Me atormenta la idea de que una muchacha de tan corta edad y
con tanta humildad, esfuerzo, sinceridad y valentía, desaparezca de este mundo
en términos de segundos. Casi diría que no es justo.

A Saray la recuerdo muy callada, pero no por eso
desinteresada o poco participativa. Le gustaba poner atención y en sus trabajos
había un evidente esfuerzo por hacer las cosas bien. No fue una de las que
llegaba a calentar el campo y solo preguntaba si tenía una interrogante
retadora para su “profe”, como ella me decía. Eso sí, no era tacaña para dar su
sonrisa dulce y mirada tierna. Realmente, como ustedes pueden ver, dejó huella
en mi memoria y en la de los otros estudiantes.
Cuando Nicole, otra de mis exalumnas, me mandó un mensaje para decirme que era Saray
quien había fallecido el pasado miércoles en la noche, simplemente no lo quise
creer. Quería aferrarme a la idea de que había sido una estudiante de medicina,
como varios medios lo informaron (mal, para variar). Al final, la rectificación
en un par de sitios web me terminó de echar un balde de agua fría. Era ella, la
misma sonrisa, los mismos ojos…
Ya de por sí era horrible la sensación de saber que una
estudiante de la UCR había fallecido en la acera de ese semáforo, que tantas
veces usamos todos los que hemos estudiado y trabajado en la U para pasar al
otro lado de la carretera de circunvalación frente a Derecho. Pero el saber que
se trataba de una persona que inspiraba cariño y sencillez, que la había visto
el semestre pasado todos los martes en la tarde, durante tres horas, me golpeó
al punto de que aún hoy domingo 30 de octubre, al escribir estas líneas, no
salgo del dolor y del estupor. Saray ya no está con nosotros. Se fue al cielo a
vivir con ese Dios que ella, desde sus tiendas, adoraba y servía.
Y uno se pregunta, muy humanamente, "¿por qué?" Misma pregunta
que se hacen familiares y amigos de tantos costarricenses que mueren al año
víctimas de un asesinato o de un accidente de tránsito. Y obviamente, los que
creemos, levantamos la vista a Dios y hasta lo queremos responsabilizar a veces
de lo ocurrido… como si Dios estuviera jugando desde arriba con nosotros como
marionetas. La verdad es que Él no quiere que estas cosas pasen, estoy seguro,
pero parte de la libertad que nos dio involucra acabar con su creación o ser
acabados por ella. Y eso incluye, también, morir o matar.
![]() |
Saray formó parte del Programa de Voluntariado de la UCR |
La primera y más evidente: conducir con precaución. Manejar
con el tiempo se vuelve casi un asunto instintivo y hasta automático. Y aunque
nunca he cometido una irresponsabilidad tan grande como la del tipo que chocó y
luego cayó con su carro encima de Saray y su amigo, no voy a jugar de santo inmaculado; y
sí, en algún momento he acelerado para alcanzar el semáforo antes de que se
ponga en rojo. En general, si la circunstancia me duele, debo hacer todo lo
posible por no ocasionarle un sufrimiento similar a nadie (lo cual incluye
también no ser yo la víctima producto de una imprudencia propia).
La segunda, y tal vez la más importante: nadie tiene su vida
asegurada. No sabemos cuándo nos van a venir a buscar. La muerte es parte de la
vida y puede darse en cualquier momento. Como dato curioso, Saray me contactó por
Whatsapp hace 15 días para saber detalles del proceso de contratación en la U.
Me alegró mucho saber que ya estaba con la tesis y que vivía de nuevo en Limón.
Y, de pronto, su vida en este mundo se apagó. Eso lleva a que uno mismo se
cuestione: ¿Si muriera mañana, habré vivido como yo quise? ¿Habré hecho el bien
que quería? ¿Habré amado como mucha gente lo mereció? ¿Habré disfrutado de la
vida? ¿Habré dado demasiada importancia a cosas realmente superfluas? No me
cabe duda de que dedicamos demasiado tiempo en nuestra vida a temas que, la
verdad, son totalmente prescindibles. Se nos va la existencia pensando en
tener, en usar, en gastar, en invertir… pero qué poco usamos para vivir. La
maldita posmodernidad y el afán del éxito individual que nos hace sentir dioses
son los responsables.

Y, en la fe, Saray me dejó la lección de que debemos estar
preparados para cuando nos llamen al encuentro definitivo con Cristo. Aunque no
compartiéramos la misma religión (yo católico, ella evangélica), era evidente
su pasión por Dios. Dejó de hacer en una ocasión un trabajo por una actividad
religiosa. Muchos universitarios verían esto como una imprudencia o incluso vagabundería.
Yo creo que ella sabía perfectamente dónde estaba su tesoro. Eso me reconforta
bastante para imaginar que Saray no solo no dejó de existir, sino que está con
quien le daba sentido a su existencia.
Así que, ya ven, Saray y su trágica muerte, con poquito me
enseñaron mucho. Queda en mí y también en usted ver qué echa para su saco.
Descansá en paz, mi estimada. Nos volveremos a ver, algún
día… o al menos eso espero yo. Con todo el corazón y el dolor de tu partida, tu
“profe”.
Mucha fuerza a sus familiares y amigos, que si yo lo he sufrido, no imagino cuánto más ellos que realmente la conocieron y la amaron.
Mucha fuerza a sus familiares y amigos, que si yo lo he sufrido, no imagino cuánto más ellos que realmente la conocieron y la amaron.