Una pequeña semilla de mostaza puede
llegar a crecer como un frondoso árbol, de modo que los pájaros
lleguen a anidar en sus ramas y que dé suficiente sombra para servir
de reposo a las bestias y seres humanos que descansen bajo su
follaje.
Esa comparación evidentemente no es
mía, es de Jesús de Nazareth, aquél “hippie” de Galilea que
llegó a complicarle la vida a los escribas, fariseos, saduceos...
¡maestros de la ley! A toda aquella clase dominante en el inicio de
la era cristiana... Jesús (mejor conocido como Nuestro Señor para
quienes así lo reconocemos desde el cristianismo) fue un
revolucionario humilde, el más importante, el que desde un pueblo
que no valía absolutamente nada en la época cambió la historia del
mundo con un mensaje tan subversivo ayer como hoy: amar al prójimo
como lo hacemos con nosotros mismos.
Ese “mechudo – chancletudo” (Dios
sabe que se lo digo con todo cariño y sin el más mínimo irrespeto)
puso de cabeza al mundo. Y prueba de Su resurrección es que, 2000
años después, lo sigue haciendo. Curiosamente, poco más de mil
años después, otro revolucionario aparece en medio del paisaje más
hermoso que este quien les escribe ha visto en su vida: Assisi, en la
Umbria italiana, una montañita ubicada en medio de otras, donde la
naturaleza tiene su propio encanto y donde la paz y el bien se
respiran por doquier. Fue en este marco donde otro loco decidió
dejar las riquezas, la fama y el poder que le hubiese heredado su
familia... y diciendo que oía una voz que venía de una pintura del
Crucifijo de San Damián, empezó a juntar piedras para reconstruir
una pequeña iglesia en ruinas.
Ese nuevo “hippie”, inspirado por
el otro que le antecedió, no tardó mucho en entender que la
reconstrucción de la que le hablaba Cristo no era para un templo
físico sino para la institución que Él ideó. Y así fue a
hablar con el Papa de la época, andrajoso, quizá maloliente, pero
con corazón humilde. San Francisco logró así abofetear a la
Iglesia de la época, que prefería la ostentación, el poder y la
riqueza al Evangelio. Una Iglesia equivocada. Pero el Espíritu
Santo, que por más trancazos que nos hemos llevado en dos milenios
no nos suelta, permitió que aquel chiquitín (medía como 1,40m)
fuera la nueva semilla de mostaza y hoy la orden franciscana se
cuente como una de las más importanes y numerosas del mundo.
Finalmente, casi mil años después del
desquiciado de Asís, llega del sur de América alguien con el que
nadie contaba. Un tipo que parece sacado de un cuento. A Jorge Mario
Bergoglio las casas de apuestas creo que no le daban ni el 10000 a 1
en sus pronósticos antes del cónclave. El cardenal bonaerense
estaba listo para llegar a la Capilla Sixtina, votar y volver a su
pequeño cuarto y su vida rutinaria. Pero no, Dios tenía otra cosa
pensada y los cardenales decidieron con la iluminación de lo alto
colocarle las vestimentas blancas para nombrarlo líder y guía de la
Iglesia Católica. Para serles sincero, yo tenía un muy buen
“presentimiento” sobre el resultado de este cónclave. Yo sabía
que, quien saliera, sería un buen pastor para nosotros los fieles.
Pero jamás, jamás, me hubiera imaginado tantos signos bellos y
evidentes como los que el Papa nos ha regalado en menos de 48 horas
de ser sumo pontífice.
Empecemos por el principio. Creo que lo
había hablado con mis amigos más cercanos, barajando los nombres que
podía tomar el nuevo papa y que serían muy significativos. Uno de
los que en algún momento sonó fue “Francisco”... o lo que sería
igual, un humilde reformista, que con amor y decisión devolviera a
la Iglesia a sus orígenes... pero era demasiado genial para poder
ser cierto. Pues cuál va siendo mi sorpresa cuando, en la muy
enredada traducción de CNN en español, entendí después de la
fórmula de presentación el nombre “Franciscum”. Y me rehusaba a
creerlo. ¡Un papa que se llame Francisco! ¡No podía ser! Pero
igual, mi mente siempre cautelosa le dice a mi alma jubilosa “tenga
paz” y a ver cuánto de imitador de “San Chico” podía tener
este nuevo hombre. Pues no me tomó mucho tiempo el averiguarlo:
verlo salir por la logia de la Basílica de San Pedro, con sus manos
hacia abajo, con una cara más de temor, timidez y alegría que de
soberbia y vanidad. ¡Y todavía no había terminado! Antes de dar la
bendición “urbi et orbi”, el primer papa americano, el primero
jesuita, le ruega a la grey congregada en la Plaza de San Pedro hacer
una oración por él mientras agacha la cabeza en señal de respeto y
de cierta sumisión hacia el cuerpo de Cristo, la verdadera Iglesia.
