miércoles, 28 de octubre de 2009

Un puente llamado Costa Rica


La analogía es más que clara. Sin un buen mantenimiento durante décadas, soportó antiguas estructuras que no fueron reemplazadas. Componentes maltratados y abusados por años y años, víctimas de la negligencia de sus encargados y supervisores, los dos cayeron. Los viejos soportes no resistieron y ambos se vinieron al vacío.


Es evidente que me refiero al tristemente famoso puente del Tárcoles… y de nuestro país. El puente no es más que una pequeña muestra, un microcosmos de nuestra realidad nacional. Realidad que aún desde lejos no puedo dejar de seguir, porque, para bendición o maldición, el tico nunca deja de amar a su tierra.


La reacción inmediata es buscar a los culpables y crear soluciones para que nuevas caídas se repitan. Aparecen de primero los que están primero. No es redundancia, así lo dicta la democracia. El gobierno es quien debe dar explicaciones antes que cualquier otra persona… o dejar el puesto. Sin embargo, ¿quién exige a estos señores eficiencia y prontitud? Desgraciadamente, la respuesta no es el pueblo.


No es que quiera excusar al gobierno de los Arias de tanta mediocridad, chorizo, abuso e hipocresía. Pero es que mi sociedad da tanta lástima y miedo como el estado del viejo puente sobre el Tárcoles. Llena de problemas y daños, se conforma con remiendos cada cuatro años sin que a nadie se le pase por la mente exigir calidad a quienes están a cargo.


Al tico le encanta vivir “raspando la olla”, revolcarse en su mediocridad, tener plata en la billetera (aunque le deba la vida al banco), celular en la bolsa, poder ir de compras (por lo menos a Mi Pequeño Mundo), ver y leer la basura que ofrecen los medios, “tirarse” las mejengas los domingos y por supuesto, la birra de cada fiesta.


“Con una sociedad así no cuesta hacer chanchuyos”, parafraseando una frase muy diferente dicha por Monseñor Oscar Arnulfo Romero (“con un pueblo así, no cuesta ser obispo”). Lo siento y lo lloro, pero los primeros culpables somos nosotros mismos y nuestra mentalidad de tercer mundo, el valeverguismo, el “port’amí” y la ley del mínimo esfuerzo.


Francia está muy lejos de ser el paraíso perdido. Es increíble que aquí en los bancos haya que sacar citas a veces de 3 ó 4 días para abrir una cuenta. Los trámites burocráticos pueden ser más engorrosos que en Tiquicia. Y la ineficiencia alcanza en algunos casos a la empresa privada. Pero si hay algo que le admiro a los galos es su temple para reclamar, su insistencia histórica.


Hace unas tres semanas, Jean Sarkozy, el hijo de Nicolas Sarkozy, fue propuesto como presidente del Establecimiento Público de Planificación de la Defensa (EPAD en francés). La respuesta de la mayoría del pueblo fue inmediata y contundente: NO. Aquí no se toleraría el nepotismo. Y hubo muchos que alzaron la voz y dijeron que el gobierno francés manejaba las cosas como un país subdesarrollado, que parecía una república bananera (para mi sonrojo y vergüenza, recordaba que el ministro de la Presidencia en la “Costa Rican Banana Republic” es el hermano del presidente). Twitter, los blogs, varios medios y otros sitios de Internet se convirtieron en trincheras. ¿El resultado? El mocoso de 23 años tuvo que ceder – al igual que su tata – y hasta ahí quedó el asunto.


¿Por qué los aburro con esto? Porque estos días he recordado que a todos nos agarró tarde para reaccionar. Si queríamos hacer valer nuestra constitución, debimos habernos tirado a las calles en el 2004, cuando la Sala IV admitió la reelección de ese señor que ahora es presidente con un fallo inconstitucional. Nunca supimos tampoco qué pasó con el último corte del Tribunal Supremo de Elecciones durante la mañana del lunes 6 de febrero del 2006… ya es mejor no saberlo para no llevarnos colerones.


Si en algo estoy de acuerdo con los últimos gobiernos es que todos les echan la culpa a los anteriores de los males del país. ¡Bola de inútiles! Ninguno ha podido hacer algo decente y rescatable por el país… pero de nuevo, es el mismo pueblo el primer responsable, un pueblo permisivo, de doble cara.


Este domingo, un cura al cual considero mi amigo me envió su infaltable comentario dominical. Él contaba que se encontró en Roma con un viejo conocido al cuál le preguntó por qué los italianos se aguantaban la doble moral, la corrupción y el descaro de Berlusconi. “en el fondo hay muchos italianos que querrían vivir el mismo grado de corrupción de sus gobernantes” dijo el compa. La respuesta es 100% adaptable a nuestro país.


Ya estoy harto de “ahijadas presidenciales” que quieren convertir la democracia en una dinastía, de avionetazos, de minas a cielo abierto, de insultos del presidente a la Constitución y de platinas que no se arreglan. Estoy cansado de chorizos ambientales, inmobiliarios, memorandos soberbios y antidemocráticos, de tratados de libre comercio que van a acabar con el estado solidario y de partidos de oposición complacientes e inactivos, con políticos desgastados o aprovechados que no atraen porque su discurso es incongruente con sus acciones.


Me putean los ministros bocones que abren el hocico para luego no decir nada, los gobiernos que se solidarizan con pueblos afectados por desastres naturales pero al final no les dan dinero para levantarse. Me agüevan los bloqueos, los sindicalistas egoístas que andan buscando cómo sacan provecho de su desproporcionado poder, la policía corrupta que le sigue el juego al narco, los pescadores que cambiaron el pescado por la droga.


Me da pereza un país que se auto paraliza con presas todas las mañanas, un sistema de transporte público ineficiente y trasnochado, calles llenas de delincuentes que se encuentran representados en todos los estratos sociales, una jerarquía eclesiástica que sigue soñando con privilegios en lugar de dirigir su mirada donde manda el Evangelio y una selección de fútbol que pierde su clasificación al Mundial a 30 segundos de terminar el último partido.


Pero todo es parte de lo mismo. El puente se nos cayó. Y parece que no hay nadie que lo reconstruya porque su misma estructura quiere quedarse hundida, en la misma agua sucia donde abundan los cocodrilos.