba a fallar ni a dejar.
Ese domingo fue más que bueno, fue
excelente. Era mi Pascua personal, con Vigilia de Resurrección
incluida. Reí, jugué, gocé, saqué el jugo de las charlas como
nunca, me sentía nuevo, diferente, especial. Cantábamos en el bus
de vuelta a Alajuela y creo que todos estábamos en la misma
sintonía. El “pandereta” que tanto había criticado antes ahora era
yo. Y al llegar a mi hermosa Agonía puedo decirles que nunca vi ese templo tan lindo. aunque estoy seguro que solo tenía unos cuantos arreglos florales,
pero para mí era como si hubieran gastado una millonada en
arreglarla, porque se veía preciosa. Con solo entrar, otra vez las
lágrimas de alegría. Después mi mamá me contó que, al verme
llorar a la entrada de la misa de recibimiento, ella se asustó mucho
porque pensó que el retiro “no había funcionado”. Mi tío, que
estaba a la par de ella, le dijo “no se asuste, a ese mae Alguien
le pegó un mazazo”. Y así había sido.
Nunca le puse ni le saqué tanto
provecho a una misa como a ESA misa. La homilía del padre
simplemente era fenomenal y todo, todo para mí tenía un nuevo
sentido y razón de ser. Es muy diferente cuando uno va a misa
entendiendo en su corazón lo maravilloso que es Dios y el
significado tan genial de cada una de sus partes. Sobra decir que al
llegar a mi casa le conté todo a mi familia. No sé si me creyeron o
no, pero estaban muy contentos de verme de nuevo contento.
Al día siguiente supongo que mis
compañeros de sección estaban asustados o extrañados de ver al
Pablo que llegaba. Feliz, sonriente, seguro de sí mismo, ya sin
importarle lo que pensaran o no. Había una verdad que nadie me iba a
arrebatar: Dios me amaba así como yo era, y por otra parte, no
necesitaba de la aprobación de nadie más que de Él. Si el que creó
el cielo y la tierra me chineaba tanto, ¿por qué me iba a preocupar
de lo que los otros creyeran de mí? Solo recuerdo que dos
compañeras, que sí estaban en esto, me regalaron una frase de San
Pablo que desde entonces tomé como escudo y camino “Ya no vivo yo,
es Cristo quien vive en mí”. Ejemplificaba demasiado bien lo que
estaba viviendo.
No les miento cuando digo que aquella
alegría en mi corazón me duró como mes y medio. Me levantaba y ahí
estaba, me acostaba y ahí seguía. Tan “serio” fue el asunto que
tuve que pedirle a Dios que !me dejara en paz” un rato con su
alegría porque si no, no iba a poder estudiar para los exámenes de
noveno año. Pero eso sí, que volviera luego. Cumplió a medias.
Par de meses después me acordé que no
había visto cuál fue el día exacto de mi Encuentro Personal con
Cristo. Revisando los papeles que me escribieron mis compañeros de
Confirmación me dí cuenta que fue el 22 de agosto. Y cuando quise
saber a qué “santo” tenía que agradecerle su intercesión ese
día, la respuesta fue tan obvia como sorprendente: el 22 de agosto
es día de María Reina. Era obvio que la Madre, a quien tanto había
recurrido sintiéndome lejos, había hecho “su trabajo” para
acercarme a Jesús, como en las bodas de Canaan.
Y cuando aquella "contentera" pasó, que
yo tenía muy claro que iba a pasar, todo lo que quedó en mí fue un
“esto no puede quedarse aquí” y comenzó el largo camino de
seguir a Cristo, de luchar la batalla y correr la carrera de San Pablo.
Aprendí que mis amigos más amigos los haría en la parroquia,
porque ellos también vivieron algo parecido a lo que yo viví. Son
mis compañeros de batalla, y aunque muchos de ellos no estén ya
ahí, estoy seguro que la espina seguirá metida.
Fui catequista al año siguiente,
porque me urgía que la gente tuviera la misma oportunidad de conocer
el amor de Dios como yo la tuve. Luego, para el año 2000 empecé con
la Pastoral Juvenil y viví intensamente mis años de adolescencia y
juventud, en una fiesta diferente a la que muchos escogen, pero
siendo simplemente feliz.
Para terminar este relato, el más
largo que he escrito para mi blog, quiero simplemente hacerles saber
un par de cosas: número uno, que me encantaría que la gente supiera
que “Dios te ama” es más que una frase pandereta escrita en un
bus viejo. Que Él está ahí, solo esperando a que abramos el
corazón. Que si nos pasan cosas negativas no es porque a Dios no le
importemos, sino porque tienen una razón de ser en medio de nuestra
vida. Que el amor de Dios no es una teoría, no es un curso que se
pueda llevar y pasar, es una experiencia de un ser vivo, que nos
depasa y nos rebasa, y que sin embargo, es mucho más simple de lo
que podríamos imaginar.