Si no lloré fue porque estaba en la sala de redacción y tenía que
estar concentrado en transmitir la información de la forma más
clara posible, pero mi espíritu se conmovió como hace mucho tiempo no lo
hacía (desde, curiosamente, mi visita a Asís en abril del 2011).
Y
después de recuperarme de esos dos detallitos, comienzo a buscar
información del tal Bergoglio en Internet. Ya lo conocía, yo sabía
que era el cardenal de Buenos Aires... pero ¡nada más! No sabía
que pertenecía a la Compañía de Jesús, menos que había sido uno
de los que puso a moverse a una de las arquidiócesis más
conservadoras de América Latina y el hecho de que fuera su propio
chef, que viajara con el resto de mortales en el metro bonaerense,
que viviera en ese pequeño cuartito, negándose a una cómoda
habitación del Palacio Arzobispal... creo que fue ahí cuando me dí
cuenta que la elección del nombre no había sido casualidad. El
nuevo papa nos estaba diciendo que quería seguir las huellas del
loco de Asís, y no solo en humildad: el solo hecho de escoger un
nombre que nunca se había usado, de ser nombrado pontífice desde el
Continente de la Esperanza, de sentirse siempre “uno más” entre
los feligreses son signos de cambio, de renovación... ¡Dios! Todo calzaba. Y todo calza más aún. Quizá
es temprano para atreverse a decir que este Francisco será otro
reformista, pero ¡apunta hacia ello!
Y uno sabe que un papa debería ser el
primer servidor, pero cómo les ha costado a los pastores de la
Iglesia quitarse esa etiqueta de pseudo rey y entender su papel
dentro de este asunto: el mismo que daba el Concilio Vaticano II hace
ya 50 años: el de confirmadores en la fe, sucesores de Pedro, pero que como el pescador de Cafarnaum tendrían que morir con su
pueblo devorado por leones o crucificado si es del caso.
De pronto y las supuestas profecías de
San Malaquías no están tan equivocadas y este “Petrus Romanus”
es el último pontífice de una forma de hacer Iglesia y es el
primero de otra. Perdón si me aventuro mucho pero es que lo que he
visto en tan poco tiempo le llena de ilusión a cualquiera: pedirle a
sus compatriotas que no viajen a Roma para ver su consagración como
obispo de esa diócesis y más bien destinar ese dinero a los pobres.
Sus palabras en los videos de Cáritas cuando estaba en Argentina, su foto en el bus con el resto de cardenales, como “uno más”, su
fuerza y sencillez (a cual más grande) en la homilía de este
jueves... ¡en fin! Un papa como Dios manda, uno que es capaz de
hacer reconocer a ateos y protestantes que estamos ante un hombre
poco común, uno humilde, uno que predica con el ejemplo, y Cristo
sabe cuánto los católicos hemos rogado por alguien así. No digo
que los otros papas en la historia no hayan sido del todo humildes,
pero ya era hora de ver a alguien tomar la sencillez del carpintero
de Jerusalén y aplicarla en el puesto más alto de la jerarquía
católica: uno al que no le tiemblen las manos para lavarle los pies
a los demás.
¿Qué seguirá con Francisco? Mi
corazón tiene varias expectativas pero prefiero aguantarme un poco.
Hay que dejarlo ser papa, terminar de hacer una limpieza profunda en
la Curia vaticana (que buena falta le hacía), seguir los pasos de
Benedicto XVI (a quien cada día quiero más) y terminar de extirpar a la Iglesia de escándalos de pedofilia y pecados ocultos. Y lo más importante de
todo, encontrar esa fórmula escurridiza para hacerle entender al
mundo que Dios, con todos los pecados que existen, todavía lo ama. Y
a la Iglesia, su Iglesia, que es la llamada a llevar ese mensaje a
quienes todavía no lo conocen... o peor aún, no lo han vivido.
Católicos: ¡estemos felices! Hace
días lo vengo diciendo: se avecinan los mejores tiempos que nuestra
fe haya vivido, tal vez en su historia. No digo que la persecusión
se detenga y seamos todos felices. Al contrario, estoy seguro que los anticatólicos ya están buscando "el pelo en la sopa" de Francisco, también podríamos ser
golpeados con más fuerza, pero ese Espíritu Santo que ungió a
Monseñor Bergoglio como sucesor de Cefas seguirá con su Iglesia. De
por sí, estábamos advertidos: “y las puertas del infierno no
prevalecerán sobre ella”.
¡Viva el Papa! ¡Viva Francisco! Dios
tenga todavía más compasión y nos lo regale por muchos, muchos
años más. Y ojalá tenga el "efecto semilla de mostaza" que tuvieron esos dos revolucionarios descritos en este post.
Los dejo con su primera homilía: tan sencilla y directa como magistral:
Los dejo con su primera homilía: tan sencilla y directa como magistral:
2 comentarios:
Enhorabuena Pablo. De nuevo los pelos de punta. Te expresas de maravilla
un MILLar de abrazos ;)
Una fiel lectora tuya.
Ehhh muchas gracias... esa "fiel lectora mía" no vendrá por casualidad del otro lado del atlántico???
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