Es por eso que no creo en la gente que
ve al cristianismo como una religión de gente perfecta o correcta,
restringida solo aquellos llamados “justos”. Tampoco creo en la
exclusión porque tengo claro que Dios no excluye, Él se limita a
amarnos a todos por igual, porque todos somos Sus Hijos. No conozco
otro Dios que no sea ese, y si no lo conozco es porque no existe otro
Dios que no sea el Amor mismo.
Lamento si todo esto les ha parecido
muy “cursi”, pero la dualidad Dios = Amor es así. Dicen los
filósofos que las verdades absolutas no existen, pero yo les puedo
garantizar que el amor de Dios es una verdad que está ahí. Lo podés
cuestionar, podés dudar de Él, podés incluso negarlo... que su
amor para vos permanece. Es un amor loco, totalmente diferente al
amor humano, porque no espera nada, no es egoísta ni busca su propio
beneficio, como decia de nuevo mi Tocayo el grande en la primera
carta a los Corintios.
Si Dios esperara a que diéramos el
primer paso para amarnos estaríamos seriamente perdidos. Dios ama
porque, como dice Martín Valverde, le da la gana amar. Y si a todo
esto le buscás explicación, pues vas a perder el tiempo, porque
tratar de entender el amor de Dios es tratar de entender a Dios
mismo, lo cual es humanamente imposible y tal vez lo logremos cuando
lo tengamos frente a frente, luego de esta vida física.
Si lo has vivido, me entenderás. Si no
lo has vivido pero creés, el simple “secreto” es abrir el
corazón. Si no creés en nada pero llegaste hasta aquí leyendo,
felicidades, ¡qué aguante! Y da igual, ojalá te haya servido para
reflexionar.
Esta es mi fe, una fe que me invita a
no quedarme nada más en lo espiritual. Tengo muy claro que Dios
quiere justicia aquí en la tierra, que quiere una Iglesia renovada,
“pobre para los pobres” como diría el amadísimo papa Francisco.
Una Iglesia que predique con el ejemplo y luego con la palabra, que
sea misericordiosa, como espejo del Dios que dice servir. La
construcción del Reino de Dios es mi tarea y eso pasa por la ardua
labor de evangelizar a con un Dios cercano, simple, que escucha y que
es capaz de perdonar la peor estupidez que hayamos cometido.
15 años ya desde aquel 22 de agosto y contando. Y aunque el recuerdo se va haciendo más y más viejo,
sigue ahí tan vigente como para alimentar mi vida y mis ilusiones.
Dios me puso a soñar, me llevó a Francia, me trajo de allá y no
tengo muy claro qué pretende hacer con mi vida. Solo sé que estoy
en sus manos y que no puedo pensar en un lugar mejor para mí.
Para no perder la costumbre, les dejo la canción que mejor relata cómo es ese momento del EPC. El cantante es Daniel Poli y la pieza se llama "Cuando uno se encuentra con Dios". Qué nombre tan apropiado ¿no?
10 comentarios:
Que Dios te siga bendiciendo y que ese amor crezca cada día, bendiciones
Marcela
Wow... Simplemente no pude evitar leer entre lágrimas.
En mi caso, hubo un 1 de febrero que le dio un rumbo distinto a mi vida. Y la verdad es que cuando uno se encuentra cara a cara con El, ya nada es igual. Desde entonces, El ha sido mi todo!!
Saludos
Mi cumpleaños es el 15 de agosto... :) A.
Gracias Heidy, gracias Marcela y gracias A. (me gustaría saber quién sos). Realmente lindo saber que hubo gente que se leyó todo eso... espero algo haya servido! Y sí Heidy, es un antes y un después para ls que hemos tenido este tipo de encuentros...
Saludos.
Gracias Heidy, gracias Marcela y gracias A. (me gustaría saber quién sos). Realmente lindo saber que hubo gente que se leyó todo eso... espero algo haya servido! Y sí Heidy, es un antes y un después para ls que hemos tenido este tipo de encuentros...
Saludos.
Gracias Pablo por traer a mi memoria momentos que había olvidado. Se me retuerce el corazón. Además Dios me regaló en esa época un amigo importante con el que algún día me voy a tomar un chocolate viendo la torre Eiffel
Hasta ahora lo leo. Me impresiono. Dios ha hecho grandes cosas en todos y en otros aún más.
Gracias Manido por compartir este testimonio! Al fin lo pude leer completo.. Un abrazo sin duda una redacción muy delicada con tus sus detalles. Seguí por más!!
Manido*
Gracias Pablo por este relato, gracias por compartirlo, entiendo perfectamente muchas cosas que viviste, y que esa certeza de que Dios nos ama, nunca se debilite, y que sigas contagiando a muchas más personas para que se acerquen a Dios.
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